El pregón fue pronunciado a última hora de la tarde del Jueves de Casetas en el Teatro Nuevo Fernando Arrabal
A la vista de los nombres de quienes me han precedido en el honorable cometido de pregonar el Bolsín de Ciudad Rodrigo, deduzco que, año tras año, este pregón suele informar sobre asuntos taurinos.
Es a mí a quien toca hoy toca hablarles de toros sabiendo que no es fácil despertar el interés de unos aficionados a los toros contándoles tan solo mis opiniones porque, sin duda a ustedes les parecerá más ameno debatir o simplemente conversar de toros a escuchar la arenga de un taurino supuestamente ilustrado.
También tengo claro que no debo atreverme a dar consejos a nadie, y mucho menos a un aficionado a los toros. Después de todo, un aficionado mantiene con la tauromaquia un vínculo emocional y por tanto anclado en la subjetividad. Un aficionado no necesita meditar y acertar en sus valoraciones, por eso puede prescindir de lecciones y consejos sobre el tema. Si somos aficionados es para amar el toreo y disfrutar de él sin compromisos, y no para obligarnos a conocerlo a fondo, del mismo modo que un melómano que no sabe solfeo e ignora qué es una corchea puede deleitarse con una melodía y, mal comparado, del mismo modo que un abuelo disfruta de la compañía de su nieto, libre del trabajo de educarlo.
No obstantes estas precauciones, compartiré con los aficionados presentes, los profesionales taurinos, los ganaderos y toreros, así como las autoridades que participan e impulsan este Bolsín, una reflexión que le he pedido prestada al escritor Jorge Wasenberg:
Según este divulgador científico
“Hay dos opciones para lograr la excelencia: una de gran mérito consiste en la formación de sus miembros; la otra, de mérito algo más dudoso, en la simple selección de excelentes”
Tratando como trata este bolsín de la formación de nuevos toreros, hay que resaltar que su mérito consiste precisamente en esmerarse en formar, no en limitarse a descubrir al excelente entre un amplio colectivo, como a menudo ocurre en algunas escuelas taurinas.
Por eso es preciso felicitarse por la mera idea de crear un “bolsín” ,mantenerlo en el tiempo y de convertirlo en un clásico de la tradición taurina española. Un vocablo, “bolsín”, cuya etimología quizás alguien de ustedes pueda aclararme porque la RAE no debe haberse enterado aún de lo que significa para nosotros ya que lo reduce al contexto económico.
Ruego desde aquí al profesor Wasenberg que disculpe mi atrevimiento por utilizar su aforismo con los toreros ya que sabemos que es un antitaurino sedicente, pero ya sabemos que cuando publicamos un texto nos arriesgamos a que se utilice en un contexto en principio impensable.
Salvando las distancias, también yo correré ese riesgo con este pregón, ya que voy a servirme de él para formular un decálogo dedicado a los jóvenes participantes en este bolsín tomando como propio el reto de aportar desde aquí mi granito de arena en su formación para la carrera de “torero profesional” que han escogido, un título para el que calificativos como “dura” o difícil” son meros pleonasmos.
Y es que, a diferencia de los aficionados, ya sean prácticos o no, puede que a los toreros sí les interese tomar nota de algunas orientaciones aunque solo sea para confirmar intuiciones, enfocar dilemas o, lo que a veces es más útil, desechar tópicos facilones de esos que nos cuentan cuando empezamos en esto.
Si me permito dirigirme a los novilleros y proponerles sin complejos el siguiente “decálogo del buen torero” es con la esperanza de que atisben en él siquiera una pequeña verdad a la que agarrarse, alguna recóndita certeza capaz de generar una gota de confianza para navegar en ese proceloso mar de incertidumbres que es el toreo.
