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Habitando la casa de la poesía salmantina: Charo Ruano
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Poesía para niños y para adultos

Habitando la casa de la poesía salmantina: Charo Ruano

Actualizado 08/05/2022 10:09
Charo Alonso

Dos libros muy diferentes para una autora que ha marcado el ritmo de la poesía salmantina, referente ético de una forma de hacer periodismo cultural

En la casa de la poesía de Salamanca habita Charo Ruano no solo el cuarto de atrás sino la estancia toda. Espacio riguroso de periodismo cultural, de páginas que son genealogía de una escritura siempre fiel a sí misma, de Feria del Libro que no se concibe sin su presencia, verso suelto y personal y sin embargo, rimando con los otros, acompañando, apoyando, referente ético, poético de esta ciudad letrada en la que se alza su CASA. Una casa donde la vida se reconstruye, se salva, se pelea y al final se levanta el poemario que es una historia en sí misma, la de sus habitantes y su forma de habitar el símbolo que es la casa de la vida.

Charo Alonso: Tenías un poema sobre una casa en construcción hace mucho ¿Hay algún lugar protegido de toda perturbación, Charo?

Charo Ruano: Creo que si teníamos alguna duda, los acontecimientos de los últimos tiempos nos lo han dejado claro. No, no hay ningún sitio protegido, esto estaba claro, nos hundimos juntos o nos salvamos juntos y parece que hemos decidido hundirnos. El poema del que hablas tiene 20 años, lo escribí en 2002, que es cuando comencé este libro. Salamanca era capital cultural europea y creo que a mí ya empezaban a agobiarme muchas cosas, de ahí la necesidad de ese hueco, esa casa, ese espacio para reconstruirse, que como ves, no salió bien. Demasiadas tormentas, demasiados acontecimientos, demasiadas pérdidas y pocos sitios en los que cobijarse, al final… la intemperie.

Ch.A.: En el proceso posterior de escritura de este libro, ¿te pudo la pandemia?

Ch.R.: Los primeros poemas, cuatro o cinco quizá, son de esa época, de hecho se publicaron en México con ocasión de la Feria del libro de Guadalajara, donde Castilla y León estaba invitada por el 2002… Luego el texto durmió años y años en diferentes cajones, siempre estaba en mi cabeza, pero siempre algo lo adelantaba, otros libros, otras cosas… y cuando llegó el confinamiento, la pandemia, el aislamiento, volví a él porque entonces ya estaba claro en mi cabeza cómo se desarrollaba la historia, cómo acababa… Es un texto al que he dado muchas vueltas, pero creo que hasta que no llegué a la última frase no acabé de verlo. La situación de desesperación influyó, sin duda, pero vamos que yo siempre escribo con ese punto de desesperanza.

Ch.A.: Sánchez Zamarreño habla de un tono de “carcoma” en la observación que hace de tu voz narrativa. ¿Cómo marcas este tono que tus lectores ya conocemos y que se caracteriza por la desnudez y la lucidez casi dolorosas?

Ch.R.: Mercedes Marcos y Antonio S. Zamarreño son infinitamente generosos conmigo siempre, leen mis textos, me dan su opinión y lo que me vale su lectura no puedo cuantificarlo. Antonio esta vez creo que ha dado con la palabra exacta, ‘carcoma’, carcoma que se va apoderando de todo, hasta ese ‘Urge demolición’ que cierra el poemario, es lo que recorre el libro… En cuanto a la desnudez y la lucidez que dices, admito que me interesa eso, que busco eso, golpear, conmover, remover, despertar… No me valen las palabras bonitas, dulces, las caricias, no... A estas alturas ya sabemos todos que la vida duele y a veces duele mucho, y a veces no tiene remedio.

Ch.A.: ¿Hay esperanza, Charo?

Ch.R.: ¿Esperanza? En algún rincón de mi alma debe quedar una frágil hebra, porque sigo aquí y sigo escribiendo, pero así, en frío y racionalmente no, no hay esperanza. Chantal Maillard, grande entre las grandes, decía en una entrevista reciente que la palabra esperanza no estaba en su diccionario… Y nos pasamos la vida esperando, esperando que nos miren, esperando que nos vean, esperando que nos reconozcan, esperando que nos amen, esperando… y nosotros hacemos esperar, damos falsas esperanzas, ese es el juego, mantener la tensión para que se sostenga el tinglado que hemos montado y que si aflojamos, se va al carajo y nosotros con él.

Ch.A.: Tu anterior libro, ‘Cara mater, cara figlia’, personalísimo, sufrió los rigores de la pandemia. ¿Qué nos dirías de él ahora?

Ch.R.: Creo que es un buen libro, maravillosamente diseñado por Carmen Borrego y cuidado hasta los más pequeños detalles. Yo siempre necesito que alguien cuide mis publicaciones, Mario Martín siempre y Carmen esta vez. Yo necesitaba escribir ‘Cara mater’ y sacarlo en ese momento, y sí, es personal, íntimo, pero no hay nada más universal que lo que yo cuento en el libro. El momento fue el más inoportuno, pero vamos, escribo poesía, cualquier momento es inadecuado. Antonio Gamoneda dice que la poesía «no sirve para nada en una sociedad como la nuestra», convencido de que se trata de un acto creativo «irremediablemente íntimo, subjetivo y personal» y yo no voy a llevarle la contraria a Gamoneda. Dicho lo cual, lo bueno de los libros es que están ahí, tienen muchas vidas y en cualquier momento alguien lo descubrirá, yo desde luego intentaré moverlo un poco si empiezan a mejorar las cosas, porque creo en lo que hice.

