El anglicanismo empezó en Inglaterra como manifestación propia y diferenciada del protestantismo. Eso llevó a las autoridades del anglicanismo a prohibir en Inglaterra la celebración de la Navidad a lo largo de quince años. Después se volvió a permitir celebrarla de nuevo, incluso con construcción de belenes o portales navideños. El prohibirla obedecía a la idea de considerarla fruto de la influencia católica.
En Escocia también se prohibió la celebración de la navidad durante más de cien años. Era normal siguiendo la destrucción de imágenes, práctica iconoclasta, propiciada por el protestantismo. En la Iglesia católica, la elaboración de los belenes navideños permaneció firme a partir de la práctica belenista de San Francisco de Asís. Y es la práctica que se sigue hoy, incluso con el crecimiento de la tradición.
Sin embargo, sabemos que esa práctica no expresa lo más auténtico de la Navidad, que manifiesta la fuerza del amor de Dios, que envía a su Hijo a la tierra para hacerse un hombre más e invitar a todos los hombres a la conversión y a entregar su amor a todos, especialmente a los más pobres y pequeños. Si estas prácticas de amor fallan, es la Navidad misma la que falla. El hambre, la guerra, la violencia, el desamor son los motivos que anulan el valor de la Navidad.
El Papa ha tomado en serio especialmente la violencia que atrapa a nuestro mundo y pide en su nuevo libro, titulado “Les pido en nombre de Dios”, acabar con "la cruel locura de la guerra". La vicepresidenta segunda del gobierno de España Yolanda Díaz, al presentar la publicación, recomienda a los políticos españoles el nuevo libro del Papa. Es una obra de Hernán Reyes Alcaide, periodista argentino que, junto al Papa Francisco, ha querido indagar en esta nueva publicación del Papa sobre la primera década de su pontificado. Se trata de diez recomendaciones del Papa Francisco para superar las graves amenazas de la guerra. Un libro en el que el periodista se hace eco del grito del Papa para reclamar el silencio de las armas.
Se trata de un tema que recibe especial relieve precisamente en estos días de Navidad. Porque Navidad es tiempo de paz. Así lo cantan los ángeles al anunciar el nacimiento del Niño Dios a los pastores: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra PAZ a los hombres que ama el Señor”.
Hoy, sin embargo, nos amenaza, no sólo la guerra de Ucrania, sino también en torno a una treintena de guerras de diversa intensidad que, por desarrollarse en gran parte en los países del hambre o de democracias débiles, las sentimos como amenazas lejanas que apenas aparecen como nuestras. Y lógicamente no podemos hablar de esos países como espacios de paz y libertad y, en consecuencia, como lugares donde se realiza eficazmente la Navidad.
Y también ocurre hoy que se desfigura el sentido auténtico de la Navidad: el nacimiento humano del Dios que se hace hombre. Es fácil encontrar belenes, incluso muy bien elaborados, donde resulta difícil encontrar al Niño Jesús en la centralidad de la obra representada,
En la campana que adorna el centro de la plaza mayor de Salamanca apenas aparece brevemente el misterio del nacimiento en las imágenes de luz que se mueven notablemente en el relato luminoso que tiene lugar en las horas punta.
Este año incluso se ha presentado en lamentable competencia una cabalgata de Papá Noel antes de la Navidad, frente a la tradicional cabalgata de Reyes. Es una muestra del poder de la economía y de la propaganda que se enfrenta a los valores humanos tradicionales y de claro valor religioso.
¿Navidad sin Navidad?
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