El pregón fue pronunciado a primera hora de la noche del lunes en la confluencia de las calles Lorenza Iglesias y Laguna
Hola, Buenas noches a todos.
Independientemente del orden que hay que llevar cuando se realiza un pregón, quiero empezar, no sé si por el final, pero quiero empezar agradeciendo a los comerciantes del arrabal, a los comerciantes de mi barrio, que hayan pensado en mí para tan grande honor, (porque, aunque suene a tópico, para mí es un gran honor) realizar este pregón. Espero estar a la altura, muchas gracias, de verdad.
Y también quiero aprovechar para agradecer a toda la gente que está detrás de este pregón y también de los reportajes que realizo. A todas las personas que han publicado estudios, libros y han escrito en prensa, que me sirven de referente a diario y que me han servido también para realizar este pregón. Agradecer enormemente también a mi amigo Chema Sánchez toda su ayuda y disposición siempre que lo necesito.
Y, por último, y tampoco sé si en realidad esto puede hacerse en los pregones y es más cosa de entrega de premios, pero me vais a permitir que dedique, sin emocionarme, este pregón a mi padre, que tan orgulloso estará ahora mismo de que yo esté aquí, en su barrio, en San Cristóbal, cerca del Voladero, iniciando este pregón.
Cuando se me propuso realizar el pregón del Martes Chico, enseguida empecé a pensar de qué manera podría orientarlo. No era fácil porque había tanto de que hablar… pero tenía que decidirme por un tema. Bien. Pensé en todos los recuerdos que tengo de este barrio, que son muchos, y el primero que se me vino a la cabeza fue la celebración de San Sebastián, y lo emocionante que era para mí venir a ver la subida del santo hasta la Catedral de Santa María para que así pudiera dar comienzo la novena. La subida del santo, durante varias décadas del siglo pasado, era acompañada por el redoble del tambor de Ángel Cardoso y su hijo Angelín, normalmente con poca compañía, todo hay que decirlo, Recuerdo también volver el día de la bajada, el día de la propia celebración, esta vez el santo muchísimo más acompañado, en presencia y música.
Hablando de tiempos pasados, recuerdo a mi abuelo contándome la rivalidad que existía entre los habitantes de “parriba”, los que vivían en intramuros y los de los arrabales. La subida del Santo iba acompañada de la tradicional pedrea en la que los chavales del arrabal y la ciudad pretendían resolver a cantazos el “agravio” que suponía que los de la ciudad le quitaban durante diez días la imagen del santo a los del arrabal, bueno, o eso era la excusa. Los de la ciudad tenían a su favor que podían protegerse con la muralla y los fosos a los que, con dificultad, llegaban los proyectiles lanzados con los “tirabeques”. La pedrea nunca resolvió de forma definitiva el agravio, y cada año se acababa zanjando con media docena de piteras.
Esta celebración de San Sebastián, que tiene este barrio de protagonista, es la celebración del patrono de la ciudad, al que ya le rindió homenaje el mismísimo conde Lord Wellington. Se cuenta, no se sabe si es historia o realidad, pero se cuenta que Wellington, el 20 de enero de 1812, rindió honores a San Sebastián tras liberar Miróbriga del asedio francés. Agradecido por su ayuda en la lucha, Le entregó al santo sus pertenencias, como su espada, su sombrero y su fajín, quitándoselo en ese mismo momento en plena procesión y ante la mirada de todo el mundo para colocárselo al santo.
Al margen de la rivalidad que hubo en muchos momentos de nuestra historia entre los habitantes de la ciudad, de intramuros, y los de los arrabales de San Francisco y El Puente, al margen de las diferencias que se saldaban con la pedrea de la que he hablado hace un momento el día de la subida del santo San Sebastián, también había muchos nexos de unión, muchas similitudes entre esos dos ambientes -ciudad y arrabal- unidos por ese pulmón verde que formaban y forman La Glorieta, Los Tilos y La Florida.
De la misma forma que en la plazuela de Béjar, después llamada ya del Buen Alcalde en honor a José Manuel Sánchez-Arjona de Velasco y la del Conde, apareció en esta zona el mercado de los martes, dicen que por el siglo XV, donde los comerciantes y los hortelanos especialmente ofrecían los productos de sus tierras y corrales, surgió el mercado de los domingos de la Calle del Rollo. La calle del Rollo es el nombre en versión popular de la calle dedicada a la heroína mirobrigense Lorenza Iglesias, que con tan solo 20 años combatió en la Guerra de la Independencia contra los franceses tras quedarse huérfana de padres y novio en el enfrentamiento.