Ch.A.: ‘La casa’ está publicado por Amarante, y tu casa estaba en Amarú.

Ch.R.: Con ‘Cara mater’ coincidió también que Amarú, mi editorial de siempre, cerraba, y quería que el libro saliera con ellos… No deja de ser curioso que la editorial se abriera con mi primer libro, ‘Hicimos de la noche…’ y cerrara con este, que yo creo que fue el último libro que publicaron, no puedo asegurarlo, un motivo más de desolación tener que dejar tu casa. Dicho esto, agradecer a Amarante que me haya acogido en la suya con los brazos abiertos.

Ch.A.: Destrucción y desolación, pero publicas un canto a la alegría con ‘La pandilla de Hamelín’, una auténtica joya.

Ch.R.: A veces tengo que jurar sobre la biblia que soy la misma persona que escribe ambos libros. Es que la literatura infantil para mí va siempre por otro camino, el del juego, la alegría, la emoción, la fascinación, esas caritas que te miran y te piden otro, otro poema, otra vez… Cuando escribo para niños estoy en modo feliz, aunque sea simulado, que no lo es, soy feliz escribiendo para niños y que tú me digas que es una joya, me da una gran alegría.

Ch.A.: En la primera parte haces de los títulos el comienzo del poema y le das la vuelta a los arquetipos de los cuentos o los humanizas, me ha encantado ¿Cómo se te ocurrió?

Ch.R.: Se me ocurrió jugando con los cuentos clásicos, esto lo hizo magistralmente Roal Dahl y yo comencé hace mucho a hacerlo en encuentros con los niños… Y si a Pinocho… Y si Ricitos… Y si Blanca Nieves… Ahora los cuentos clásicos van dejando el sitio a héroes que caducan en tres días y es una pena, porque los cuentos clásicos son el hilo de unión entre la bisabuela y el peque de la casa, todos saben quién es Caperucita, o sabían porque ahora se llevan cosas tan adecuadas, tan correctas, tan, tan… que en muchas casas y en algunas aulas los clásicos están vetados, no sea que la criatura se nos traumatice, tal vez deberíamos releer a Bruno Bettelheim y su Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Pero bueno, a mí me gustaban tanto esos cuentos… De niña me aprendía párrafos enteros para repetírmelos a solas por la noche, y me gustan y hay tantas versiones, además de la canónica, que yo decidí hacer la mía.

Ch.A.: Y luego, los sentidos y la luna. ¿Cómo se te ocurrió esta división?

Ch.R.: Eran tres partes cerradas, y que llevaban esperando ver la luz demasiado tiempo, así que decidí reunirlas, porque por separado (a no ser que alguien me ofreciera hacer un álbum ilustrado, cosa harto improbable) no podían salir. Yo creo que la parte más potente es la primera, pero me ha sorprendido lo que han gustado los sentidos… y la luna siempre ha estado presente en mis libros infantiles

Carmen Borrego: ¿Qué debe tener la poesía escrita para niños... de cinco a 105 años?

Ch.R.: Creo que si hago presentaciones en los centros de mayores tengo el éxito asegurado… La poesía para niños, como casi todo, tiene que tener ritmo, pasión, un lenguaje cuidado, claro, transparente, un tema en el que el niño se reconozca o reconozca la situación, que le plantee dudas y le dé soluciones… para mí lo fundamental es el ritmo, si a un poema para niños le falla el ritmo, nunca funcionará.

Ch.A.: ¿Qué hacemos mal para que los niños no lean?

Ch.R.: Todo, estamos haciendo todo mal. Basta con mirar a nuestro alrededor y veremos peques que van en su sillita mirando entusiasmados, no la calle, la gente, sino la pantalla del móvil de papá o de mamá, y de ahí en adelante todo irá a peor. Cuando aprenden a leer los dejamos solos, abandonados a su suerte, en vez de seguir compartiendo ese momento de intimidad que les encanta, solo para ellos. Y cuidado, que tampoco es ya lo habitual que se les lea un cuento por la noche, tú preguntas en una clase de cinco años a cuántos les leen un cuento y te llevas una sorpresa infinita. Estamos acostumbrando al niño desde pequeño a un mundo de imágenes descontrolado que va a una velocidad de vértigo y eso es todo lo contrario de la lectura, que necesita un cierto sosiego, una cierta concentración que hay que educar desde pequeño.

Ch.A.: ¿Y en el instituto?

Ch.R.: En el instituto, tú lo sabes mejor que yo, hay tantas cosas a las que atender, son tiempos de descubrimiento, de enamoramiento, de tantas cosas, que es normal que se relajen, pero siempre habrá un niño, un adolescente, que mirará un libro entusiasmado y descubrirá hasta dónde puede llegar leyendo, que es hasta el infinito y más allá, y contra eso no van a poder.