El arte de hacer arte
Tiene el blanco y negro de mi memoria, el grabado de una esquina redondeada, allí, entre la calle Toro y la del Brocense, que se asomaba a la calle con la promesa del color y la magia del arte. Poco sabía yo entonces de los afanes de un muchacho de catorce años quien, al morir su padre, se embarcó hacia Buenos Aires con la valentía de los inmigrantes de la raya, emprendedores del porvenir. Una vez allí, Ángel Miranda, jovencísimo, montó en 1922 un negocio, “Estudios Goya”, empresa que abriría en Salamanca cuando, tras una visita, se enamoró de Ascensión Regojo en su Fermoselle natal. No regresaría a la capital bonaerense, corría el año 1929 y su negocio salmantino, donde vendía artículos de arte y decoración, incluiría un taller de enmarcación y un estudio y laboratorio de fotografía, pionero en usar la técnica del bromóleo para reproducir el color de la modernidad.
Una modernidad que quiso mantener abriendo La Sala de Arte Miranda, espacio para exponer la Vanguardia, el arte contemporáneo que no tenía sitio en los museos de la ciudad letrada. Inaugurada en 1956 en la esquina que recuerda mi memoria, La Sala de Arte Miranda era el refugio de los artistas del Grupo Koiné –primer movimiento vanguardista salmantino–, de la Escuela de Vallecas, de la de Madrid, de los jóvenes emergentes y de los represaliados de la posguerra. Un paréntesis de libertad creativa que se cerró en 1974, cuando las nuevas tendencias comenzaban a precisar más espacio. Cinco años después, Ángel Miranda fallece y es su hijo Javier quien toma el relevo al frente de la empresa.
Tienen los negocios de toda la vida la seguridad de lo familiar, la marca de la casa, el trato con el apretón de manos, los empleados que se jubilan después de toda una vida en la empresa, como la que Ángel Miranda modeló y creó. Un negocio, esta vez de la mano de su hijo Javier, que supo seguir la tradición de innovar, cediendo esta vez las paredes de la Sala de Arte Miranda a la técnica del grabado, introduciendo técnicas de enmarcación con la apertura del establecimiento ‘El Taller’ y sobre todo, en 1985, frente a la recién inaugurada Facultad de Bellas Artes, abriendo una nueva tienda ‘Miranda 2’ centrada en materiales para artistas. El espacio que recuerda Carmen Borrego, alumna entonces, que sigue siendo fiel a la profesionalidad y al conocimiento de quienes hacen arte vendiendo el material con el que los artistas encarnan su trabajo. Materia creativa.
Legado comprometido que sigue la tradición de la modernidad. En 2018 se inaugura ‘Artemiranda Lab’ para presentar antiguos y nuevos materiales de la mano de artistas de primer nivel. Cabe recordar que Javier Miranda apostó muy tempranamente por el marketing on-line o por la informatización cuando nadie había oído hablar ni siquiera de Altavista. Apostar por la tecnología en el cuidado del almacenaje, y sobre todo, por un compromiso medioambiental y por la cercanía con los artistas con cuyas iniciativas culturales promocionan, han sido señas de identidad de una empresa salmantina que vende a todas partes del mundo con la eficiencia que le da su conocimiento de los avances en su campo y la historia que sustenta su trayectoria, ahora encarnada, tras la jubilación de Javier Miranda, en su hijo Daniel, quien afirma de forma contundente: “Para la familia Miranda, Artemiranda es una prolongación de nosotros mismos”.
Charo Alonso: Daniel, incluso afirmando esto, ¿te pesa la historia, los cien años de historia de Artemiranda?
Daniel Miranda: Afortunadamente no, lo veo como una parte más de mi condición. Lo que sí noto es que esta circunstancia te facilita una atalaya desde la que las marejadas del día a día no te afectan tanto y te ayudan a diferenciar entre lo urgente y lo importante. A nivel comercial intentamos no dejarnos arrastrar por las modas efímeras. En ocasiones, desde que nos planteamos introducir un producto hasta que llega a la tienda, pueden pasar de seis meses a un año, puesto que hay que estudiarlo y ver si aporta o es algo que consideramos efímero y poco interesante.
Ch.A.: ¿Vuestros clientes saben que sois un establecimiento histórico?
D.M.: Algunos no, por eso en la página web me esforcé en contar bajo el título de “Conócenos” lo que a primera vista no se ve de la empresa. Cuando algunos clientes comparan unas tiendas con otras, yo siempre les digo que cada empresa tiene una idiosincrasia, y que no todas son iguales, para lo bueno y para lo malo. Por eso hicimos esta sección, para explicar cuáles son nuestras señas de identidad y cómo entendemos las relaciones laborales, sociales y comerciales.
Ch.A.: ¿Son diferentes los artistas como clientes?
D.M.: Lo son, y siempre lo hemos tenido en cuenta, dado que sus necesidades no son las del cliente típico de artículos de un comercio estándar. En cada caso, su trabajo puede exigir gran variedad de materiales, y desde siempre hemos pretendido estar a su altura, ofreciendo el mejor equilibrio entre variedad, calidad y precio. Y pienso que esa es la razón de seguir existiendo después de un siglo. De todas formas, todo se reduce siempre en la vida a tratar al otro como te gustaría que te trataran a ti.
