El pregón fue pronunciado a primera hora de la noche del lunes en la Plazuela del Buen Alcalde
Ilustrísimo Sr. Alcalde, miembros de la Corporación del Excmo. Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo, señoras, señores, amigos todos. Buenas noches.
Honrado e inmensamente agradecido. Así quiero presentarme ante todos ustedes y ante el Excmo. Ayuntamiento, a quien debo el honor de haber sido elegido pregonero del Martes Mayor de Ciudad Rodrigo, para ensalzar, una vez más, lo mejor de esta bendita tierra a la que tanto quiero.
Siempre ha sido una inquietud y una ilusión indagar en todos los aspectos de nuestra rica historia. En este caso la relacionada con los orígenes de una celebración secular, la del mercado de los martes, donde además de revisar libros y hemerotecas, he intentado buscar los recuerdos y referencias que guardan mi memoria, para poder acercarles a esa efeméride semanal que convulsionaba la vida de la comarca: Martes que se escribía con mayúscula en el calendario de los mirobrigenses, Martes de mes y ferias, que yo viví intensamente entre los años 50 y 70, y de los que seguí disfrutando algún tiempo después.
Esa será la segunda parte de un pregón con el que pretendo que muchos de ustedes regresen a aquellos recuerdos inolvidables de otros tiempos; mientras que otros, quizás los mirobrigenses más jóvenes y forasteros, puedan conocer una pequeña parte de nuestro legado de las fiestas y tradiciones de Ciudad Rodrigo.
Mañana se celebra el Martes Mayor, recuperado hace unos años, que viene a conmemorar la concesión Real, en 1475, de un mercado franco en la Ciudad.
La contribución de Ciudad Rodrigo a la consolidación de la Reina Isabel, en la denominada Guerra Castellana de la época y por ello en la formación de España con los Reyes Católicos, fue motivo para la concesión del Mercado Franco a Ciudad Rodrigo, firmada por los Reyes el 21 de agosto de 1475. Se ordenaba que el mismo se anunciara por las plazas y mercados de la Villa, por pregonero y ante escribano público.
Don Diego del Águila fue nombrado por el Rey en 1470 Alcaide de la Fortaleza de Ciudad Rodrigo y Gobernador de la Frontera, y a él luego nos referiremos.
La situación de la Corona de Castilla, en el último cuarto del Siglo XV, es muy complicada y se convierte en sangrienta con la muerte de Enrique IV. Aunque ya había luchas anteriores, la proclamación de Isabel (hermana del Rey) como Reina de Castilla, el 13 de diciembre del 1474, provocará una lucha dinástica con los partidarios de Juana la Beltraneja (hija del Rey), que se convertirá en una verdadera guerra, cuando el Rey Alfonso V de Portugal toma partido por su esposa Juana y entra con su ejército en Castilla, en mayo de 1475, cobrando especial importancia el control de la Frontera y las plazas fuertes de Ciudad Rodrigo y Badajoz.
En esta situación, tanto la Reina Isabel, a título personal, como el Rey Fernando, su consorte desde 1469, envían varias cartas y hasta un emisario Real para exigir la fidelidad de Ciudad Rodrigo, que fructificaron manteniéndose la Ciudad en la causa de los Reyes Católicos. Posteriormente, al estallar la Guerra, algunos importantes nobles de la Villa apoyan a Juana, quien también había pedido apoyo a nuestra Ciudad.
En efecto, el propio Rey portugués entra en el reino castellano ese mismo mes por el sur, deteniéndose en Plasencia y, por el norte, a través de la zona de Ciudad Rodrigo. Los ejércitos al mando de Pedro de Alburquerque (Señor de Sabugal) y de Juan Galván (Obispo de Coimbra) intentaron penetrar iniciándose el sitio de Ciudad Rodrigo con 300 caballos y 7000 soldados. Pero el ataque fracasó, al ser repelido por las tropas al mando de Don Diego del Águila, y la Ciudad se mantuvo fiel a los Reyes Católicos.
