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Una columna sobre muchas cosas
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Una columna sobre muchas cosas

Actualizado 01/10/2022 10:15
Juan Ángel Torres Rechy

Si tuviera la oportunidad de escribirle a todo el mundo, no sé qué le diría. Generalmente, cuando una persona pronuncia un discurso, el auditorio más o menos tiene una idea de lo que escuchará. Después, ya sea por la sustancia del contenido, ya por la manera de verter ese contenido, el ponente se gana la benevolencia de sus asistentes. Probablemente, todos hemos tenido la experiencia de escuchar a alguna persona con tal grado de atención que al final del acto no podemos hacer otra cosa más que admirarnos y decirnos lo afortunados que hemos sido por haber estado ahí en el asiento.

El afuera y el adentro en la experiencia de la vida se une en la persona misma como principio del acto de existir. Las cosas de afuera, como el cielo, el mar y la tierra, las llevamos adentro por medio de la vista, el oído, el tacto, el olfato, el gusto. De igual modo, las cosas de adentro las llevamos afuera mediante recursos como la expresión verbal, la gesticulación, o procedimientos más complejos como el arte. La técnica y la ciencia tienen un papel resaltado en estas circunstancias de entendimiento y manipulación del hecho de la vida tanto de dentro como de fuera.

La literatura todavía no he podido entenderla del todo. Todo ese mundo dentro de las palabras parece ajeno a las palabras mismas. Su esencia, como si se tratara de algo parecido a una hipotética alma posible de seguir con vida después de desprenderse del cuerpo, su esencia, decimos, luce independiente de la materialidad de la escritura. Esa vida toda ahí dentro, decimos, se puede valer por sí misma sin necesidad de la escritura. Las manchas de tinta no hacen más que entorpecer la perfección de ese cúmulo de existencia.

La lectura, en ese sentido, exige cierta empatía entre la historia y su espectador. Yo al menos a veces no pude seguir adelante con un libro relativamente sencillo. De manera extraña, nada más no pude continuar mi lectura. Así como por partes iguales en otras ocasiones la lectura se ha desarrollado de un modo inexplicablemente fluido, concorde, sereno. La comunicación de las almas, podríamos decir, en esos casos no adolece de ninguna interferencia fuera del tiempo y el espacio distintos entre quien escribió y quien leyó.

La ética, la moral, ha ocupado el centro de mi atención en los últimos días. Cuánto cuesta ser buena persona. Independientemente de todas las trabas ofrecidas por la sociedad ante la gente de bien, qué hace falta, o qué se necesita, para ser alguien bueno. Algunas filosofías, me parece, han fijado sus criterios de bienestar en la cualidad del comportamiento educado y amable. Se menciona incluso la condición del bienestar como una condición aún más valiosa que la de la felicidad. La emoción inquieta de la alegría le cede el paso a la atemperada resonancia del bienestar sencillo.

Yo conozco varias áreas de oportunidad en mi vida. Esos huecos todavía por rellenar de mi ser en mis circunstancias presentan una pluralidad de maneras de actuar. Por ahora, solo mencionaré dos, me parece. Por banal o por lugar común que pueda sonar, debo aprender a confiar más en mí mismo. A la mitad del viaje de la vida, o más allá de la mitad del viaje breve de la vida, cuento con la experiencia suficiente para conocerme y saber lo que quiero. Debido a eso, no debo reparar en emitir mi opinión cuando así lo estime oportuno, independientemente de las posibles entre comillas malas consecuencias derivadas de esa acción. Eso nunca quedará por debajo del quedarse callado. Las cosas guardadas hacen daño.

La otra área de oportunidad sería la de cuidarme más a mí mismo. Resulta común ver cómo las personas se lastiman a ellas mismas. No se quieren. Con independencia de todos los posibles factores interrelacionados en las causas de tales consecuencias, uno en ocasiones sí puede elegir procurarse a sí mismo. Existen muchos modos de manifestar respeto y aprecio por nuestras personas. La higiene, en la medida en que nuestras condiciones lo permiten, resulta un claro ejemplo de esa actitud creativa. La postura del cuerpo. Nuestras conversaciones. La dieta emocional de nuestro día a día.

Como suele sucederme en la redacción de mis columnas, los contenidos siguen quedándose lejos del título El nombre propio, el libro y la lectura. Me enredo en cosas apartadas de ese centro de la esfera en una superficie donde todos los puntos se encuentran a igual distancia de ese núcleo. Le doy vueltas a las cosas como en una noria donde los cangilones no hacen otra cosa más que sacar la nada de mi vacío con o sin fondo. De muchas veces en muchas veces, como ustedes lo saben, escribo poesía. Compongo versos como los de abajo.

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Si vamos por el mundo sin tocarlo,

sin ser de su tumulto otro giro

revuelto con el viento de las cosas

que pasan y se pierden sin quedarse;

si somos quienes somos sin cambiarnos

por otros diferentes a nosotros,

copiando de los astros su verdad

de ser para su cielo obedientes;

si hacemos de la masa de los cuerpos

que llevan en sus carnes nuestro espíritu

la rosa cultivada en el amor;

si somos, sin tramoyas, una pieza

entera sin remiendos ni dobleces,

sabemos el valor de ser humanos.

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Juan Angel Torres Rechy

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