Con noventa y pico años Carmen de Moralina de Sayago es un símbolo de las mujeres del campo de Castilla y León.
Siempre era la que llevaba la casa, la que crió a su hijo, la que cuidaba las gallinas, los marranos, echaba de comer a las vacas, y siempre con una sonrisa y bromeando.
Cuando tenía la suerte de joven, en mis vacaciones hacía algunas labores del campo, siempre me sorprendía que vendimiando siempre iba delante, cogiendo patatas igual y segando con la hoz. No había forma de seguirle el ritmo y se reía.
Lavaba yendo a la fuente con el balde de ropa. Siempre recuerdo la puerta de la tenada con niños buscándola para que le enseñara los cerditos, los terneritos o los perritos. Siempre salían contentos y con algún caramelo.
La siento como una mujer sagrada feliz con su marido, con su hijo y la mayor fan de sus nietas. Siempre ofreciendo un chorizo con sabor a humo y el mejor vino.
Una familia de pura felicidad que ha ido encajando los golpes de la vida y las pérdidas con una entereza admirable y una lucha unida, sin cuartel, a favor de la vida de la familia y el pueblo.
Su marido Pepe el aguacil fue homenajeado en el pueblo y ella también deberá serlo como muchas mujeres ejemplares y heroicas de estos pueblos que se están vaciando y no podemos perder, ni olvidar estos legados de humanidad y solidaridad excepcional.
Sus genes sin duda siguen en su hijo Carlos otra persona ejemplar siempre dispuesto a ayudar a cualquier vecino del pueblo. Igual que la película del último Mohicano aquí vemos viviendo las últimas sayaguesas supervivientes de los pueblos realmente comunitarios en el bien común. Vivieron la postguerra e hicieron progresar sus familias, el pueblo y veneraron los campos y los animales, cuidando mejor que nadie los ecosistemas creando un verdadero desarrollo sostenible.
Una abuela para todo el pueblo y sin grandes viajes universal. Una mujer que siempre la he considerado familia y que nunca morirá en la memoria de mi vida.
Mi madre, mi padre, mi hermana, mis hijas y mis sobrinas siempre cuando vamos al pueblo bajamos la cuesta y entramos por las puertas de la tenada con el ladrido de los perros y a oscuras llamamos a Carmen a voces. Yo creo que es algo que hace todo el pueblo.
Justamente desde nuestro barrio para ir a la Misa de los domingos siempre se pasa por esas puertas y aunque ahora no nos puede salir a recibir, o aunque no llamemos, la memoria siempre nos recordará la bonita cara de Carmen.
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