Vaya entonces por vosotros este prontuario en forma de sencillo decálogo que quizás pueda seros de utilidad y que, con permiso de todos ustedes, paso ahora a enunciar:
1 No pretenderás saber de toros, sino “saber ver” toros (y toreros).
Un torero no tiene que saber de toros. De poco le sirve a un torero estar informado en historia taurina ni estudiado en reglamentos y convenios colectivos taurinos. Tampoco saber quién es el empresario de cada plaza ni quien apodera a cada torero en activo. Por mera curiosidad, un torero puede tomarse la molestarse en estudiar los árboles genealógicos y los encastes, pero no le será útil en absoluto. Ninguna de todas estas es, por así decirlo, una “asignatura curricular” de la carrera de torero, antes al contrario, acarrean una clamorosa pérdida de tiempo.
Perfectamente se puede llegar a ser matador de toros, y sobran los ejemplos, sin tener ni idea de todos estos temas y otros muchos que entran en lo que solemos llamar “saber de toros”. En realidad, eso de “saber de toros” queda para los denominados “entendidos”: ese personaje, tal vez un tanto patético, del clásico mundo del toro.
Sin embargo hay algo que a ti como torero sí deberá preocuparte, y mucho. Se trata de educar tu capacidad de evaluación visual rápida de la conducta del toro, un animal que informa de su carácter con total transparencia. Desde que un toro asoma por la puerta de chiqueros empieza a hablar y no para. Su conducta en la plaza es el lenguaje que utiliza y es un lenguaje que un torero ha de conocer. Con sus movimientos y su mirada el toro te da noticias de sí mismo, algunas buenas y otras no tanto.
Se trata pues de “saber ver”. También podríamos decir con más precisión “saber interpretar” o si lo prefieres, “saber mirar”. Para mí, y aunque sea más imprecisa, la expresión “saber ver” es la más apropiada porque pertenece metalenguaje taurino, y lo afirmo en una tierra de profesionales que también utilizan su buen ojo: los “veedores” de toros, aunque en este caso para tomar nota tan solo de su morfología.
Pues bien, si eres tan solo espectador y estás observando un toro que le toca a otro, “saber verlo” te exigirá intuición, experiencia y claridad de ideas, es decir, inteligencia torera.
No olvidemos que, para su mejor examen, la conducta del toro en la plaza puede descomponerse en un cúmulo de matices sutiles y entremezclados tales como la fijeza, la prontitud, la lateralidad, la humillación, el recorrido, etc., que marcan un perfil determinado de lo que se alguien definió como “toreabilidad”. Son matices que se muestran, evolucionan, se acentúan o desaparecen, y que no se dejan evaluar sin afinar bien el ojo.
Cuando el asunto es “saber ver” tu propio toro el problema cobra mucha más importancia y además se complica, más que nada porque si se trata de TU toro, se trata de TU problema.
Para conseguir evaluar tu toro deberás primero enfriar el estrés y aparcar el miedo.
Si no eres capaz de pensar con frialdad tu mirada no se lanzará hacia afuera con la minuciosidad necesaria porque tu cabeza estará demasiado ocupada explorando tu propio interior y buscando en él el valor necesario para superar el trance.
En todo caso, procurarás acostumbrarte a ver tu toro con una mirada limpia de prejuicios, comprensiva, nunca combativa, y te forzarás a encontrar aspectos positivos de la conducta de cada animal. Siempre los hay.
Mirarás a tu toro como se mira a alguien conocido, librándote de ese odio con que los seres humanos (y quizás también los seres bovinos) solemos recibir a lo desconocido. Te creerás sus buenas señales y confiarás en ellas para arriesgarte a torear, en cuanto a las malas, las considerarás tan solo defectos corregibles. Con esta actitud hay que torear despacio, pero pronto, sin perder tiempo esperando certeza alguna.
Ahora bien, si de lo que se trata es de ver toreros, emplearás tu mirada más crítica y nunca serás fácil de complacer.