Precisamente, en agradecimiento a esta fidelidad en la guerra, la Reina Isabel concede a Ciudad Rodrigo, primero, el mercado Franco con fecha 24 de junio de 1475, y después, los Reyes Católicos lo confirman el 21 de Agosto de este mismo año. Concesión que fue comunicada a la Ciudad el 31 de agosto.
Estas circunstancias fueron el origen del privilegio refrendado por los Reyes Católicos.
NUESTRAS FERIAS Y MERCADOS.
Pregonar es decir algo en voz alta para que se entere la gente en un sitio público. En nuestro caso pregonamos la Fiesta de Exaltación del Comercio Tradicional y del Mercado de los Martes, valorando el tesón de los artesanos, de los modestos ganaderos, de la gente del campo y, de forma muy especial, de los hortelanos que todas las semanas, cada martes, acudían puntualmente a su cita con una fiel clientela que se abastecía de productos frescos, en unos tiempos en los que no había frigoríficos y los congelados todavía no eran más que una especulación.
Decir martes en Ciudad Rodrigo, era decir bullicio, movimiento de gentes, calles y plazas concurridas. En definitiva, era decir vida y colorido en una época en la que empezábamos a superar mucha miseria y aun no nos habíamos planteado salir del subdesarrollo.
Decir martes era peregrinar desde toda la comarca a Ciudad Rodrigo. Por un día en martes o dos en días feriados, nuestra Ciudad se convertía en el centro del suroeste de nuestra provincia. Venían de las huertas del Águeda, de los agregados, de las dehesas, de la Socampana, en los coches de línea que llegaban de los pueblos de la comarca: Línea de Alberguería, de Aldea del Obispo, de Monsagro, del Rebollar, de Fuenteguinaldo, de la Sierra de Gata, de Villar de Ciervo y las líneas de la empresa del Pilar, recogiendo viajeros por todos los pueblos correspondientes a cada trayecto. Unos y otros, todos venían a comprar y/o vender.
En el Campo del Trigo hubo un mercado muy domestico los domingos, igual que en la Calle del Rollo, como popularmente se llamaba a la calle Lorenza Iglesias. Proveedores y clientes apenas necesitaban hablar tras el saludo obligatorio solicitando información de la familia. Eran unos mercados en los que muchos artículos se vendían por unidades, por manojos, por ristras, por docenas y por medias docenas. Los que se vendían al peso pasaban por la legendaria romana que nos daba su valor en onzas, cuarterones o picas, y en los que en ocasiones intervenía la picaresca, en forma de tocar el plato o el pilón.
Quede aquí nuestro recuerdo especial para este mercado que, aunque era dominical, marcó para siempre la actividad de la flamante calle Lorenza Iglesias, y que se iniciaba cuando las vecinas Carmelitas tocaban a misa de ocho.
El Campo del Lino, el Campo de Carniceros, el Campo del Barro y la Plaza de los Huevos fueron escenarios particulares y muy específicos del Mercado de los Martes.
Quien no recuerda es que no ha vivido. Recordar es tragar saliva, hurgar en el alma, aflorar sentimiento y nostalgias, y apretar los puños, para que no nos traicione la memoria y evitar que el brillo de una lágrima incontrolable denuncie nuestra emoción.
Una feria era más que una fiesta. Era todo un acontecimiento y a ello vamos.
SITUACIÓN DE LOS MERCADOS:
En la Plaza del Buen Alcalde, es donde se celebraba un mercado semanal los martes, además de la feria de Botijeros, de la de Mayo, de la de Agosto y de la de San Andrés.
Se consideraba un lugar importante, tanto por la cantidad de feriantes como por el encanto propio de esa Plaza, a la sombra de la monumental Iglesia de Cerralbo del siglo XVI hecho con trazas del arquitecto Juan de Valencia.
