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Paqui Maqueda, una voz
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Paqui Maqueda, una voz

Actualizado 05/11/2022 09:31
Ángel González Quesada

“Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y a la vez a sus mujeres. Esto está totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar, por mucho que berreen y pataleen”. Alocución por radio, en 1936, del Gobernador Militar y Civil de Sevilla, cuyos restos fueron sacados de un edificio público el 3 de noviembre de 2022.

Mientras este país de todos los demonios dormía, el pasado miércoles, con el impudor propio de los esquinados, los restos de uno de los mayores asesinos de la historia de España eran retirados, de acuerdo con la ley y solo por su exigencia, de un edificio público en Sevilla, donde habían sido depositados y honrados por el franquismo y su insultante corifeo religioso durante décadas. Al silencio de la madrugada, manchado por los aplausos de los deudos del genocida, responsable de más de cuarenta mil asesinatos, infinidad de torturas y sufrimiento sin medida, desde un rincón de la calle asistía Paqui Maqueda, una mujer valiente que, enfrentando el desprecio que exudaban las invocaciones fascistas y estentóreas del cortejo fúnebre del indigno general, pronunciaba uno tras otro, con la más digna evocación, los nombres de algunas de las víctimas del torturador y matarife en la guerra civil y la posterior y larguísima dictadura franquista.

Confundir el gesto de cumplimiento de la Ley de Memoria Democrática que obliga a la retirada de símbolos y restos fascistas de los edificios públicos con hacer justicia, es una puerta (más) a la impunidad y al espeso silencio que asfixia nuestro pasado. Creer que la retirada de un esqueleto, una placa o una inscripción, actos simbólicos en el camino de la normalización de la convivencia, es saldar cuentas con el franquismo, la represión, los crímenes y el sufrimiento de este país, es una ceguera que parecen querer provocar muchos medios de comunicación, y que no podemos permitirnos.

Paqui Maqueda, sin embargo, pronunciaba en alta voz, en un rasgo de dignidad que ojalá abundase más en este amnésico país, los nombres de los represaliados y víctimas no solo de aquel muerto que se llevaban de su inmerecido lugar de honor, sino los nombres de todos los que sin nombre yacen todavía en cunetas y fosas bajo la bruma del crimen; Paqui Maqueda abría de nuevo ventanas que nunca deberían cerrarse en este país, las de la justicia y la reparación, las de la memoria y el honor de los nombres; ventanas al reconocimiento de las víctimas y al afán de castigo de los culpables, a la recuperación de la verdad y de la historia de la verdad, y con el rosario de nombres que estremecían en su voz el silencio de la noche en Sevilla y en todo este país en esa madrugada de noviembre, Paqui Maqueda exigía con sus lágrimas la dignidad de tantos cuyos nombres ni placa ni sepultura han alcanzado aún.

No se escribirá en estas líneas el nombre de un asesino. Se ha pronunciado en demasiadas ocasiones el nombre de los criminales, y en muy pocas, o ninguna, el de las víctimas. Un acontecimiento que debería ser de normalización y reparación en este país cual es el cumplimiento de la ley al retirar de lugar principal los restos de un genocida, se ha convertido en objeto manufacturado sin más valor que el ideológico. Habrá que repetir que la justicia, y la Justicia, son muy otra cosa, sobre todo en lo referido tanto a estos personajes que contribuyeron, y todavía, a hacer de este país un crisol de sangre, dolor, miedo y silencio.

Mover un ataúd, quitar un medallón, renombrar una calle o resignificar un mausoleo, incluso con las dificultades que en España todavía se oponen a la ley, son solo minúsculos detalles, simbólicos, sí, importantes, sí, pero solo deberían ser previos a la inmensa labor de clarificación, en todos los sentidos, que precisa la historia reciente de este país. Paqui Maqueda, con su abrazo de nombres, así lo demandaba. Así nos lo demandaba.

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