Todos los toreros poseen virtudes, “bolitas” caídas del cielo, como decía Rafael de Paula, pero las apariencias son engañosas. Hay toreros que lo dan todo, pero sabe a poco, y otros que, dando lo justito, nos dejan satisfechos. Hay toreros de trazo largo y alto riesgo, pero poco pellizco, y otros que exhiben un toreo a ráfagas, cortito pero bonito, escondidos detrás de la muleta.
Algunos muestran una naturalidad que es muy fotogénica, pero nada cinematográfica porque, aunque salpicada de bellas instantáneas, carece de ritmo o profundidad en la cinemática de su toreo. Y por último hay unos pocos que poseen todos los atributos necesarios para producir un toreo total y, como a todos los demás, hay que ser exigentes para diferenciarlos y tasarlos.
Un último aviso: tanto para ver el toro como para ver un torero en la plaza contarás con una gran ventaja: en la lidia, ambos se muestran siempre tal como son, ni mejores ni peores.
2 Te llamarás a ti mismo torero y te harás digno de ese título
Te nombrarás a ti mismo como “torero” pero no te conformarás con eso, también te esforzarás en hacerle honor a este título con tu conducta en la plaza y en la calle.
Torero no hay que parecerlo, hay que serlo, que no es poco. No está mal caminar erguido y vestir ropa ceñida pero lo que realmente cuenta no es tu “outfit” cotidiano, sino vivir a la altura ética del título de torero.
Te respetarás a ti mismo y del mismo modo respetarás al toro como tu correlato irracional, un ser vivo que posee un espacio-tiempo propio, muy distinto del tuyo, pero al que deberás imitar en algo que será más difícil de conseguir para ti que para él, a saber, la capacidad de entregarse hasta la muerte.
Respetarás tu profesión, su historia y su liturgia. Pero sobre todo respetarás a tus compañeros. Pero no te equivoques, un torero honesto y valiente puede comportarse como un mezquino y un cobarde fuera de la plaza. Los cinco centímetros de grosor de las tablas separan dos universos de distinta ética y distinta estética, de manera que triunfan algunos acomplejados y fracasan muchos grandes tipos.
Alguien afirmó que todos los pecados tienen su origen en el complejo de inferioridad, que también se llama ambición. No es cierto que para ser torero se necesite mucha ambición, lo que sí se precisa es mucha afición. El que triunfa dejando cadáveres en el armario puede aspirar a hacerse rico, pero no será digno de llamarse torero con mayúsculas.
3 Creerás en un maestro y seguirás su ejemplo
Has de resistirte a imitar, pero si el influjo es demasiado fuerte no debe importarte ceder. La personalidad llega con paciencia. No pasa nada por imitar, todos lo han hecho en mayor o menor medida, pero es preciso fijarse un arquetipo, un referente de altura sin abandonar nunca la idea de mejorar el modelo, porque siempre es posible.
Es necesario que veas a todos los toreros que puedas, de todas las épocas, pero adoptarás como maestro especialmente a uno de aquellos que hacen fácil el toreo, de él aprenderás las claves.
Pensarás sin cesar en los que son verdaderamente grandes. Por suerte, en el mundo del toro y a diferencia de otras artes, es frecuente conocer y tratar a los grandes cuando uno empieza.
Respetarás la jerarquía taurina y los consejos de los viejos toreros aunque sean simples banderilleros. Un peón de brega puede tener más cosas que aportarte que la máxima figura. Es más, muchos de los grandes maestros de la historia del toreo han sido modestos banderilleros que han aunado dos virtudes: la de saber explicar y la de saber motivar.
Aprovecharás cualquier encuentro con un gran torero para escuchar y preguntar, pero no te fiarás de todo lo que te dice, sobre todo si ambos estáis en la plaza y vestidos de luces.
En esto del toro, si las cosas te van bien, tus ídolos se convertirán en tus competidores antes de lo que esperas. En particular deberás desconfiar de los avisos de prudencia y de peligro, suelen ser una cortés artimaña para ganarte la pelea al menor descuido.
