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La agonía de Castilla y León
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La agonía de Castilla y León

Actualizado 22/01/2022 10:06
Ángel González Quesada

“Castilla miserable, ayer dominadora

envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.

¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada

recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?”

ANTONIO MACHADO, ‘A orillas del Duero’, en Campos de Castilla (1917)

Convocadas elecciones autonómicas en Castilla y León, nos hemos convertido en laboratorio en el que los partidos políticos testean sus posibilidades electorales de cara a unas futuras generales, usando al territorio castellanoleonés como crisol, ensayo y probeta, con un desprecio insultante por esta tierra y sus necesidades, y una arrogante desconsideración por quienes viven en sus moribundas poblaciones.

Con uno de los mayores índices de pobreza de toda Europa, la tierra castellanoleonesa, hundiéndose en el envejecimiento, la despoblación, la desatención y el abandono, asiste desconfiada a los actos electorales que cada cuatro años (o cuando, como ahora, los partidos políticos ven amenazadas sus poltronas), muestran políticos inanes, desconocidos, burócratas negligentes, prescindibles e intercambiables, exhibiendo desvergüenza en mítines trufados de frases hechas, lugares comunes y lenguaje escolar, pues saben de la cosecha de votos (cautivos, desinformados, incrédulos, indiferentes) les asegurará otro período de insignificancia política bien remunerada, frente al empeoramiento de los índices que reflejan todas y cada una de las necesidades de una tierra sedienta de justicia.

Gran cantidad de charlatanes, chusqueros, rebotados, parásitos y endiosados por medios de comunicación serviles y doctrinarios, recorren Castilla y León solo en período electoral, llenando de pancartas y altavoces los grandes pabellones vacíos y los enormes polideportivos sin otro uso, ante una población arrinconada que ve cómo desaparecen sus referentes de bienestar, y la calidez de sus costumbres se convierte en botellón, en una tierra ya insana para el afán que ha dejado de soñar la esperanza.

Uno quisiera seguir creyendo en la nobleza y en la política buena, pero ni una ni otra ya existen, y el huevo de la serpiente también se incuba en los helados horizontes de esta tierra que a nadie importa. Ni la cultura es siquiera considerada en el postureo electoralista de tanto chamarilero; una cultura, que debiera ser referente y bandera aquí, está profundamente tergiversada, adocenada y paralizada en Castilla y León por una endogamia brutal en los organismos públicos y académicos copados por círculos, familias, casinos, mutualidades y tertulias repletas de indocumentados y negligentes, que cercenan la creatividad, amurallan el talento, insultan la crítica y detestan la inteligencia.

Los proyectos, propuestas y promesas contra el vaciamiento y la despoblación, contra la desindustrialización y el abandono, son indignantemente falsas en casi todas las tribunas, porque ese abandono, esa indiferencia, ese vaciamiento y esa imparable ruina son provocados, tolerados, buscados, apoyados, mantenidos y apetecidos en casi todo el arco político, dependiente todavía de un caciquismo atávico y rentista que paraliza el debate y siembra la ciega sumisión consagrando la desigualdad y la injusticia.

Unas elecciones castellanoleonesas en que Castilla y León no cuenta. Nada les importa sino su propio beneficio, porque no les importa la huida constante de jóvenes ni el empeoramiento imparable de las comunicaciones; ni tienen interés alguno en acabar con la escasez y reducción progresiva de los medios de transporte, ni por solucionar la dificultad de acceso a los productos tecnológicos punteros o de cooperación y conexión comerciales; ni pestañean por el desinterés por la gestión de espacios naturales en esta tierra, ni por el desprecio por el cuidado del medio ambiente y la deprimente orfandad de proyectos de crecimiento a medio o largo plazo. Tal vez sea en esta tierra donde el concepto “conservador” adquiera su más abominable sentido.

Uno quisiera seguir creyendo. No merece esta tierra de salivas antiguas y voces apenas, asfixiada de sotana y sus venenos, que vengan los hombres de a caballo a digerir el pan que a tantos falta, a encender la pueril esperanza sin vocales ni a volverse de espaldas al ocaso que mata; no merecemos el besamanos ni la vergüenza, porque el deshonor antiguo de la impiedad más cruel ya hizo mella aquí, está en las cunetas, ahí impune cual soberano en su trono, en el solar agreste de la envidia y la mala sangre, en el miedo y en la esquina donde crece la hiedra del desconsuelo. Uno desearía ver a esta tierra, hermosa y capaz, no agonizar en el palomar antiguo de una virtud impuesta por decreto y en la genuflexión constante de lo indecible, del tú no sabes con quién hablas, sin la mirada baja y el gesto que huye, sin el silencio que duele por tanta culpa sin pecado y tanta altivez impune, sin tanto insulto de voraz dentadura y sin tanto desprecio acumulado. Uno quisiera.

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