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Otra batalla perdida
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Otra batalla perdida

Actualizado 08/01/2022 09:19
Ángel González Quesada

La estrategia es sencilla y está ampliamente documentada en los manuales de negociación, de táctica política y de los más simples métodos de mediación empresarial, sindical o económica: empeorar artificialmente las condiciones previas falseándolas, presentar un panorama insoluble, amenazador o catastrófico y, seguidamente, ofrecer aquella solución descartada antes, pero que en ese territorio artificiosamente terminal, se convierta en bálsamo, remedio, salida y solución a una situación pretendidamente insostenible.

Ha sucedido, con profusión del descaro que caracteriza al más ruin capitalismo, con los precios de la energía eléctrica encarecidos, inflados hasta casi lo insoportable y presentados como maldición bíblica o incontrolable catástrofe natural, para reabrir el debate sobre la energía nuclear, un debate cerrado hace décadas, y ganado entonces (se ve que provisionalmente) por los defensores de la Tierra, sobre la conveniencia y utilidad de recuperar la energía procedente de la fusión y fisión nucleares como panacea y solución a los precios de otras energías progresivamente insufribles. Órdago, pues, de los mercaderes y derrota, de nuevo, de la racionalidad.

Posiblemente haya que contar con la energía nuclear como una de las soluciones al mantenimiento de un modo de vida ya difícilmente modificable, y hayan de ser revisados y refundados algunos aparentes principios en la lucha contra el calentamiento global y la destrucción progresiva del medio natural. Pero la forma de plantear la actual controversia centrada en la consideración de la energía nuclear como fuente de energía limpia y aceptable para los cánones de este “bienestar”, es una de las grandes falsedades que a las sociedades economicistas plantean los especuladores de la vida en su continuada compraventa de voluntades, y que en ocasiones traspasan la línea del tiempo (y la vergüenza) para re-imponerse en el debate público, manipular de nuevo los argumentos derrotados y tratar de redefinirlos con una nueva pátina de necesidad basada en espurias razones que maquillen de nuevo las caras de su supuesta utilidad en el prisma propagandístico para, al final, alzarse como elemento de discusión a la misma altura que otras opciones.

Probablemente nuestra forma de vivir nos haya condenado a ser dependientes de la energía nuclear. Pero eso no debería ocultar el resultado y conclusiones de las discusiones a todo nivel (político, económico y social) que durante décadas del pasado siglo XX, después de protestas masivas ciudadanas, encendidas discusiones políticas, judiciales y parlamentarias en todo el mundo, cristalizaron en la progresiva eliminación por muchos estados de la energía nuclear, y que provocaron la clausura, el cierre, la paralización o el desmantelamiento de centrales nucleares y centros de tratamiento de elementos radiactivos en gran cantidad de países; conclusiones y acuerdos que fueron subrayados trágicamente en sus argumentos por sucesos como los de Three Mile Island, Chernóbil, Fukushima y otras catástrofes humanitarias y ambientales que, además de la muerte, sufrimiento, enfermedades y malformaciones de millones de personas, provocaron la desertización, las contaminaciones del agua, la tierra, el aire y el cielo de vivir durante siglos, advirtiendo a la Humanidad de los peligros que entraña la producción industrial de energía nuclear.

Las decisiones políticas y económicas sobre la recuperación masiva de las centrales nucleares en los países más desarrollados están tomadas, y sabemos que el actual debate que parece cuestionarlas es solo una pueril sonda informativa. El sucio posibilismo que las cuentas de beneficios dictan a los propietarios de los medios de producción de energía, han hecho que la investigación, desarrollo e incremento de las auténticas energías limpias como la eólica, la solar y otras de escaso impacto ambiental, hayan sido ralentizadas como alternativa a los muy contaminantes y ya escasos combustibles fósiles. La posibilidad de retomar la instalación y puesta en marcha de las ya hace décadas demostradamente calificadas como peligrosísimas centrales nucleares, quiere afirmar hoy de nuevo su propia negación, vuelve a insultar a la razón científica y a la lucha medioambiental, y desprecia la enorme disputa, polémica y discusión ciudadana contra ellas que tuvo lugar en todo el mundo y que se plasmó en pundonorosas (y se ve que falsas) declaraciones institucionales contra la proliferación de esa energía. Hoy quiere convertirse en una suerte de “energía limpia”, imponiéndola sobre todo a los indefensos millones y millones de consumidores empobrecidos y dependientes, alarmados por su bolsillo y asustados por el catastrofismo futuro que se les anuncia. Consumidores atrapados en su dependencia energética obligada, desconocedores también de los peligros ciertos de la industrialización masiva de la fusión y fisión nucleares; una “energía limpia” que miente en su adjetivo, que enfrentado a los peligros contaminantes, sanitarios y sociales que conllevan las centrales de producción de energía nuclear, es más una criminal patraña que una mentira.

Es verdad que la energía nuclear contribuiría a ralentizar el cambio climático por su ausencia de emisiones de gases contaminantes, y también que la generación de residuos de altísima duración radiactiva es un grave problema medioambiental. Sería premioso relatar aquí los peligros (y ventajas) de la energía nuclear, pero una información veraz, contrastable, comprensible y no manipulada sobre ella, debiera ser labor de gobiernos de todo el mundo que no sirviesen, se sentasen en sus consejos de administración ni dependieran de las cuentas de resultados de las empresas que la rentabilizan. Pero, como siempre, parece imposible esperar del amo explicaciones al siervo.

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