Emularás solo a los grandes, serán tus mejores compañeros, tus preceptores, pero desoye sus cantos de sirena; como Ulises, no te quedes demasiado tiempo en isla alguna.
4 No aburrirás
Siempre se ha dicho que, puesto que cada toro es distinto, cada faena también lo es. De ser esto así, el torero ejecutaría una obra diferente cada día. Interpretaría, dicho de otro modo, una partitura distinta con cada faena, a razón de dos melodías por tarde. Pero esto no es del todo así. Un torero tiene un cuerpo único, una única expresividad, una única técnica, un único trazo y una única puesta en escena. Visto muchas veces o durante mucho rato, hasta el torero más exquisito se vuelve repetitivo y anodino. No lo olvides.
Por eso, te venderás caro cuando actúes en público y sobre todo evitarás ponerte pesado. Nunca te consideres un torero tan excelso como para no acabar aburriendo, pero además has de pensar en la escasez y en la carestía como nociones a favor del arte y en la repetición y el hastío como sus peores enemigos.
Cultivarás la imaginación y en la medida que puedas evitarás repetir faenas del mismo modo que evitas repetir vestido.
Distinto es si toreas en un entrenamiento, en ese caso lo aprovecharás al máximo y, entonces sí, podrás aburrirte de torear.
5 Vivirás en torero
Tu vida será del toro, también serán suyos tu cuerpo y tu alma.
No beberás ni fumarás ni te drogarás. Cuidarás tu vida personal y tus amigos, eliminando a los que te aparten del toro. Tampoco has de enamorarte, estar enamorado tal vez les aporte algo a los poetas y a los músicos, pero nada a los toreros cuando empiezan. cobistas que en este mundo son una plaga.
Tampoco serás modesto. La modestia es buena excusa para la dejadez y la pereza. Tan solo lo que tú mismo te creas podrán creerlo los demás.
Huirás de la comodidad.
Serás generoso y otorgarás a tu profesión la grandeza que siempre la ha caracterizado.
Un torero no debe pensar en ahorrar minucias sino, como decían los taurinos antiguos, en comprarse la telefónica.
Aparcarás la envidia. Honrarás y respetarás a tus compañeros, tanto cuando triunfan como cuando fracasan. Los otros toreros no te van a hurtar nada, no son tus enemigos. Tu único enemigo es el imaginario de tus limitaciones.
No renegarás de tu mala suerte, la suerte no es un premio ni un castigo, tan solo va y viene. No hay actitud que ahuyente más la suerte que el aceptarla como protagonista de todo lo que nos ocurre.
6 Gobernarás tus emociones
Existe el miedo inconsciente, pero no el valor inconsciente, como no existe el valor “seco” ni el valor “reposado”. El valor no admite adjetivos calificativos, tan solo cuantitativos, valor se tiene mucho, se tiene poco o no se tiene nada. Si tu caso es cualquiera de los dos últimos, mi consejo es que abandones ya.
En caso contrario quizás puedas ser torero si eres capaz de gobernar al miedo remanente. Para ello habrás de cultivar el valor de que dispones y hacerlo crecer poco a poco. Tu valor crecerá y se afianzará apoyado en tu técnica, tu experiencia, tu preparación física y tu compromiso vital con la profesión. El valor humano, como un atributo de nuestra sicología, también se entrena.
En cuanto al resto de las emociones, nunca torearás bajo el imperio de ninguna de ellas ni dejarás que te influya la que sienten los que están a tu alrededor (banderilleros, mozo de espadas y demás acompañantes). Dejarás las emociones para el público. Una cosa es sentir el toreo y otra es emocionarse toreando, lo primero despierta los sentidos, lo segundo los aturde.
7 Aprenderás a medirte
Es preciso que conozcas tus límites y no te arrojes inconscientemente fuera de ellos, si pisas ese terreno fracasarás.