Cuenta la leyenda que Lorenza Iglesias, y digo la leyenda porque como Lorenza era mujer no aparece en ningún registro ni lista de muertos de la guerra, ya que existía una normativa que impedía que las mujeres participaran en la guerra salvo en labores de cuidados. Bueno, pues, cuenta la leyenda que Lorenza, seguramente pensando que ya no tenía más que perder, subió hasta el palacio de los Chaves, lo que actualmente es el edificio del Porvenir, porque ella sabía que en la torre del palacio existía un cañón, y desde allí, sin más dilación, se puso a disparar. Cuando se acabó la munición bajó del torreón y a pie de guerra siguió luchando, enfrentándose a quien se pusiera por delante, hasta que, antes de llegar a la plaza mayor, cayó muerta en la calle.
Las mujeres no podían luchar en la guerra y seguramente no interesaba resaltar figuras femeninas en momentos bélicos, como si la guerra fuera únicamente algo de hombres, cuando la guerra es algo terrorífico para todo el mundo. Por ello, Lorenza Iglesias sigue siendo parte de la leyenda y no de la historia. Desde este pregón, me gustaría también hacer un homenaje a todas las mujeres que han formado parte de la historia y de la historia del arte y han pasado desapercibidas. Mujeres que han tenido que esconder sus méritos a la sombra de un hombre para que se viera su talento porque ellas no lo valían, o mujeres que simplemente no han existido y se han seguido considerando “leyendas”. Porque las mujeres también han escrito la historia.
Este martes chico, que surgió como contraposición al martes mayor o como celebración estival que rememora el nacimiento del mercado abierto en Ciudad Rodrigo, nació como la réplica de los comerciantes del arrabal de San Francisco al comercio del interior de la muralla. O quizás también como un recuerdo nostálgico de aquellos tiempos en los que cada martes el campo de Toledo, donde actualmente se ubica la estación de autobuses, se llenaba de toros, vacas, bueyes, novillos, terneras o chotos que llegaban de toda la comarca para las transacciones de ganaderos, chalanes y carniceros.
Este mercado bovino tenía su complemento porcino en el espacio comprendido entre la Florida y la plaza de los Herradores, donde el legendario Luis bajo la sombra de un negrillo gigante, aunque sin llegar al esplendor del Árbol Gordo- “calzaba” herraduras a buches, burros, mulos, jacos y caballos de pedigrí. Era el solar en el que se acabaron edificando las “casas del uranio” y donde antes, cada martes, acaparaban tostones, camperos, marranas de vientre y cebones.
Esos mercados fijos de cada martes tenían su complemento transaccional con el mercado de las bestias que solo tenía lugar en época de ferias en el campo de las Escuelas, donde actualmente está el Instituto Tierras de Ciudad Rodrigo, junto al cuartel de la Guardia Civil y que era un mercado que daría anécdotas para escribir tres pregones más y un par de tomos sobre la picaresca en el “trato” de la compra y venta de los caballos. Nombres legendarios de este mercado son algunos gitanos como “Fatura, el Pajaro, el Feo, Lalo”… y tratantes como Leoncio Macotera o el Che.
Entendemos el Martes Chico como la versión de hermano menor del martes mayor, pero, como cada renacuajo tiene su cuajo, es un hermano menor que en ocasiones apunta alto y por encima del hermano mayor. Me estoy refiriendo cuando hablamos de algunas especialidades artesanas que era imposible encontrar en la ciudad y que obligatoriamente había que buscar en el extrarradio. Estoy hablando de cencerreros, alfareros, herreros, panaderos, vinateros, albarderos…
En la calle de EL Rollo se desarrollaba un mercado dominical que hoy podríamos decir que era un “corta y pega” en versión reducida del martes en la plazuela de Béjar y la del Conde. Pero con un encanto especial, el de la relación casi fraternal de los hortelanos vendedores con los fieles compradores que esperaban los productos frescos de las huertas de las riberas del Águeda.