Carmen Borrego: Eso no es una filosofía de empresa, es una filosofía de vida.
D.M.: Creo que a los autónomos con responsabilidades no nos es posible diferenciar una de la otra.
Ch.A.: Tu padre, Javier Miranda, estudió historia. ¿Qué formación tienes tú?
D.M.: Yo soy licenciado en Historia del Arte, y empecé aquí trabajando en lo más básico, de mozo: limpiando y cargando mercancía. Hasta que, poco a poco, fui adquiriendo más y más responsabilidades hasta el día de hoy.
Ch.A.: Antes te pregunté si te pesaba la historia familiar… ¿De qué estás más orgulloso ahora de la empresa?
D.M.: Me siento orgulloso de la herencia recibida, gracias a ella tenemos una empresa global, con clientes que nos son fieles en más de cuarenta países. Pero de lo que más orgulloso me siento es del equipo humano que hemos logrado aunar. Ellos son los que realmente hacen posible que esta historia continúe gracias a su compromiso y su actitud. Esto suena a frase hecha, pero es cierto, el principal valor de una empresa es su equipo humano, y el nuestro es inmejorable. Muchos de ellos son licenciados en Bellas Artes, en Historia del Arte, y del resto, una buena parte son usuarios y conocedores de los materiales, con lo que pueden aconsejar con la máxima solvencia al cliente.
C.B.: Este es el paraíso de los artistas…
D.M.: Eso nos dicen, sí. Somos como el quiosco de golosinas para niños, por eso tenemos un lema interno: “No vendemos productos, vendemos felicidad”. Nuestros clientes se alegran y emocionan cuando reciben la mercancía, les ayudamos a crear, a transmitir sus sentimientos, y esto es muy importante para todos nosotros. Nuestro negocio, yo creo que no llega ni a la categoría de nicho, es un micro nicho, tenemos muchas particularidades y esto es precisamente lo que hace que no haya casi negocios como el nuestro. Estocamos casi treinta mil referencias, por ejemplo: de cada tipo de pintura, lapicero o bastidor tenemos la mayoría de las marcas y gamas… Es un mundo inagotable. Por eso para organizar la mercancía usamos desde el año 2019 los VLM, almacenes verticales, en ellos se guardan dos terceras partes de nuestro stock.
C.B.: Son impresionantes.
D.M.: Este sistema de VLM lo contiene todo perfectamente controlado, ordenado y conservado de forma limpia y eficiente y facilita la rapidez para servir los pedidos. Sin este sistema, todos los productos ocuparían más de mil metros cuadrados de superficie, frente a los sesenta que ocupan ahora mismo. Sin ellos cada trabajador caminaría unos 20 kilómetros frente a los cuatro que caminan en la actualidad.
Ch.A.: Es un mundo hermosísimo, no vendéis arte, pero sin vosotros no existiría el arte. Daniel, hay pocos establecimientos en Salamanca con cien años de trayectoria, ¿confiamos más en una empresa de “las de toda la vida”?
D.M.: Intentamos hacerlo lo mejor que podemos, tenemos fama de gente seria, de saber de lo que vendemos, y sobre todo, de dar buen servicio y de responder en caso de que surja un problema. De todos nuestros clientes, me enorgullece especialmente servir al Museo del Prado. Para alguien como yo, de Historia del Arte, no puede haber un sitio mejor con el que trabajar. Solo por entrar en los talleres de restauración una vez al año y ver cómo trabajan, trabajaría casi gratis. Las empresas de toda la vida tienen eso, solvencia, cercanía y honestidad. Siempre te van a atender las mismas personas, personas que te conocen y te asesoran como necesitas, puesto que lo importante para los negocios como el nuestro no es hacer una venta, sino hacer un cliente y mantenerlo.
Tiene el almacén de Artemiranda el orden impoluto de la modernidad, la geometría de los almacenes verticales que sustituyen a las gavetas del corazón, las estanterías y cajones que nos recuerdan el gusto infantil por los útiles de pintura y la disposición de la mesa del dibujante. Es el minucioso cuidado del orden, la limpieza del trazo, la rabiosa luminosidad del color y de sus matices infinitos. Frente a las columnas robóticas del contenedor del futuro, dos generaciones que sostienen este equilibrio de tradición y modernidad: Javier Miranda y Daniel Miranda, dándose el relevo del afecto y de la tarea que empezara en 1922 el muchacho de la raya que emprendió el camino del porvenir y al que evocan ambos constantemente, recordando su famosa frase: “Al cliente hay que darle liebre por gato y no gato por liebre”. Es la memoria de un tiempo que se vive para el futuro y que rubrica Javier Miranda: “Recuerdo que en mi infancia, este era un país en blanco y negro en el que era un lujo pintar los mapas con los lapiceros Alpino”. Su hijo, la tercera generación de los Miranda, le responde como espejo en el que se refleja la herencia recibida: “Afortunadamente, en las últimas décadas, esa lámina se ha ido tiñendo de colores que se han vuelto asequibles, permitiendo así que cualquier ciudadano con inquietudes artísticas pueda reivindicarse si así lo siente”. Es la materia con la que se expresa el arte y son aquellos que proporcionan los medios de los que se sirve la creatividad los que abren el estuche de la magia y todo desde hace esos cien años de historia comercial compartida, legado salmantino, el arte de los Miranda.