Sábado, 27 de abril de 2024
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Voluntad de vuelo
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Voluntad de vuelo

Actualizado 11/01/2022 07:30
Charo Alonso

Tienen los pájaros en este barrio periférico un delicioso protagonismo de alas, baños en los socavones que hacen charcos o en los huecos de un polvo que nos regala hierbajos y abrojos florecidos en primavera a despecho de los jardineros del ayuntamiento que hasta aquí no llegan. Es la voluntad tenaz, ingobernable, de la grieta. Y la grieta se asoma con el diente de león, la hierba loca que se mece al viento de nuestros pasos. Vivir en un barrio al lado de las vías tiene este eco de trenes, estas alambradas donde se escurren los gatos, pasean los que tienen amos y se desliza el hielo para quebrar nuestros pasos.

Y en el antepecho de una ventana, el observador siembra nueces y pone la rama de palo que remeda el árbol. Es la altura de los pájaros que no descienden al suelo de los gorriones que habitan mi patio; herrerillos, carboneros, colirrojos… las joyas de las alturas entre los edificios y las altas ramas de los plátanos que pronto podarán con saña los operarios del ayuntamiento, crueldad no de tijera sino de sierra que decapita desde el camión, sin cariño de jardinero ni cuidado de labrador. Son estos los pájaros del alto vuelo con permiso de las grajillas, de las elegantes cornejas, de las denostadas palomas o las sempiternas tórtolas americanas que se posan en farolas y semáforos a controlar la vida, sorprendidas de nuestro paso por este asfalto que, tan cerca de las vías, se hace terraplén, hierba y anarquía. Los pájaros son ahora los habitantes de la mirada quieta y atenta. Los heraldos de una forma de vida que se quiere diferente, paseo bordeando el río que acaricia la ciudad provinciana. Son las orillas de un deseo de cambio y pertenencia al mundo natural del que venimos y tanto nos alejamos.

Miro por la ventana de la cocina con la taza de café calentando la mañana. La gata coja se camufla tras las macetas en las que el hielo ya se cobró su peaje de estropicio, mientras las ramas desnudas anuncian esa perenne voluntad de vida. Es la yema que engorda y se apresta a aguantar el enero helado, el febrero en el que busca la sombra el perro, el marzo que no sabemos cómo vendrá y el abril galán que venía todo lleno de flores amarillas según el poeta. Es el exquisito, detenido tiempo de la latencia. Duermen las plantas el invierno crudo y mientras, los pájaros buscan comida en el alféizar del observador de pájaros, en el suelo de los manteles sacudidos de migas, en el balcón donde mi madre olvida el chusco de pan de todas las ausencias. Es el gesto ancestral de alimentar la tierra. Y los pájaros, heraldos de lo bueno, equilibrio en rama de la vida, nos observan, henchida pluma de frío que nos hiela.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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