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Un apunte sobre Klara y el sol de Kazuo Ishiguro
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Un apunte sobre Klara y el sol de Kazuo Ishiguro

Actualizado 30/07/2022 09:24
Juan Ángel Torres Rechy

Klara y el Sol pone en pie un aparato literario donde las capas sucesivas del lenguaje y de otro tipo de símbolos muchas veces conjugados con la pintura (Edward Hooper), la soledad y el amor, reflejan una intuición suspendida en el volumen del alma, un no sé qué que nos evade cuando intentamos mirarlo de frente. Esa prosa sencilla y —válgase el grose uso del adjetivo— clara —por su semejanza con el nombre de nuestra robot imponderable—, con una elegancia noble e impagable, nos mueve a preguntarnos qué se esconde detrás de cada una de nuestras intenciones.

La intención refleja su sustancia en la materia. Las cosas muchas veces no pueden ser ponderadas en su valor o esencia reales salvo por la observación o el análisis de sus causas. Lo que vemos en el mundo, al modo de las estrellas en el espacio lejano que cuando las apreciamos en realidad ya no se encuentran en ese punto pues lo visto corresponde al pasado debido al tiempo de la velocidad de la luz en su trayecto desde allá hasta acá en nuestros ojos, así también las cosas que miramos en el mundo a veces ya han sido y por consiguiente no son ni serán como las vemos más. Un estudio del origen de esas cosas nos ayudará a entender su significado. Esto comúnmente se conoce también bajo la frase las apariencias engañan.

Toda la literatura comparte este principio de la apariencia, en primera instancia por su realidad material hecha de lenguaje. La literatura no es la cosa representada entre sus páginas, sino algo más. El mundo contenido en las palabras no lo podemos tocar como sí podemos hacerlo, en cambio, con el mundo de la vida frente a nosotros. Ahí está la silla, la mesa, la ventana, el árbol, el viento. La literatura, además, no solo finge la creación de una existencia inexistente, sino que por partes iguales dota a esa inexistente existencia de un ornamento verosímil. La envoltura en retórica y poética celofán de las palabras solo permite la llegada a la experiencia del sabor del producto tras abrirla mediante las potencias del ánima y los sentidos. Ahí entra el quehacer del lector, del comensal, ante el artificio del escritor, con su cena de un verbo —siguiendo al poeta de Fontiveros, Ávila— que recrea y enamora.

Klara se vio inmersa en una situación compleja cuando le fue requerido sustituir a Josie. «En cuanto plantó un pie en la acera, Josie ya me estaba mirando. Era pálida y delgada, y mientras se acercaba a nosotras, pude comprobar que caminaba de un modo distinto al resto de los transeúntes. No es que fuera lenta, pero parecía evaluar la situación después de cada paso para asegurarse de que seguía manteniendo el equilibrio y no se caería. Calculé que tenía catorce y medio.» Klara era una AA en la novela de Kazuo Ishiguro (1954-), una robot. «Para entonces la Madre ya estaba justo detrás de Josie. Tenía el cabello negro y era delgada, aunque no tanto como Josie o alguno de los corredores. Ahora estaba más cerca y le pude ver mejor la cara; estimé su edad en cuarenta y cinco.»

La literatura inglesa y japonesa tiene en Ishiguro a un autor preocupado por reflexionar en torno a las cosas que nos hacen ser humanos. La inteligencia artificial, como se echa de ver por la mención del robot AA, de nombre Klara, sirve de instrumento para llevar adelante la reflexión narrativa. En esa sociedad de la novela, las personas disponen de robots acompañantes para cubrir necesidades diversas del hogar y el trabajo. El futuro se ha acercado al presente. La tecnología organiza y ejecuta una pluralidad de tareas del día a día de nosotras y nosotros los hombres cansados de usar las manos para trabajar.

