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Gaudeamus
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Gaudeamus

Actualizado 10/09/2022 09:56
Ángel González Quesada

Hace pocos días, se hizo viral el video del acoso escolar, el maltrato psicológico y la crueldad contra un niño de pocos años por parte de sus propios compañeros de clase que, ejerciendo un modo de inhumanidad escalofriante, sometieron a la víctima a una intolerable tortura de insultos, vejaciones y desprecios, que las autoridades escolares, educativas e incluso policiales se limitaron a calificar de un caso más de bullying, pasando la página del desdén para volver al capítulo de la indiferencia. Casos existen, tan obviados y olvidados como dolorosos, de suicidios de menores por causa del acoso escolar, episodios de gravísimas depresiones infantiles y juveniles, e irrecuperables traumas de temor, inseguridad y autodesprecio arrastrados de por vida, causados tanto por la iniquidad gregaria de los iguales como por la desatención de quienes debieran evitarlo.

Las universidades españolas, y entre ellas la de Salamanca, recuerdan estos días, ostentosamente, la existencia de normas y acuerdos para tratar de impedir, al inicio del curso, lo que algunos llaman “novatadas” contra los alumnos de nuevo ingreso por parte de los “veteranos”. Entre las medidas que se adoptan para prevenir o frenar esos comportamientos, se anuncia, además, un convenio con las autoridades municipales para que sea la misma policía local la que impida, persiga e incluso castigue esos comportamientos. Frente a esas advertencias, que se repiten inanes cada año, en los colegios mayores, en las residencias de estudiantes, en los grupos de whats y en las barras del bar, se planean, acuerdan y fijan los detalles para las “novatadas”, diseñando al detalle los elementos de la crueldad, los extremos del sadismo y hasta la intensidad de las risotadas y el volumen del coro aclamatorio.

Las “novatadas” universitarias no son sino la extensión de esa crueldad infantil de enorme profundidad y dureza, que porque sus responsables se crean adultos, no se alejan de la malcriada niñez deseducada y desatendida que los arrojó, y todavía, en brazos del más implacable salvajismo que busca, por encima del dolor que causa, o asociado a él, la instintiva satisfacción animal del insensato. Pero, además, sabiendo que esos comportamientos de vejación hacia los nuevos universitarios tienen su origen histórico en los exclusivos colegios pijos ingleses, primero de ricos y luego de esa clase media aspirante a parecerlo, copiados luego en los internados y sus carísimos campus por la cultura de imitación estadounidense y, a la postre, asumida por los imbéciles y de medio pelo hijos de papá universitarios españoles en sus colegios y pasillos, no más que ridículos trasuntos de Eton, Cambridge, Oxford, Harvard o Yale (aunque más sean patéticos remedos de teologados, internados o de un Harry Potter de vía muy estrecha o caricaturas del peor Manga), para creerse, y a la postre ser, tan descerebrados como sus referentes anglosajones.

El acoso, el maltrato y la vejación, pues no otra cosa son esas presuntuosas ceremonias de la crueldad llamadas novatadas, sobre todo realizadas gregariamente con indefensión flagrante de la víctima, constituyen por sí mismas un grave delito contemplado en el Código Penal, y las normas internas universitarias que amenazan con sanciones, suspensiones o represalias, no son sino una muestra más de cierta instancia del característico numantinismo universitario, muy español y no poco clasista, que considera que las “novatadas” universitarias son un asunto interno del gaudeamus igitur, son los trapos sucios de “nuestros” chicos malos, que hay que lavar en casa, y no un delito común, un reflejo de la inepcia de la educación, de toda la educación, arrastrada (una metáfora) desde la más tierna (otra) infancia.

La fiesta, la bienvenida y el jolgorio juvenil son otra cosa. Muy otra cosa. Y es improbable que estudiantes universitarios conscientes de su lugar en la comunidad que los acoge como responsables de sus deberes en la sociedad de que son parte, es decir, personas sensatas, se presten a la realización de esos comportamientos vandálicos, ilegales y más que un punto ridículos para sus ejecutores. Siempre las masas gregarias que realizan esas ceremonias de la más estulta crueldad, están formadas por bobos imitadores, becerrillos de esquila y zumba, que normalmente han vivido y viven (bebido y beben) del esfuerzo ajeno (padres, comunidad, sociedad entera), y cuyos niveles intelectivo y ético se adivinan, en sus mugidos, más bien escasos.

No solo las universidades ni sus numantinas normas de mirarse el ombligo; no solo los servicios de orden municipales de circulen y despejen o, en su caso, los juzgados de guardia de multita al papá, que también, podrán atajar el salvaje ritual de las “novatadas”, sino un rechazo frontal de la sociedad hacia esos grupos de descerebrados, una oposición frontal hacia esos tumores de pura animalidad causados por la desatención de esa misma sociedad. Difícil, es evidente, en una sociedad que desprotege al cachorro frente al vociferante rebaño de alimañas. Y más si el cachorro, que también, se presta.

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