Varios amigos me envían por ‘guasap’ artículos y pequeños textos periodísticos en que aparece el adjetivo ‘blando’, acompañado por el sufijo despectivo ‘-engue’, que una presidenta de comunidad autónoma ha aplicado al presidente del gobierno.
Ello me lleva a deducir que lo blandengue está sobre el tapete de la actualidad. Y, de nuevo, desgraciadamente, entre nosotros, como insulto. En una pasada columna, reflexionábamos, sobre la decadencia moral en la que se halla cualquier sociedad (en concreto, la nuestra) que utiliza el insulto como recurso para debilitar al adversario.
Nada tiene que ver lo blandengue con ese concepto de ‘lo líquido’ con el que el pensador judeo-polaco Zygmunt Bauman (1925-2017) define nuestra contemporaneidad, basándose en elementos como la fluidez, el cambio, la flexibilidad, la adaptación… en que hemos de vivir permanentemente.
Lo blandengue es un término y concepto despectivo para descalificar al otro. Pero a quienes lo han creado para atacar a los oponentes se les vuelve lo blandengue en contra como un verdadero bumerán.
Porque ¿no son blandengues quienes proponen que se den becas a las familias con más posibilidades económicas, dejando en la estacada a quienes más las necesitan?; ¿no son blandengues quienes, desde sus gobiernos autonómicos proponen que dejen de cotizar las familias con un mayor patrimonio económico?
¿No son blandengues quienes recortan y recortan y recortan recursos –debido a las anteriores tomas de decisión y al mantra falaz de ‘bajar impuestos’, que no es a todos– a la sanidad y a la educación públicas?
Como blandengue es también el convocar a trescientos mil reservistas para que vayan a una guerra absurda e insensata como la que han desencadenado en Ucrania. Como si la juventud y primera madurez de un país se crearan por arte de magia y de la nada; con el sacrificio y el esfuerzo que cuesta a los padres el sacar adelante cada uno de sus hijos.
Lo blandengue está en todo eso y en otras actitudes por el estilo Así como lo sensato, benefactor y correcto está en tomar medidas para que las sociedades vivan en paz y avancen, y en las que tengan todos los ciudadanos las mismas oportunidades de salir hacia adelante, de tener vivienda y trabajo dignos.
Porque, cuando se toman estas últimas opciones, por ejemplo, en política, se está a favor del bien común. Y, entonces, solo entonces, desaparece lo blandengue, un término estos días tan en boga y que, como marcado por la deriva despectiva e insultante, tendríamos que desterrar, como sociedad, de nuestro horizonte.
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