«Ojalá pudiera salir y caminar y correr y montar en monopatín y nadar en los lagos. Pero no puedo porque mi madre tiene Coraje. Así que en lugar de hacer todo eso me tengo que quedar en casa y estar enferma. Me alegro. Me alegro de verdad.» La salud de Josie carecía de estabilidad. Su vida se encontraba limitada en aspectos relacionados con su desempeño físico. Chrissie y Paul, sus padres, buscaban la manera de ayudarla, pero también miraban cómo podían llevar adelante una eventual pérdida de Josie. Por eso revolvían la posibilidad de tener a Klara suplantando la identidad de su hija. «—Klara posee tantas cualidades únicas que nos podríamos pasar aquí la mañana repasándolas. Pero si tuviera que destacar una, bueno, diría que son sus ganas de observar y aprender. Su habilidad para absorber y relacionar todo lo que ve a su alrededor es asombrosa. Como resultado, ahora mismo posee un entendimiento más sofisticado que cualquier AA de esta tienda, incluidos los B3.»

Klara podía reproducir con exactitud infinita los movimientos de Josie, sus gustos, sus decisiones, su manera de verse para el mundo. Quizá, secretamente, había sido creada para ello. Era algo así como una imagen del deseo de modernidad volcado en una estética donde la apariencia digital conduce nuestro comportamiento hacia esa esfera de la ilusión virtual. No vemos en realidad las cosas frente a nuestros ojos, parece murmurarnos el libro. Vemos algo que ha desaparecido. La mujer y el hombre ya no están ahí. En cambio, aparecen fantasmas hermosos con unas capas fantásticas sin materia. Chrissie y Paul, los padres de Josie, pensaban ver en Klara (en la bella Klara, en la imposiblemente humana Klara) a su hija Josie.

Klara y el Sol pone en pie un aparato literario donde las capas sucesivas del lenguaje y de otro tipo de símbolos muchas veces conjugados con la pintura (Edward Hooper), la soledad y el amor, reflejan una intuición suspendida en el volumen del alma, un no sé qué que nos evade cuando intentamos mirarlo de frente. Esa prosa sencilla y —válgase el grose uso del adjetivo— clara —por su semejanza con el nombre de nuestra robot imponderable—, con una elegancia noble e impagable, nos mueve a preguntarnos qué se esconde detrás de cada una de nuestras intenciones. Una amistad cercana, al terminar su lectura de esta pieza novelística, escribió en la última página Una emoción invade mi ser; esta novela me dio un sinnúmero de emociones, entre ellas, la de que sí es posible o válido encariñarse de las cosas, de los objetos en sí, hacerlos parte de uno mismo. De ahí que de lo material uno pueda apreciar el sentimiento en el más alto sentido humanístico. Debo decir que he llegado a llorar por diversos momentos cubiertos de sensibilidad. Al ver a las personas parecemos no encontrarnos ante seres humanos. Esto nos lo recuerda Ishiguro. Al conocer a la robot, creemos no estar ante un aparato sin vida. Esto se lo agradecemos al Premio Nobel.

Como apunte final diré lo siguiente. Esa nota escrita por mi amistad cercana, o sea mi padre, donde habla de la emoción que invadió su ser, del sinnúmero de emociones brindadas por la novela, me condujo a comprar el libro No-cosas, de Byung-Chul Han. […] sí es posible o válido encariñarse de las cosas, de los objetos en sí, hacerlos parte de uno mismo. De ahí que de lo material uno pueda apreciar el sentimiento en el más alto sentido humanístico, escribió mi padre al final de Klara y el Sol, como si hubiera tomado una nota del volumen del escritor surcoreano, Han. Yo he comenzado a apreciar todas estas cosas también. La materia en sí, con su masa y su estabilidad en el tiempo y el espacio camino a la desaparición, nos hace concebir la posibilidad de un espíritu infundiéndole vida con su soplo y encanto, una vida que a diferencia de los engaños de las mujeres y los hombres no se apaga nunca y dura para siempre.

Xalapa-Equez., Veracruz, México

29 de julio de 2022

Juan Angel Torres Rechy

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