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Medio claustro de San Vicente
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Medio claustro de San Vicente

Actualizado 22/01/2022 10:07

Era célebre su medio claustro, de mayor belleza que la otra mitad, tenido por una de las maravillas de Salamanca. Fue contratado con el maestro Juan Ribero de Rada el 19 de enero de 1601, que había de construir dos claustros (alto y bajo) por el precio global de 3.800 ducados.

Enrique Zaragoza se refiere así a aquel claustro, perdido como tantas otras joyas del patrimonio salmantino, particularmente las que, localizadas en el cuadrante suroeste de la vieja ciudad, fueron fortín u objetivo militar de los ejércitos en La Francesada. El segundo diácono más famoso de los naturales de Huesca daba nombre a aquel monasterio de la primera hora de la repoblación, con el tiempo abadía y colegio universitario. Si San Lorenzo nació para el Cielo por el martirio en Roma, San Vicente lo hizo en Valencia unas décadas más tarde, alboreando el siglo IV. Numerosas parroquias y pueblos lo tienen por patrono en toda España, y lo celebran cada 22 de enero, como se haría hoy mismo en este recinto religioso si guerras y rapiñas gubernamentales no lo hubieran arruinado del todo.

Sobre los restos del monasterio, que fue cluniacense antes que benedictino, se levanta el espacio expositivo de uno de los lugares más cautivadores de Salamanca, el yacimiento arqueológico del Cerro de San Vicente. Tenemos constancia de que ese fue el primer lugar habitado de los que ocupa la ciudad, un poblado de la primera Edad del Hierro, entre los siglos VII y IV a.C. Después vendría el castro del Cerro de las Catedrales, pero el embrión salmantino está en San Vicente.

Fue proverbial la expresión “Salamanca, media plaza, medio puente, medio claustro de San Vicente”. Media plaza porque en el siglo XVIII se atascaron las obras de la Plaza Mayor y costó mucho cerrar el cuadrado. Medio puente porque el Tormes se llevó en 1626 cerca de la mitad del original romano, cuando la riada de San Policarpo. El conjunto placero se completó, el puente se rehízo, pero ya no conservamos ni medio, ni un cuarto, ni un triste arco del claustro de San Vicente. Nos queda su rastro en la toponimia, que llega hasta el paseo que circunda el cerro y va de la mano, desde hace décadas, con los hospitales salmantinos. Es otra, sin embargo, la calle que mejor entronca con lo que significó el monasterio benedictino. Lo contaba Félix Torres en su serie de Calles Nazarenas de Salamanca, cuando imaginaba en la calle del Prior al propio superior de la comunidad religiosa, “regidor perpetuo del municipio, con el privilegio de asistir a los consejos armado y a lomos de brioso corcel barrocamente enjaezado”. De San Vicente al Consistorio por la calle a la que aún da nombre. De su medio claustro y su claustro entero al ámbito de decisión de una Salamanca que de sus patios conventuales y salas capitulares obtuvo siempre ganancia y presencia que algunos se niegan a admitir.

Callejear hoy por el barrio de San Vicente, no digamos ya visitar el yacimiento (muy recomendable), es pisar la misma historia local, que por cada empresa llevada a término, en forma de edificios y fundaciones, no habrá de ocultar otras dejadas a medias. Los proyectos que se redactaron pero no prosperaron, los acuerdos que se buscaron y no se consiguieron, o si se firmaron no se cumplieron, son también dignos de recuerdo. Son medias plazas, medios puentes y medios claustros con nombres propios detrás, por los que hacer memoria obligatoria como la que cada año, llegada esta fecha, se le tributa al gran mártir San Vicente, tan venerado en la Valencia de la que procedía el icono de la Salamanca repoblada, que ahora, reconozcámoslo, es también un poco “medio”, en lo que a la mera talla se refiere: el Cristo del Cid, el de las Batallas, el mismo por el que dio la vida su diácono/servidor.

En la imagen, el claustro de San Vicente según Joaquín de Vargas y Aguirre

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