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Contar, explicar, decir
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Contar, explicar, decir

Actualizado 05/03/2022 09:22
Ángel González Quesada

Pocas veces habíamos sido tan libres de repensar la realidad, en cambio, pocas veces hemos estado tan amenazados por la capacidad de un sistema para imponer tan impunemente verdades uniformadoras. Pero, por más que inculquen unas verdades, si no coinciden con la realidad más inmediata, un día u otro se produce la quiebra y la hipnosis mediática desaparece.

Han bastado unos días desde la agresión de Rusia a Ucrania, para darnos cuenta, si eso fuese necesario, de que el periodismo español, salvando escasísimas excepciones, adolece de un nivel tan ínfimo de calidad y profesionalidad, que está empujando a buena parte de las audiencias españolas a tratar de informarse de la guerra en Ucrania en medios extranjeros, en redes sociales o en blogs privados y freelances, ya que los grandes medios españoles (prensa escrita, radio y televisión), con esa inveterada costumbre de enviar sus más prestigiosos (y millonarios) nombres a informar in situ con decorado real, se están dedicando como impelidos por una necesidad general de constatar su implicación, a la información más ñoña, sensiblera y timorata que cuenta el detalle particular, el lagrimeo sentimentaloide y quejumbroso, a la espectacularización de la pena y a limitar lo que debería ser información compleja, detallada y veraz sobre una peligrosísima guerra, a la simplificación de situaciones puntuales (niños afectados, labores humanitarias de ONG,s, entrevistas a adolescentes llorosos o madres de familia afectadas). Informaciones que, teniendo muchísima importancia, están destinadas no a una información veraz, compuesta tanto de situaciones personales o de la población como de la realidad militar del desarrollo de las operaciones, las motivaciones políticas y posturas, propuestas, reacciones o consecuencias políticas, geoestratégicas o económicas que cada día cambian y merecen ser conocidas por toda la población, a la que se sigue tomando como menor de edad.

Sumida desde hace años en el sensacionalismo más burdo, y dedicada al pueril juego político local de quitaypon de cargos, encuestas y rumores, a la generalidad de la prensa española le ha venido muy grande la realidad de una guerra mundial, y ha encontrado en esta de Ucrania el crisol más adecuado para sustanciar su baratura, para dejar de nuevo en evidencia su profunda naturaleza efectista y populachera y para constatar, una vez más, la incapacidad de la bolsa de valores y de las plusvalías monetarias para gestionar racionalmente la libertad de prensa o, simplemente, el ejercicio del periodismo.

Existen, sin duda, en este país, profesionales del periodismo que serían capaces de conseguir y transmitir informaciones de altura, profesionales y detalladas sobre el conflicto ucraniano, y no cabe duda de que una libertad de acción de los periodistas en los medios de información, un apoyo empresarial inequívoco a los proyectos periodísticos de corresponsalía o investigación, también sobre esta guerra, cristalizaría en la elevación del nivel periodístico y, consecuentemente, en el retorno de gran parte de la ciudadanía a unos medios informativos ya convertidos en secundarios en la formación de la opinión pública. Pero empezando por las precarias e inestables condiciones laborales de los periodistas (salvo las de los cuatro gurús de la “credibilidad”), y continuando por las intraspasables líneas editoriales, intereses partidistas, políticos y económicos impuestos por los propietarios y accionistas de los medios y terminando por la forzada ideologización del ejercicio periodístico en España, la conocida infantilización del lenguaje, trivialización de los contenidos y baratura de los proyectos de los medios, santos y señas de su misma existencia, se transmite, indefectiblemente, a cuestiones tan complejas, dolorosas y delicadas como el ataque de Rusia a Ucrania.

Una serie de televisión La ausencia total de auténticos periodistas de guerra, que en otro tiempo, desde los campos de batalla, las cancillerías, las fronteras o, decía el periodista “el barro de la historia”, iluminaron el ansia de verdad de quienes éramos cercanamente ajenos, por la distancia, a los conflictos (Kapuscinski, Webb, Ezcurra, Gervasio Sánchez, Addario...), han sido sustituidos por presentadores de telediarios y conductores de magazines mañaneros, enviados micrófono en mano a entrevistar a voluntarios en la retaguardia, a retratar familias de refugiados, preferentemente con niños, o a narrar lejanamente las explosiones y las columnas de humo de una guerra que parece ser, para ellos, solo un enorme contenedor de tragedias personales.

Tal vez las tragedias personales sean la cara más cruel de las guerras, y tratar de evitarlas debería alzarse como la principal labor de todos nosotros. Tratar de evitarlas. Un viejo adagio afirma que el papel del mejor político no es solucionar problemas sino tratar de que no se planteen. Quizá el papel del mejor periodista fuese también informar de las labores de quienes tratan de evitar la guerra, no limitarse a esperar a sus víctimas micrófono en mano.

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