En esa Plaza, llamada coloquialmente de la Fruta, se situaban: En los soportales: “el Puntillero” con sus lienzos, la “Calcula” con sus telas, el Sr. Ángel “El Esquiliche” con sus excelentes quesos, las turroneras de la Alberca, el “Sardi” con la venta de barbos, bogas, tencas o anguilas de nuestro bendito rio Águeda, los hurdanos que traían sus aceitunas y frutas, la Señora Manuela con artículos de matanza, el aguardiente famoso de Villar de Ciervo y de Villar de la Yegua, y un curiosísimo puesto con todo tipo de baratijas.
Fuera de los soportales: el Señor Ramón y Fidela, Carmen y Simona, y Manolo Boliche, todos con fruta. De Villar de Ciervo, Villar de la Yegua y de Castillejo Martín Viejo venían con uvas e higos, de las Serradillas legumbres, Cesar y Carmen con su puesto de pescados y Gabriel, Nieves y Nemesio con la cacharrería.
Al lado de este lugar comentado y en una Plaza llena de patrimonio monumental (Plaza del Conde) se vendían patatas, legumbres, lechugas, repollos, alubias, puerros, calabacines, lombarda, cardo, guisantes, judías verdes, lentejas, etc. Recordemos algunos de aquellos hortelanos de la rica huerta del Águeda que, con entusiasmo y tesón, dieron vida a esta Plaza cada martes y días feriados, y en domingo en la calle Lorenza Iglesias: el Señor Felipe y Melania, Las “Olallas” (cinco matrimonios), la Señora María “Mis Verduras”, el Señor Rosendo “Perancho”, el Señor Manuel “Merlo”, la Señora Obdulia y el Señor Paco, la Señora Felipa y el Señor Cesáreo, el Señor Ángel y la señora Vicenta, la Señora Modesta, el Señor Miguel son algunos de los que recuerdo. Era la Plaza de la Verdura.
En lo que es hoy la Plaza dedicada a Don Dámaso Ledesma, coloquialmente conocida con el nombre de Plaza de los Huevos, se celebraba el mercado de aves, caza, huevos y cebollas, éstas venían del cercano pueblo de Espeja y tenían mucha aceptación.
El campo de las reses era espectacular, comprendía el espacio que va desde la Puerta del Conde hasta la Puerta de Amayuelas, ocupando todo el amplio glacis, desde los fosos de la muralla hasta el comercio de Los Cencerreros y la entrada a la huerta de Alaejos.
Había compras y ventas entre particulares. Pero los que no faltaban nunca eran los chalanes, auténticos profesionales del “trato”, con su blusón, su vara de pie de fresno y un fajo de billetes de cien y quinientas pesetas.
“¿Quién la vende?” preguntaba uno mientras pasaba la cayada por el lomo de la res. “El que suscribe”, respondía el dueño. “¿Ha parido?”, “¿Ha entrado al yugo?” eran preguntas previas a “pedir” un precio que, por supuesto no era fijo, y que habitualmente iba seguido de una contraoferta. Decir “si” a la primera era de mal comprador o mal vendedor. Con frecuencia surgían los mediadores, haciendo que el trato se consumara dándose la mano, acto que tenía más valor que hoy en día la firma de una escritura ante notario. Luego era el momento de echar el alboroque (que pagaba habitualmente el vendedor o el que más hubiese cedido en el trato), en cualquiera de las dos cantinas portátiles existentes, tanto en la de Pedro como en la de María Carriles, que con tanta amabilidad atendían al personal. El “medio” o “campano” de vino tinto, la posta de bacalao y un plato de escabeche con aceitunas negras eran el aperitivo ideal.
El Mercado estaba bien dotado con dos muecos (el “potro de arriba” y el “potro chico”), fuente para beber los animales y báscula para pesarlos. Los corrales de la “báscula” a veces se convertían en una auténtica plaza de toros, pues nuestro espíritu carnavalero lo hacíamos valer también en las ferias. La calleja tras las casas del “Remolacho” hacía de alar que conducía sin remedio al corral grande de la “báscula”. Aquellos encierros solían hacerse con vacas desahijadas que buscaban inútilmente el becerro, que había sido vendido y embarcado en un camión. A veces el encierro continuaba por las calles del recinto amurallado, y en alguna ocasión produciendo un gran escándalo en la Plaza Mayor, para susto de la pareja de municipales de guardia y de las personas que por allí transitaban.
