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El ser y el no ser de Peter Brook
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El ser y el no ser de Peter Brook

Actualizado 07/07/2022 09:39
Ángel González Quesada

“RICARDO.- (...) Espada, guarda tu filo; corazón, guarda tu cólera...”

SHAKESPEARE, La segunda parte del rey Enrique VI, V,II.

El pasado 3 de julio falleció, a los 97 años, uno de los mayores genios del siglo XX, el director y autor teatral Peter Brook, cuya huella, ejemplo y enseñanzas cruzan e impregnan totalmente la actividad cultural y, específicamente, escénica, dramatúrgica y de pedagogía y didáctica teatral, desde hace más de medio siglo.

Aclamado por sus participaciones, dirección y reestructuración de grandes compañías teatrales de todo el mundo, autor, guionista y director de fastuosas y geniales puestas en escena de multitud de obras en los más famosos escenarios del globo y responsable de montajes teatrales icónicos e inolvidables, como el Mahabharata, que marcaron tendencias, escuelas y proyectos durante décadas, Peter Brook siempre creyó en el teatro desnudo y puro, limpio, auténtico y despojado de adornos superfluos y elementos artificiales. Esa profunda simpleza, nunca simplicidad, que él siempre identificó con la eliminación de lo inane en la escena, le llevó en sus últimos años a recuperar en París, recuperando y rehabilitando un teatro de barrio marginal, y con actores e intérpretes no profesionales, su más cara idea: el escenario vacío como teatro total, la integración escenario-público como referente de autenticidad, verdad y pureza en la puesta en escena.

Autor de libros fundamentales en el panorama cultural (El espacio vacío, Hilos de tiempo, la calidad de la misericordia o Cambiar el punto de vista), rendido admirador, exégeta, analista y estudioso de Shakespeare, Peter Brook, que a lo largo de su dilatada trayectoria trabajó con personalidades de fama y reconocimiento mundial, como los actores Laurence Olivier, Glenda Jackson, Paul Scofield o Yoshi Oïda, o guionistas como Jean-Claude Carriére, dirigió costosísimos y valiosos montajes de ópera, teatro y grandes eventos en los grandes escenarios europeos. Sin embargo, guardián del fuego de la más radical autenticidad, quiso recuperar en el incendiado teatro parisino ‘Les Bouffes du Nord’ la verdadera esencia del arte de Talía. Montajes como Timón de Atenas, de su muy admirado Shakespeare, realizados por actores paquistaníes vecinos del barrio, no profesionales y con esporádica dedicación a las artes escénicas, sirvieron al genio londinense para realizar su deseo de comunicación total desde el escenario, desde cualquier lugar que puede y que pueda convertirse en escenario por el solo hecho de representarse allí Teatro en cualquiera de las múltiples caras de su prisma inagotable, o porque haya algún espectador que mire, entienda, comprenda o aceche el lugar donde otro pretende, artísticamente, decirle algo.

“Si un espectador no sale del teatro con al menos un milímetro de su vida cambiado, entonces los teatreros habremos fracasado”, era su reflexión humana y el frontispicio de sus principios artísticos. Implicado en las grandes causas por la igualdad y la justicia, colaborador y baluarte de las luchas por la integración, la solidaridad y el humanismo, difusor cultural, creador indesmayable e inquieto experimentador, Peter Brook fue para muchos el gran enemigo de la feria de egos que siguió arrastrando el teatro profesional en el siglo XX. Convencido defensor de lo auténtico a través de los principios elementales del Arte, quiso volver a la antigua emoción del escenario, a la magia del decir, al cuerpo desnudo, a la música de la voz, al placer de escuchar, del percibir y de saber que en el mundo existen todavía, bien que escasamente, puntos de brillante luz teatral, hogueras de inmensa belleza y sueños de aquellos que no necesitan para creer en el Teatro más que respetarlo.

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