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Armas
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Armas

Actualizado 03/06/2022 08:59
Ángel González Quesada

Como la investigación científica, como el ejercicio de la violencia, como el patrimonio de la usura o como la certificación de la verdad, los adjetivos que pueden complementar el concepto ‘uso de las armas’ pueden ser antagónicos, contradictorios y opuestos, dependiendo quién los aplique, qué los rentabilice o a qué fin sirvan. Mientras la sensibilidad oficial y los grandes noticieros se rebelan contra la penúltima matanza de escolares en Estados Unidos, y las más progresistas fuerzas parlamentarias, institucionales y políticas del ‘occidente cristiano’ abogan una vez más por limitar y controlar la compraventa de armas para evitar semejantes atrocidades, esas mismas fuerzas, con el aplausos de los mismos noticieros, en las mismas tribunas firman sin pudor una nueva orden de compra de armamento para enviar a Ucrania y defender allí, dicen, la libertad y la pacífica convivencia.

Se celebra estos días, con gran despliegue de titulares y escaso pudor, el aniversario de la entrada de España en la OTAN, y pronto tendrá lugar en Madrid, con idéntica desfachatez, la Asamblea Parlamentaria de ese organismo militar, todo ello coincidente con un escenario bélico de guerra abierta en Europa, en el que los países de la OTAN toman partido y redoblan sus esfuerzos militares suministrando armas a Ucrania, destinadas a defender una libertad cuya pervivencia parece depender de esas armas. En una de las mayores crisis económicas, sanitarias y sociales de los últimos siglos, pero aprovechando la coyuntura de una opinión pública convenientemente amedrentada cada día por las noticias de la guerra, con un discurso patriotero de parvulario, los gobiernos europeos y el de los Estados Unidos de América multiplican el gasto en sus presupuestos militares, y la Unión Europea ceba y abastece la permanente y masiva compra de armas para alimentar su proyecto imperial de ser una gran potencia militar. Las contribuciones económicas a la OTAN aumentan exponencialmente en cada país, convirtiendo la política exterior europea en una subasta de puja al alza, compitiendo entre ellos por superar cifras de cooperación y gasto belicista, rebasar el último record de compra de armamento, multiplicar adhesiones a los dictados militaristas de una OTAN falsamente amedrentada, o exagerar las lealtades y parecerse cada día más, en lo peor, a un país tan poco ejemplar como EEUU.

Todavía resonando en la conciencia de los justos, aunque apagándose en la raquítica sensibilidad de la opinión pública, el horror de la penúltima matanza perpetrada en una escuela de los Estados Unidos de América, que añade decenas de personas, la mayoría niñas y niños, a la lista de las víctimas absurdas, ha vuelto a destaparse la recurrente polémica en torno a la fácil compraventa de armas (por particulares) en el país americano. Una controversia que sin duda volverá a cerrarse en favor de los mercaderes y volverá a ponerse de parte de los beneficios económicos del comercio armamentista, interesadamente confundido con la expresión de la libertad.

Los insultos al pacifismo y a los pacifistas y las desautorizaciones del diálogo, el desprecio del acuerdo, la maldición del pacto y el desprestigio del entendimiento que pusieran fin al enfrentamiento, son solo las mezquinas defensas del belicismo rampante. La indignidad de vender el abrazo patriótico y hacer de la solidaridad humana un cheque en blanco para el mercado de las armas, deshonra a los gobiernos e insulta a las naciones. Las armas sirven solo para matar. Los eufemismos que las califican como defensivas, preventivas o disuasorias son solo disfraces del fracaso de la inteligencia y de la inacabable pulsión violenta y destructiva que está en el mudo origen de las guerras. Úselas quien las use, un estado o un sicópata, las armas siembran y generan lo contrario de la fraternidad y no podrán ser nunca, ni con cascos de colores, herramientas para la paz. Comprar armas en la tienda de la esquina no es más absurdo que dedicar el dinero público a alimentar ejércitos; ambas acciones no solo son amorales sino estúpidas, porque no albergan en su sentido sino el núcleo de la violencia, en sí, en su presente, en su futuro y en su consecuencia. El tiroteo indiscriminado en una escuela no es muy distinto, en su significado, del bombardeo de una ciudad. Ni menos salvaje.

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