En el campo existente delante del Grupo Escolar San Francisco, en lo que hoy es IES Tierra de Ciudad Rodrigo, estaba situado el ferial de ganado caballar y mular, vulgarmente conocido como el “campo los burros”. Fieles a la cita eran Pepe Corchero, los hermanos Alonso, Leoncio Macotera, Cholas, además de tantos tratantes que llegaban de fuera. Pero de lo más curioso de este ferial era ver a los gitanos con sus artes en la compra o venta de animales. Junto al patriarca “El Pájaro” por allí andaban “Lalo”, “Fatura”, “Santos”, “El Feo”, “Zenón”, “Catala”… entre otros.
Por debajo de la Florida, antes de que se construyeran las conocidas como casas del Uranio, hechas cuando se produjo la expansión de la explotación de Saelices, había un espacio donde se celebraba el mercado de ganado porcino (campo de los cerdos). Allí se compraban los cebones para las matanzas particulares, o los camperos para engordar. Era curioso ver a los propietarios con una lata de cebada en la mano para tenerlos dominados.
Un poco más abajo estaba Luis el Herrador bajo un espectacular negrillo, que no daba abasto en los días feriados, con una cola de caballerías junto al banco en cuyo yunque ajustaba las herraduras de toda clase de equinos. Su “taller”, a la sombra de un árbol hermano del célebre Árbol Gordo. Mientras Luis herraba, el escenario se convertía en el ágora en la que disertaban los “Cencerreros” (Salus, Balti y Tachi), Cañero, Macotera, Tayo, Paco Mona, alguno de los “Jareros” y los hijos del Remolacho.
Una vez situados los mercados de una forma breve, pasamos a conocer el ambiente de estos días.
La Plaza Mayor es, sin duda alguna, el centro neurálgico de la Ciudad y, por aquí, de una u otra manera pasaban la mayor parte de los que llegaban. Aunque solo fuera a dar una vuelta y compartir tertulia en algún corrillo.
Es difícil describir la intensidad de vida económica que se extendía por todas partes.
Los comercios desde las primeras horas de la mañana, eran objeto de interés de quienes nos visitaban. En ocasiones, familiares de los comerciantes acudían a “echar una mano” en días tan señalados.
Se veían infinidad de corrillos interesándose por el precio de los corderos, por el de la lana o las pieles, preguntando quién vendía vacas paridas, necesitaba un caballo o tenía gallinas ponedoras para vender. Había que ver aquel ambiente de vida comercial, compra y venta por doquier, gentes con sus cestas de mimbre y sus alforjas caminando de un lado para otro. Los niños tenían su feria en los carros de caramelos, regaliz o chicles de Castilla, Flores o Diamantino. Por la colada subía un elefante y montado en él una guapa señorita que con la compañía de una pequeña orquesta anunciaba un espectáculo circense. Mientras tanto, los charlatanes con su don de persuasión y simpatía no dejaban de vender lotes y lotes de género. Era un espectáculo ver trabajar al gran Palao, o al célebre León Salvador, a los hermanos Uribe, de inolvidable recuerdo. Por la calle de San Juan aparecía un grupo de gigantes y cabezudos que, acompañados de un tamborilero, hacían las delicias de los más pequeños dando algún susto a los mayores.
