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Producto de temporada, de proximidad y ecológico: ¡la tuna!
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Producto de temporada, de proximidad y ecológico: ¡la tuna!

Actualizado 23/11/2022 07:56

Es la tendencia que nos proponen hoy los gurús de la alimentación y la comida sana. La madre naturaleza, siempre tan sabia y perspicaz ella, da diferentes frutos y frutas en cada momento del año y esos son los que hay que consumir preferentemente. Productos del mar y de la tierra, muchos de los cuales se cultivan y elaboran cerquita de casa, o al menos no demasiado lejos, porque tenemos al lado muchas cosas buenas que deberíamos valorar más, por nuestra salud y por nuestro bolsillo. Además de cuidarnos más y mejor, cuidamos el sistema sanitario con unos hábitos alimenticios más sanos que previenen enfermedades y dolencias, y que en principio nos hacen visitar menos al médico y además, construimos una cultura más ecológica y sostenible. Pero este no es el motivo principal sobre lo que hoy quiero escribir. Teniendo en cuenta esta premisa, me parece a mí que la tuna es un producto de temporada, de proximidad y ecológico de primer orden. Sí, sí, ¡la tuna!

De temporada, porque como la manzana, siempre la tenemos a disposición. La tuna está siempre ahí, no caduca y resiste en todos las estaciones del año desde hace siglos. La tuna ha pervivido tras monarquías, dictaduras y democracia, en medio de hambrunas y de épocas de bonanza. Hemos celebrado no hace mucho los ochocientos años de historia de la universidad de Salamanca, y por lo tanto, de todo el mundo. En el siglo XIII ya había estudiantes pobres y con más bien pocos ingresos, los “sopistas”, que tenían que agudizar el ingenio a base de cantos y bromas para conseguir viandas y pagarse los libros. Es el germen de la tuna como institución ligada a la universidad. ¡Una tradición de tantos siglos! Madre mía, si esto lo tuvieran los americanos habría ya cinco series de televisión, cuatro películas y dos parques temáticos. Cuando nacieron el pato Donald, Pluto, Mickey y hasta las princesitas Disney, los tunos ya llevaban siglos cantando trovas por todos los rincones de España y del mundo.

De proximidad, porque es nuestro. Es patrimonio de nuestra nación, de nuestra tierra y aunque hay tunas por algunos países de Latinoamérica, incluso en Holanda, la tuna es algo propio de España que no lo hay en otros lugares. Me resulta curioso y por qué no decirlo, un poco desesperante, que en cada fiesta de pueblo o ciudad, hay sitio para la bachata y el reguetón y apenas nada para la música española tradicional o folklórica. Nos colonizan la cultura sin darnos cuenta. Y oiga, que me parece muy bien que haya gente que le guste bailar ritmos latinos con letras que no se entienden o si se entienden, mejor que no se entendieran. Igual que me parece muy bien que haya personas que prefieran las naranjas de Marruecos a las de Valencia. Pero pongamos en valor lo próximo, lo que ha sido y es parte de nuestras raíces, de nuestra historia y nuestra cultura. La tuna está al lado, cerquita, y es producto hispano cien por cien.

Y ecológica, porque la tuna es terapia del buen humor y la alegría. Sí, esa vitamina de la que hoy andamos más que escasos y que necesitamos casi tanto como el agua. La tuna contribuye a la felicidad personal y colectiva de la sociedad. Además, gracias a instituciones como la tuna, se va conservando un repertorio de canción tradicional española entre los que hay tantos pasodobles, valses o rumbas, junto a ritmos más específicos como una isa canaria o una jota castellana. La tuna es un cancionero andante, con canciones de ronda, de pasacalles o de fiesta. Su aportación musical hace que no se pierdan estas canciones que son parte de nuestra historia colectiva. Aquí no hay edulcorante, no hay maquillaje, ni hay conciertos en diferido. La tuna canta en medio de la calle en pleno invierno castellano, o al calor del amor en un bar. La tuna canta en días festivos y en días de diario. La tuna canta siempre que alguien quiera escucharla y a veces, sin público también.

La tuna, con tantos siglos de existencia, también se enfrenta a los desafíos de hoy, en la que empiezan a proliferar tunas femeninas. Pero aquí en Salamanca, desde hace mucho tiempo tenemos a la tuna universitaria femenina, dejando el pabellón más que alto por tantos lugares por donde han pasado y pasan. Ejemplo de constancia y desparpajo, algunas de ellas han luchado y peleado en otros tiempos por el reconocimiento de la tuna femenina y hoy ya se empiezan a ver los frutos. Ellas, hacen que la tuna como institución sea más ecológica, sostenible y apetecible. La tuna femenina de Salamanca y otras más, son un orgullo para esta tradición de la que forman parte por derecho propio y en mayúsculas.

Cuando un tuno es becado, es decir, se le impone la “beca” del color correspondiente de su tuna, es para siempre, hasta que se muere, siempre que él quiera. Por eso hoy podemos ver muchos tunos entrados en años que siguen ejerciendo este loable arte y cuya presencia deja claro que la tuna sigue siendo un lugar sin vetos de edades o género, tan solo la exigencia de cantar y tocar algún instrumento, y por supuesto, amar esta tradición.

El Lazarillo de Tormes reflejó muy bien una característica tan hispánica como la picaresca. Los tunos son pícaros, como buen reflejo de nuestra españolidad. También son parte de la picaresca nacional pagar lo menos posible, saltarnos los semáforos, o pagar en b, que aquí pícaros somos casi todos. Pero a la vez, el Quijote define otra condición de nuestro ser nacional, que también reflejan los tunos. Esa ingenuidad utópica, ese romanticismo que parece trasnochado, esa elegancia de caballero que ya no se estila. Las tunas, son embajadoras por todo el mundo de esos valores, de nuestra cultura y nuestras tradiciones. La tuna es un trocito de España.

Por todo ello, estamos ante un producto magnífico, que es escuela eterna de vida, en la que sus miembros viven la camaradería como piedra angular de su construcción. El trabajo en equipo, el esfuerzo y el sacrificio, el gusto por disfrutar de la vida en todo lo que ofrece tanto en la abundancia como en la escasez. Cualquier empresa querría tener estos valores entre el ideario de sus trabajadores. Así que, ¡larga vida a la tuna!

Ha caído la noche y apenas se escucha un alma por las calles adoquinadas en la que tan sólo una ráfaga de viento rompe la aparente tranquilidad. Allí, bajo aquel balcón tras el que se adivina la sombra de alguien en los cristales de la ventana, hay unas figuras vestidas de negro colocadas en posición ritual. Nadie habla. Las cintas de colores de las capas ondean haciendo olas graciosas y anárquicas. Una pandereta da tres toques y comienza la melodía en la que se mezclan sonidos de guitarras, bandurrias y laúdes. La ronda ha comenzado. ¡Silencio! Que es hora de que hable la música y los corazones se encojan. ¡Silencio! Cantan los tunos, cantan las tunas…

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