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De no vivir y de vida
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De no vivir y de vida

Actualizado 10/02/2022 08:41
Mercedes Sánchez

Estuvimos solos, estuvimos mudos, volvimos a la soledad de la piel desnuda con la que nacimos, cuando todo era adentro, cuando todo afuera fue silencio, y en el alma aquel pesar de película nunca vista. Nos envolvía, lentamente, la nube de la distopía mientras todos vagábamos inertes, espesos los corazones con esa niebla densa que nos inundaba en su grisura, ahogados pulmones de muerte y, en el resto, luto y pesar cuando las noticias se trocaban negrura.

Salimos a la vida como un niño, temiendo respirar, temiendo la luz, temiendo el sol en nuestras inmaculadas pieles, amedrentados en los encuentros que nos producían tanto temor y de los que teníamos tanta necesidad, contenido el algodón de los abrazos que tanto nos hubiera sanado…

Aprendimos a vivir poco a poco aquella no vida, caminando a gatas como bebés sin seguridad ninguna, tambaleantes, pero asumiendo el riesgo, aceptando cómo el fuego, que nos curte a martillo y cincel en la vida, nos empuja a seguir y a luchar, a sobreponernos y a afrontar la bestia de cara, empoderado David frente a un minúsculo e invisible Goliat, ávido de poseernos, de violar nuestra humana naturaleza por las vías nasales para absorbernos de un sorbo la vida.

Y aquí estamos, quedamos sólo quienes náufragos fuimos, sobrevivientes de un tsunami reiterativo, perseverante, desconocido, de un enemigo de tamaño insignificante, nanopartícula que cambia sus códigos según su antojo y nuestra torpeza.

Cometimos todos los errores como humanos, humanos somos, con el eco de los sabios cantando a coro y mil voces disonantes anunciando la tragedia. Cada uno asuma, si el corazón lo admite, lo que hizo.

Y aquí seguimos, muñecos de alambre con voluntad de hierro, en la contumaz lucha diaria, sobreviviendo a la catástrofe, todo vulnerabilidad, esperando el día en que nuestra piel se libere para siempre de esas cicatrices que graban nuestras mascarillas dejando surcos en la cara, esperando que nuestra garganta pueda hablar sin ese velo que nos oscurece la voz, que nuestros rostros no sean pasto de la inexpresión, que nuestras almas sanen y confíen… que volvamos a ser como fuimos y a estar con todos aquellos con quienes no pudimos.

Saldremos, hay que estar seguros, de todas estas cavernas que nos mantienen presos; libres de ataduras, desperezando todos los músculos del afecto, haciendo flexiones con esmero para fortalecernos en el hábito de los abrazos, de ofrecer y recibir las manos, de volver a coger y apretar y tocar y acariciar y sentir y respirar por cada poro de nuestra piel hambrienta.

Seremos capaces de deshacer el necesario hielo que nos cubría para volver a arder, calor o fuego, eterno alimento, bandera de amor, y volveremos a aprender los pasos de aquel vals acompasado que fueron todos nuestros encuentros.

Volveremos a ser estaciones de salida y de feliz regreso, viajes por las nubes sin fronteras, mullida vida tocando las entrañas del cielo, ojos de pájaro que todo lo ve y todo lo disfruta.

Frotaremos con los puños de nuestras mangas las estrellas, una a una, para que brillen y brillen de nuevo.

Seremos, por fin, la plena vida que somos.

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