A veces me pregunto que será lo próximo que nos quiten en este progreso maravilloso y obligado. Y pienso que puede ser la nariz. ¿Para qué quiero la nariz si ya lo hace todo el teléfono móvil? Así puedo dejarla en casa y usarla solo los domingos. Mi nariz es inútil porque ya los móviles tienen un uso universal y lo sustituyen todo.
El otro día dije en un avión que por culpa del puto móvil lo eliminan todo, porque suponen que ya todo está en el móvil. Y por supuesto sin preguntarte, todo a la fuerza. Y un jovenzuelo me miró burlón. Hay que ridiculizar al que no está de acuerdo.
Pero el ridículo era él, porque hace dócilmente lo que hace la masa, lo da todo por bueno sin cuestionar nada, sigue la corriente como un pez del montón, obedece en todo a los amos. Y si toca romper cristales de judíos, romperá cristales de judíos. Hay que estar con la masa siempre, meterse en el desfile. Y mirar burlón, con la protección de la masa llena de botas, al que piensa por sí mismo.
Pero sí, para qué queremos la nariz. Es un órgano poco funcional y molesto. Deshágase de su nariz, te dirán las grandes corporaciones, y utilice cómodamente nuestra tecnología. Tal vez pierda matices, pero aumentará la eficacia el cien por cien. Y estará a la última.
Un rey inglés dijo un día en una batalla que daba su reino por un caballo. Pero miren ustedes lo que es un caballo. Algo hermoso, sugestivo, lleno de vida, que nos hace vivir. Y miren lo que es un teléfono móvil, un aparato feo que pretende sustituir al mundo entero, que pone a personas a vagar como zombis por las calles, que lo reduce todo a su miserable pantalla diminuta. Lo dicho, quítense todos su nariz y compren el último modelo de teléfono móvil. Y vayan por las calles mirando el móvil nada más.
ANTONIO COSTA GÓMEZ
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