Santa Teresa de Jesús no puede sufrir el desgarramiento interior de la Iglesia, la división, la mentira…; le duele profundamente la cantidad de almas que se pierdan.
Teresa, comprometida con la Iglesia, quiere que sus monjas tengan como ocupación principal el orar por la Iglesia y sus necesidades. Ella misma reconoce que las divisiones religiosas del momento fueron el motor que la impulsó a fundar.
Sintetiza Maximiliano Herráiz: la realidad de la Iglesia golpea fuertemente el espíritu de Teresa, se conmueven los cimientos de la Iglesia, se rompe su unidad. ¿Qué puede hacer ella? Tiene conocimiento de una respuesta militar y está convencida de que no es ese el camino. La unidad no se restablece por la fuerza de las armas sino por la conversión de la misma Iglesia y son tiempos de “desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres” (CE 4,1). Está dispuesta a dar mil vidas para remedio de un alma de las muchas que allí se perdían. Y se le ocurre la idea genial de hacer lo poquito que está a su alcance y procurar que otras hicieran lo mismo, poniendo los ojos en el esposo, sin dejar espacio para “negocios de poca importancia”. Sólo cuenta “su gloria y el bien de su Iglesia”.
El amor a la Iglesia toma cuerpo en Teresa antes de la fundación de san José. La misma experiencia de Dios que le empujaba a Teresa a la soledad, hace que este encuentro con Dios la lleve a preocuparse y a vivir en sintonía con la iglesia y no puede permanecer al margen de la realidad en que vive la Iglesia y el mundo, sino que entra a sufrir los desgarros de la comunión eclesial. Este cambio de rumbo en la vida de Teresa, aparece claramente en el capítulo 32 de Vida, donde relata la experiencia de sentirse metida en el infierno. Ocurrió Estando un día en oración, le parecía que se halló en un punto toda estar metida en el infierno. Ello fue en brevísimo espacio. Teresa quedó espantada y le faltaba el color natural; pero al mismo tiempo fue una gracia, porque le aprovechó mucho.
Qué podía hacer ella, mujer y ruin, ante “tantos grandes males” del mundo y de las almas que se privan definitivamente de la presencia de Dios personal: “pensé que lo primero era seguir el llamamiento que su Majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese” (V 32, 9). Y animó a otras religiosas a que se comprometieran con el Señor, pues su obra “sería una estrella que diese de sí gran resplandor” (V 32,11).
Teresa amaba a la Iglesia. Pablo VI declaró su devoción especial a santa Teresa, por su amor a la Iglesia y por su sentido de la Iglesia.
“Al fin, Señor, muero hija de la iglesia”, son palabras que revelan, en la hora de la muerte, su confianza absoluta por el Señor y por sentirse vinculada por la fe y el bautismo. El amor eclesial se encarnó en un servicio de oración y de renovación religiosa y se prolongó, después de su muerte, con sus escritos.
El amor de Dios le lleva al amor a las almas y el amor a Cristo le compromete con el servicio a la Iglesia. Ella sentía la perdición de tantas almas; las necesidades de la iglesia le afligían tanto que le parecía burla tener pena por otra cosa.
Martín Descalzo daba cinco razones por la que amaba a la Iglesia:
Amo a la Iglesia porque salió del costado de Jesucristo.
Amo a la Iglesia porque ella y sólo ella me ha dado a Jesucristo y cuanto sé de él. Amo a la Iglesia porque está llena de santos.
Amo también a la Iglesia porque es imperfecta.
Amo a la Iglesia porque es mi Madre. Ella me engendró, ella me sigue amamantando.
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