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Respetarse
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Respetarse

Actualizado 29/10/2022 09:33
Ángel González Quesada

“De todas las historias de la Historia,

la más triste sin duda es la de España,

porque termina mal...”

JAIME GIL DE BIEDMA

Los pueblos procuran y buscan sin tregua, a través de los años, su bienestar, su felicidad, su equilibrio. A lo largo de su historia, los pueblos cruzan el tiempo inmersos en avatares de duda o de certeza, de dolor o plenitud, y nunca un pueblo, una comunidad, una nación o, permítaseme el absurdo, una patria, llega a conformarse con lo incompleto, lo parcial ni lo escaso, salvo que el estupor de la desmemoria o el espeso sueño del olvido los suma en la medianía o los relegue a la poquedad y al autodesprecio. Es lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en este país, España, con todo lo relacionado con su memoria, con su historia más reciente y la verdad de lo que fuimos.

Ha tenido que ser el cine, ese hermoso arte siempre en crisis y hoy lleno de superhéroes, el que, en uno de esos aleteos que la decencia y el mejor arte obsequian a la dignidad, ponga en las pantallas Argentina 1985, la película de Santiago Mitre que recrea el proceso judicial a que fueron sometidos, por delitos de lesa humanidad, y condenados, los militares golpistas, asesinos y genocidas que hundieron a la nación argentina en una lacerante dictadura homicida de particular crueldad durante los años 1976 a 1983.

Durante la celebración real del llamado “Juicio a las Juntas”, que tuvo lugar en Buenos Aires en 1985 y que la película de Mitre recrea, la prensa española, la democrática, informaba con cautela, vergüenza y envidia, en una democracia que intentaba asentarse ya diez años después de la muerte del dictador Franco, con un gobierno del partido socialista y habiendo superado, al menos en parte, las amenazas golpistas del fascismo amenazador.

Hoy, en 2022, durante el estreno de Argentina 1985, la recreación cinematográfica de aquella inmensa lección de dignidad y respeto que el pueblo argentino supo otorgarse, la democracia española aprueba con escaso apoyo político y dudas sobre su aplicación, la Ley de Memoria Democrática, una serie de normas que intentan trabajosamente aliviar algo las consecuencias de los horrendos crímenes del fascismo franquista durante más de cuarenta años. Una dictadura que casi la mitad de los representantes políticos españoles de hoy se niega a condenar, reparar o siquiera aclarar, en una nación como España, en la que una ciudadanía tan pasiva como desesperanzada, asiste día tras día al bochorno, la deshonra y la degradación de no ser capaz de condenar, reconocer, explicar y reparar, como país, un régimen como el franquista, no solo mucho más duradero, sino infinitamente más cruel, inhumano, salvaje y feroz que el que los militares argentinos condenados en Buenos Aires ejercieron durante “solo” ocho años.

No es esta una alabanza a la película Argentina 1985, que tanto artística como moralmente merecerá siempre, sino la constatación de la impotencia de la democracia española que nos priva de una memoria limpia, veraz y duradera. Un lamento, y más en la coincidencia de la espléndida película de Mitre con la aprobación de nuestra insuficiente Ley de Memoria Democrática, por el tiempo perdido, por el sufrimiento sin reparación de las víctimas en distintos niveles de la guerra civil y la dictadura franquista, que se han muerto en la injusticia, que se están muriendo sin haber conseguido ni la reparación ni el respeto que el conocimiento de la verdad, y de la memoria de la verdad, les hubiesen procurado.

Esto es una demanda más, una protesta repetida, una queja por la poquedad y el miedo que nos impiden enfrentar de cara a nuestro pasado, acusar a los culpables, condenarlos, deslegitimarlos y también a sus herederos ideológicos y materiales; una profunda decepción con una democracia que no lo es, porque está mutilada en su honor, una democracia heredera en demasía de la oscuridad, del dolor, de la persecución, de la tortura, del sufrimiento y del miedo en que este país desorientado se ahogó durante décadas bajo la bota de la imposición militar. Un desengaño.

De las abundantes escenas emocionantes que la película de Santiago Mitre ofrece, tanto sobre el juicio a los militares genocidas como de las circunstancias personales, políticas o sociales que rodearon la preparación de ese juicio, hay una especialmente emocionante: un viejo luchador, víctima sobreviviente de la dictadura (papel interpretado en la película, no casualmente, por el actor argentino Norman Briski, perseguido entonces en Argentina y exiliado en España durante aquellos siniestros años, junto a otros como Luis Politti o Héctor Alterio), en su lecho de muerte, agonizante, pregunta al fiscal Strassera por las sentencias del juicio, y éste, sin conocerlas aún, le miente diciéndole que todos han sido condenados y que se ha hecho justicia, lo que hace que el viejo luchador pueda morir con una lágrima de alegría en el corazón... (aunque no a todos, las sentencias condenaron duramente a los principales dirigentes).

Cuántos españoles agraviados, torturados, insultados, encerrados, vejados o de mil modos injuriados por la crueldad y la sevicia criminal del franquismo, no pudieron antes de morir entrever siquiera la piadosa mentira de una sentencia imposible para sus monstruos... Cuántos morirán, moriremos, sin atisbar, ni lejana, intención alguna de abrir las vías de la verdad y la justicia, para que ambas caigan, acusen y definan aquella inhumanidad. Y hasta el último aliento del fin de la esperanza, cuántos sentirán que su país, su pequeño mundo o, permítaseme el absurdo, su patria, no habrá estado a la altura de su propia dignidad.

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