A raíz del fallecimiento de su íntimo amigo de la niñez, Miguel “El Joyero”, Ciudad Rodrigo fue perdiendo significación para Tomé
Quiso el destino que quien firma esta crónica de urgencia fuera tal vez el último de los poetas mirobrigenses que hablaron, por vía telefónica, con el poeta y también sacerdote claretiano (Congregación de Misioneros hijos del Corazón de María), que nació en Ciudad Rodrigo en 1927 y acaba de fallecer en Puerto Rico el 18 mayo del año en curso a los 95 años de edad. Hablamos varias veces por teléfono en el mes de agosto del 2020, con motivo de recabar de él los datos de sus últimas publicaciones poéticas, si las hubiere, para incluirlas en su currículo literario próximo a ser impreso en una actualizada Historia de Ciudad Rodrigo y su Tierra que, por iniciativa e impulso del actual alcalde don Marcos Iglesias, encomendó su redacción a las personas integrantes del Centro de Estudios Mirobrigenses (CEM). Distribuidos los capítulos y epígrafes, al arriba firmante le fue adjudicada, además de alguna otra, la redacción de “ La poesía contemporánea…”, por cuanto dada la apremiante necesidad era preciso e inevitable intentar establecer telefónicamente el contacto personal con el Padre J. Tomé.
Es de advertir que, durante cierto tiempo, ambos habíamos mantenido correspondencia epistolar y establecido intercambios de nuestras publicaciones, de manera que no éramos extraños el uno para el otro. La cuestión ahora estribaba en si él me reconocería o no dadas las noticias que circulaban acerca de su deterioro cognitivo. Puestos al habla con un tal Francisco, portorriqueño a quien la Orden le había asignado como asistente-cuidador, y tras ajustar las inconveniencias del huso horario existentes entre Puerto Rico y Ciudad Rodrigo, su asistente al que J. Tomé llamaba Paco me indicó las horas en las que debía llamar, ya que eran las que consideraba óptimas para hallarle despierto y con mayor probabilidad de lucidez mental. De manera que, tras varios intentos fallidos, con la práctica casi todo resultó coser y cantar. No obstante, acaso valga la pena hacer el siguiente repaso de algunos acontecimientos. Veamos.
A raíz del fallecimiento de su íntimo amigo de la niñez, Miguel “El Joyero”, Ciudad Rodrigo fue perdiendo significación para Tomé, como si de repente hubiera quedado huérfano, vacío de recuerdos. La vida en Puerto Rico ocupaba por entero su actividad cotidiana e interés. De modo que una tarde, para comprobar su nivel de consciencia le comenté. “Oye, Jesús, yo soy el hermano más joven de Florencio Corchete, que fue uno de tus compañeros al que llamábais Chencho en las EE. Graduadas “San Francisco”; él me ha contado que a ti te llamaban “Chichi”, ¿por qué te llamaban así?” Me respondió como con cara de sorprendido: “Es cierto, Santiago, así me llamaban; supongo que sería debido a mi corta estatura. Al lado de ellos tan altotes, mi físico tan bajito ni se veía…ja,ja,ja, era por eso, no lo dudes. Y entonces le informé del proyecto en el que estaba trabajando el CEM, aplicando los criterios metodológicos y científicos de la historiografía actual, proyecto en que su nombre figuraría por méritos y derecho propio. “Muy bien, muy bien, me parece una idea magnífica y muy necesaria”.
Confieso que en aquel momento experimenté una honda satisfacción humana y poética cuando, al finalizar nuestra conversación y despedirnos, le dije: “como has podido ver, ya nunca serás “habitante del olvido”, porque nunca residirás en él”. D.E.P.