En los bares se cerraban muchos tratos pues eran lugares de convivencia y de encuentro. Solo había que ver cómo estaban el Porvenir, el Lampi, el Sanatorio, el Castilla, la Cafetería pastelería De la Viuda y los bares y las casas de comidas de las calles colindantes: calle San Juan, calle Toro, calle Sánchez Arjona, y también las posadas de Manzano y la Paloma. Veíamos seminaristas con sus padres que los habían “sacado” para comer con ellos. Lo mismo sucedía con los alumnos del internado del Instituto Fray Diego Tadeo. Esto se veía cada martes. Llegaba el coche de Manzano con más viajeros procedentes del tren correo que traía los periódicos del día de Salamanca (El Adelanto y La Gaceta) o los del día anterior de Madrid (el Marca, el ABC, Informaciones, Pueblo, etc). En el Árbol Gordo, una señora ciega (la Señora Lucía), acompañada de su lazarillo y de su violín, cantaba las coplas de los hechos más dramáticos del momento. En la feria de Mayo de cada año, a las 12, la Banda Municipal de Música ofrecía un concierto en los soportales del Ayuntamiento. Piensen por un momento con qué alegría vivíamos aquellos mercados, aquellos martes, aquellas ferias.
Y ha llegado la tarde. Los coches, desde el Juego de Pelota, singular aparcamiento alrededor del Cruce y a la sombra del convento de San Francisco, convertido en cochera y bar, van saliendo para cubrir su línea con los viajeros. También se ven a los que llegaban en carros o caballerías marchar a sus dehesas o pueblos. De igual forma vemos por los caminos el ganado que regresa porque no pudo ser vendido. Por la Ciudad se ve algún despistado que ha perdido el coche. ¡Ay si no hubiera sido por el Señor Alipio…!
¿Da la sensación de que el día ha terminado? Pues no, aún queda día. Un reguero de gente camina en la misma dirección, hacia el frontón de pelota de la Puerta del Sol que regenta el Señor Ángel Vallejo “Maura”, donde van a comenzar los partidos con los mejores pelotaris locales o con pelotaris de la región, en algunas ocasiones incluso pelotaris vascos. De entre los locales no podemos olvidar a Joaquín y Antonio Chanca “Los Patato”, Nacho Domínguez, Mariano Anaya, Zenón, Carlichi, Tayo, Briega, Berto, Pipe, Leo y muchos más que sería largo enumerar.
También la noche daba rienda a nuestro martes, a nuestra feria. El Teatro Nuevo abría sus puertas para recibir a tantos artistas de fama nacional que hicieron las delicias de todos los espectadores. Recordamos con nostalgia las actuaciones de Antonio Machín, Juanito Valderrama, Rafael Farina, Perlita de Huelva, Paquito Jerez, etc. Revistas y comedias del añorado “Teatro Siglo de Oro”. El que prefería el Circo tenía otra opción pues por aquí pasaron el circo Americano, el Circus Kansas o el de los Hermanos Tonetti.
Ahora sí ha terminado el día y nos ha dejado un recuerdo imborrable de una ciudad llena de vida, de dinamismo, de posibilidades, famosa también por sus ferias y mercados.
De un tiempo a esta parte, todo es diferente, todo ha cambiado. El transcurrir de la vida nos ha alejado inevitablemente de aquellos momentos.
No queda más remedio que agudizar el ingenio, la creatividad y la innovación como fórmula para generar riqueza. Nuestra ciudad nos aporta para llegar a las metas en estos momentos de tantos cambios.
Hoy se está trabajando por transformar nuestra Ciudad, a la vista está, y se están creando las infraestructuras necesarias para poder instalarse nuevas empresas. También es palpable como nuestra ciudad está hoy situada en el mapa de España con letras de molde, los resultados son evidentes para bien de nuestro comercio, la hostelería y para prestigio de nuestra Ciudad.
Sigamos esta línea, adelante nuestro comercio que con tanta eficacia ha servido a esta ciudad a lo largo de los años. Un ejemplo es la firma Radio Núñez (hoy homenajeada por nuestro ayuntamiento), que desde 1940 ha perseverado siendo un ejemplo de servicio a nuestra Ciudad, tanto por parte de su fundador Don Baldomero Benito Núñez como de su hijo Baldomero aquí presente. Enhorabuena.
Y hasta aquí este pregón deseando a todos ustedes disfruten de nuestro Martes Mayor.
¡Viva el Martes Mayor!
¡Viva Ciudad Rodrigo!