Cada escalón de tu carrera demanda una medida de dificultad, que es lo mismo que un tamaño de toro. No es bueno querer subir los escalones de dos en dos. Es muy fácil evitar precipitarse, porque el toro nos va marcando el ritmo de aprendizaje de cada cual. Un momento llegará en que el siguiente paso consista en olvidar los límites que habíamos establecido sobre la premisa de que nadie antes los había rebasado.
El torero tiene que arriesgar, pero no funciona el voluntarismo de ejecutar suertes que no vemos claras o torear a distancias en las que estamos incómodos. El toreo sale bien cuando se “ve claro”, los toreros sin cabeza no prosperan.
En el toreo, tal vez como en la vida, todo se reduce a percatarse de las opciones que uno tiene. Con 18 años, coraje y afición, evidentemente tus opciones son inmensas. Con el paso del tiempo todo cambia, también cambiará tu sicología. Primero pasarás a ver fácil lo que antes parecía inalcanzable. Si permaneces en la profesión, algún día te verás recorrer el camino inverso.
8 Te tendrás fe
Tendrás fe ciega, no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas.
En nuestro lenguaje, ese ardor se llama afición.
Tu objetivo no deberá ser triunfar. La verdadera vocación se muestra por el amor a torear, no por el ansia de triunfo.
Pensarás en el toreo perfecto como un logro imposible, pero no sueñes en dominarlo, llegará el momento que lo hagas sin darte cuenta.
9 Te gustarás toreando para gustar a todos
La expresividad del toreo depende de la sinceridad y la entrega con que se ejecute, pero sobre todo de la capacidad que tengas para “olvidarte de que tienes cuerpo” cuando toreas. Lo que ocurre es que para torear como sin cuerpo es necesario haber aprendido antes a torear bien. El proceso es el que sigue: el cuerpo se educa y la técnica se aprende para después olvidarse de ambos, solo entonces el buen toreo fluye.
Te construirás, para ti, un toreo que te guste ejecutar, que te haga feliz. Notarás como, de todas las capacidades que puedas poseer como torero, esa especie de disfrute íntimo es el único atributo capaz de ser entendido por todos.
10 Serás yunque primero para ser martillo después.
Aprenderás a ser el yunque que soporta tantos martillazos como sea menester. Puede que nunca consigas tornarte martillo, pero si el día llega, no habrás de dudar en asumir ese papel.
No se trata de aceptar ser maltratado ni de maltratar a los demás en el caso de que alcanzaras el poder que ostenta una figura del toreo. Se trata de entender que esta profesión lleva varios siglos inventada y los roles de los distintos agentes que intervienen en ella están bien perfilados y mil veces ratificado el modo en que interactúan. Podríamos decir que es un algoritmo taurino que funciona de este modo.
No queda más remedio que aguantar cuando se empieza, pero igual de conveniente es imponerse cuando se triunfa. Si no consigues lo primero, no llegarás a figura del toreo, pero si por fin llegas y no entiendes lo segundo, te durará poco ese título.
Estos diez principios puedo proponer a los que quieren ser toreros
1 No pretenderás saber de toros, sino “saber ver” toros (y toreros).
2 Te llamarás a ti mismo torero y te harás digno de ese título.
3 Creerás en un maestro y seguirás su ejemplo
4 No aburrirás
5 Vivirás en torero
6 Gobernarás tus emociones
7 Aprenderás a medirte
8 Te tendrás fe
9 Te gustarás toreando para gustar a todos
10 Serás yunque primero para ser martillo después.
Y un último consejo:
No hagas caso de este decálogo
Sólo existe una condición “sine qua non” para alcanzar la categoría de torero, y es alcanzar la categoría de hombre (o mujer) realmente maduro. Por eso, y como esto no es un catecismo, si quieres escúchalo pero después olvídalo.
Raúl Galindo