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Veneno y sombra y adiós
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Veneno y sombra y adiós

Actualizado 17/09/2022 09:24
Ángel González Quesada

No debería uno contar nunca nada”. Javier Marías.

El 11 de este septiembre murió en Madrid Javier Marías, el mejor escritor en español del último medio siglo. Brillante, crítico, honesto, vital y parte de su tiempo. Genial, recto y coherente como pocos. La orfandad que en todos los aspectos de la cultura, no solo literaria y no solo española, ha provocado su desaparición (aunque su obra siempre va a negar cualquier vacío), ha generado, además de una inmensa conmoción, una clarificadora y emocionante riada de artículos de recuerdo, crónicas de homenaje, notas laudatorias de la memoria de muchos, esquelas y rememoraciones sobre todo de escritores, editores y lectores, millones de lectores en todo el mundo. Sería, pues, redundante una nota más de lamento y abrazo, y es por eso que hoy, en días de desolación que tienen que ver tanto con su muerte cuanto con el corazón de quien esto escribe, pudiera servir de algo transcribir este pequeño fragmento (éste, no otro) de una de sus obras maestras:

“Uno nunca sabe del todo si se gana la confianza de nadie, y menos aún cuando la pierde. Quiero decir la de alguien que jamás hablaría de eso, ni haría protestas de amistad ni reproches, ni emplearía nunca esas palabras –desconfianza, amistad, enemistad, confianza-, o solo como elemento burlón de sus naturales representaciones y diálogos, como resonancia y cita de parlamentos y escenas de los tiempos pasados que nos parecen ingenuos siempre, también el hoy lo será mañana para quienes quiera que vengan, y solo quienes bien lo saben se ahorran las aceleraciones del pulso y la suspensión del aire, y así no someten sus venas a los sobresaltos. Pero es difícil aceptar o ver eso, de modo que los corazones perpetúan sus vuelcos y las bocas sus pastosidades y vahos y sus temblores las piernas, cómo pude o he podido –se dicen los hombres para sus adentros-, ser tan tonto, ser tan listo, tan resabiado, tan crédulo, tan pánfilo, tan escéptico, no es por fuerza más ingenuo el confiado que el receloso, no lo es menos el cínico que el rendido sin condiciones que se ha puesto en nuestras manos y nos ofrece ya el cuello para el último o primer tajo, o el pecho para que lo atravesemos con nuestra más puntiaguda lanza. Hasta los más descreídos y astutos y los más taimados resultan un poco ingenuos una vez expulsados del tiempo, una vez que han pasado y su historia se conoce (corre de boca en boca, y así se va configurando). Tal vez sea eso, el final y saberlo, saber qué ha ocurrido y en qué pararon las cosas, quién se llevó las sorpresas y quién condujo el engaño, quién salió favorecido o maltrecho o bien hizo tablas, y quién no apostó ni por tanto corrió ningún riesgo, quién –aun así- salió perdiendo porque lo arrastró la corriente del ancho río más fuerte, poblado por tantos tahúres siempre, tantos que acaban involucrando siempre a todos los pasajeros, aun a los más pasivos, a los indiferentes, a los desdeñosos y reprobatorios, a los adversos y a los más reacios; y también a los ribereños. No parece posible mantenerse aparte, en la margen, encerrarse en casa y no saber nada ni querer nada –no querer ni querer siquiera, eso de poco sirve-, no abrir el buzón ni contestar nunca el teléfono, ni descorrer el cerrojo por mucho que llamen y parezca que van a echarnos la puerta abajo, no parece posible simular que no hay nadie o que el que había se ha muerto y no te oye, resultar invisible a voluntad y cuando elige uno, no lo es callar y contener eternamente la respiración mientras está uno vivo, tampoco es del todo posible cuando creyó no habitar ya más la tierra y desprenderse aun del propio nombre. No es tan fácil que eso ocurra, no es tan fácil borrarlo y borrarse y que no quede ninguna huella, ni siquiera la curva última o último fin del cerco, no es sencillo ser solo como la mancha de sangre que se lava y se frota y se suprime y entonces..., entonces puede empezar a dudarse de que jamás haya existido.”

JAVIER MARÍAS, Tu rostro mañana: 1, Fiebre y lanza, 2002.

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