Es por desgracia bastante antigua la idea errónea de que la cultura en un país es una especie de adorno, nada decisivo sobre el modo de vida y desarrollo de una nación; que sin cultura, sin educación en materias poco útiles, como la literatura, filosofía, historia, sociología, artes…un país puede llegar a los mismos niveles de desarrollo, o incluso más altos. De ahí una tendencia en sociedades poco cultas a despreciar o subvalorar la importancia de la educación en estas materias llamadas humanistas y a no incluir las grandes obras y conocimientos en estos campos en el concepto de riqueza. Se habla incluso de suprimir de los programas educativos materias como la Música, la Filosofía, la Historia o la Literatura.
Como si solo la posesión de la industria, el petróleo u otras energías, fuera decisiva para el nivel socioeconómico de un país. Pero un solo ejemplo bastará para demostrar que poseer una riqueza material determinada, como el petróleo, no sirve para que ese país logre un buen nivel global de desarrollo y civilización: Hay tres países que tienen de común una gran riqueza petrolífera y son muy distintos en el nivel cultural y democrático de su sociedad; Noruega tiene unos niveles de desarrollo social muy distintos a los Venezuela o a los de Arabia Saudí: la historia, la cultura, la tradición de esos tres países decide más que la posesión del petróleo el grado de nivel alcanzado en educación, investigación o desarrollo tecnológico, en cada una de esas tres sociedades.
Y el argumento contrario también prueba lo mismo: EEUU, uno de los países más ricos del mundo (en el sentido económico y tecnológico) tiene unos niveles muy bajos en campos como la convivencia pacífica entre poblaciones, la atención sociosanitaria de la población, las Artes, el pensamiento o la convivencia democrática.
Solo individuos bien formados desde la educación infantil, tienen las cualidades necesarias para poder ser ciudadanos útiles y satisfechos íntimamente; aquellos que han llegado a ser capaces de decidir con claridad sus intereses y los métodos para conseguirlos, de realizar con eficacia y satisfacción su oficio o profesión, que han internalizado las normas sociales y valorado los aspectos de la vida que no tienen que ver necesariamente con ambiciones políticas o económicas, son los auténticos ciudadanos libres y responsables. Son los que conducen al país a un progresivo crecimiento.
Pero cuando la mediocridad y las ambiciones egocéntricas se han apropiado de las instituciones y de los medios de comunicación, el resultado es una población mediocre, motivada por falsas ilusiones de conseguir rápidas riquezas o consumos constantes, como ideales de vida. Las sociedades mediocres están llenas de necios, en el sentido más estricto: personas que ignoran su propia ignorancia y quieren funcionar como portavoces de todo lo que no conocen. Cuando acceden a los puestos directivos de las instituciones las convierten en vacías, improductivas, y las llenan de propagandistas de lo que no poseen y de lo que ignoran.
Con gran lucidez San Jerónimo, en el Eclesiastés tradujo: El número de necios es infinito. La necedad, la incultura, el desprecio de lo que no se está capacitado para valorar y entender, son el verdadero lastre contra el progreso.
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