Así como estamos instalados, tan acríticamente, en eso que hemos etiquetado como sociedad del bienestar, lo estamos también en un irresponsable despilfarro de las energías de todo tipo.
De modo que han pasado a ser situaciones que consideramos como normales el estar la calefacción al máximo en invierno y, debido a ello, tener que abrir las ventanas; el hallarnos en pleno día en un bar, con las luces encendidas, cuando no es necesario; el tener dado el aire acondicionado, con la puerta abierta de la tienda, como hemos comprobado uno de estos últimos días.
Y podríamos multiplicar hasta el infinito los ejemplos. Cada cual podría aportar los suyos propios. Estamos instalados, como si fuera lo normal, en una práctica del despilfarro… Ah, y que no nos la quiten. Cuando nos llega a la ciudadanía el tener que tomar medidas de ahorro, decimos que nosotros no malgastamos, que son los políticos y las autoridades.
No queremos que se nos toque ni un pelo. Y eso que venimos, los españoles que nacimos a mitad de siglo pasado, años antes o años después, de una realidad de pobreza y de carencias que afectaban a la alimentación, a la indumentaria, al tener luz en las casas y otros ámbitos que quienes tenemos cierta edad hemos padecido.
Y, como somos individualistas hemos desarrollado muy poco el sentido de responsabilidad comunitaria, lo que ahorramos en nuestras casas lo malgastamos cuando estamos en un ámbito de todos.
Los ejemplos son múltiples. Vayamos al campo de la energía eléctrica. En un archivo histórico que frecuentamos, hemos visto usuarios que dan no solo el interruptor para encender el fluorescente de su lado, sino el de enfrente, correspondiente a otro usuario, cuya mesa además está vacía. Y, al marcharse, no molestarse en apagar la luz dada, como si no importara el gasto.
En un viaje de tercera edad que realizamos por Suiza y Austria, los componentes del mismo, en paseos nocturnos, comprobaban que el iluminado de calles y plazas de Zurich o de Viena era de baja intensidad, precisamente para ahorrar energía. Pues bien, la expresión de los españolitos al comprobar el hecho no fue otra que exclamar:
–¡Vaya tacaños!
No entendemos nada. No queremos entender nada. Como ocurre estos días, cuando, contra las directrices del gobierno, para cumplir un ahorro que marca la comunidad europea, ante la conflictiva situación internacional y particularmente europea, los dirigentes de alguna comunidad autónoma, utilizando el ir a la contra como arma política, dicen que ni hablar, que nuestra capital va a lucir mucho y al máximo.
“–¡Vaya tacaños!”, parecemos decir.
No queremos entender nada.
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