Era un mercado en pesetas, bueno mejor dicho en céntimos, con romanas de plato, pilón y fiel, que pesaban en libras, onzas, cuarterones y picas.
Nadie era desconocido, era el comercio de confianza. Cada cliente tenía sus proveedores y cada puesto tenía su clientela. No cabía el engaño. Era una transacción de confianza arraigada en el tiempo en la que cada uno tenía su sitio. Todo esto nada tiene que ver con los actuales supermercados de productos envasados con inscripciones de fecha de caducidad. En este comercio lo que no se vendía en el día, se lo comían los marranos o las vacas del hortelano, porque nada se desperdiciaba.
Aprovecho también que estoy hablando de mercados para, si me permitís, introducir una cuña publicitaria implorando por la permanencia de nuestros mercados de cercanía. Por suerte podemos seguir consumiendo productos de muy buena calidad de producción casera, cercana en los mercados. Hay que consumir productos de nuestras huertas para que no desaparezcan.
Si podemos considerar emblemático el mercado de la calle de El Rollo, difícil es de explicar el significado de lo que para muchos ha sido considerado el corazón de la vida social y de ocio del arrabal de San Francisco.
Me refiero al legendario Café Moderno, una institución en Ciudad Rodrigo cuya importancia transcendía a la vida del arrabal, capitaneado por Teo y su esposa Mari, escenario de banquetes de boda, comuniones, bailes, sede del Bolsín Taurino Mirobrigense y espacio que cada día, y de forma especial cada martes, acogía a los protagonistas de un mundo variopinto que jugaban su partida de tute, mus, chamelo o garrafina. Los martes el Moderno se convertía también en el gran edificio de la bolsa rural y provinciana, aunque nunca oyó hablar del Ibex 35, en la que se ajustaban ovejas, sacos de cebada, alpacas de paja o sementeras.
El Moderno era algo más que un bar o un café en las coordenadas de La Glorieta, la calle Lorenza Iglesias, la farmacia de Solórzano o ese “Corte Inglés” Mirobrigense que era La Parra, donde, si me permitís, hago un guiño a mi recuerdo recurrente todos los veranos, que era la compra de las zapatillas modelo “camping” hechas en España, con ese olor a goma tan particular, y que ahora mismo serían la envidia de cualquiera.
El Moderno tiene alma propia, que nada tiene que ver con la pomposa modernidad de su nombre, ya que su alma está enraizada con la vida de todo un arrabal, en el que ha dejado sentir la fuerza de un establecimiento que sabía tratar con cariño al cliente de toda la vida y con profesionalidad y respeto al que acudía a su barra o una mesa por primera vez, con esa clase y esa madurez que tenían los camareros de antes, con pajarita o corbata negra y lito en el brazo izquierdo.
El bolsín ya ha sido cantado con mejores voces que la mía y con pregones más autorizados, pero desde el respeto de sus figuras, permitirme que de las gracias a aquella media docena de visionarios (Abraham, Orencio, Teo, Calzada, Calleja y Casado) que en 1956 se lanzaron al ruedo de la promoción taurina de cuantos aspirantes a fenómenos llamaban a la puerta del Moderno.
El comercio del arrabal enarboló sus reivindicaciones y ganó sus espacios frente al comercio de la ciudad. Pero en lo que no hubo color y en lo que el arrabal ganó por goleada fue en algo que no puede pasar desapercibido para la ciudadanía, y es el momento en el que la expansión educativa convirtió a nuestro arrabal, a nuestro entorno, en el eje de las infraestructuras y centros educativos de la ciudad cuando poco a poco fueron sumándose a las escuelas Graduadas de chicos (1913) y a las de chicas, el actual Instituto Tierra de Ciudad Rodrigo, antes FP, las Misioneras de la Providencia, el Instituto Fray Diego Tadeo González ,el colegio Miróbriga y el San Francisco.
Esperemos que todo ello conlleve la subida del nivel cultural y formativo en el querido entorno de nuestro arrabal y nuestra calle de El Rollo.
Y hasta aquí, el pregón de hoy. No sé si breve o muy pesado. Ahora, ya solo nos queda disfrutar de lo que queda de noche, que aún queda mucha, pero sobre todo disfrutar de mañana, disfrutar del martes que, aunque aún es muy “Chico” en edad, es muy grande ya en implicación y participación.
Viva el Martes Chico
Gracias