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Grande, Grandes, Almudena
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Grande, Grandes, Almudena

Actualizado 14/12/2021
Charo Alonso

Grande, Grandes, Almudena | Imagen 1-Espérate que me quito las gafas.

Una mañana de sol en el Retiro, Feria de Libros y alegría. Llegamos pronto, como buenos provincianos atentos a todo lo nuevo, los ojos llenos de asombro, casetas que se suceden, bienvenida generosa porque los Huerga y Fierro hacen de la suya casa y calor, comida y poesía. Y mi librito de cuentos hilvanados bien visible, como la autora que todavía se admira de estar ahí, mirando pasar la gente, maravillada y absolutamente atontada. Fernando y Carmen, una vez que me dejaron en el nido de páginas, se fueron a dar una vuelta por los recovecos de la Feria, borrachos de sol y gente en aquellos tiempos en los que nada sabíamos de la pandemia. A su vuelta, traían el morral de las anécdotas lleno de piezas.

-Hemos visto a María Dueñas y a Almudena Grandes.

Doña María de Tánger había dejado de firmar y se sacudió las crines para posar ante el objetivo de Carmen. Almudena Grandes se echó a reír, grande como su apellido y le dijo que se iba a quitar las gafas antes de dirigirle una mirada amorosa a la fotógrafa que se quedó un rato viendo cómo atendía, cariñosa y atenta, la voz de cazalla, la melena poderosa, a todos y cada uno de los que la requerían. Fue un día hermoso que acabó Carmen dándole un abrazo inmenso a Ouka Lelee, regalo infinito de Charo Fierro, cascabel de una Feria donde había tanta sonrisa como verso, tanto amor como calor en este Retiro de sombra señorial.

Yo a Almudena Grandes la conocí en Badajoz, y compartí mesa y risas gracias a la generosidad de Teófilo González Porras cuando trabajaba en un pueblo perdido de la Siberia Extremeña, "Vente a Badajoz y conoces a Almudena". La escritora, en 1998, era una mujer alegre, generosa en el trato que se ruborizaba como una adolescente cuando se le hablaba del recién publicado libro de Luis García Montero, una declaración de amor que yo había comprado en la única librería de Navalvillar de Pela, un espacio mágico llamado "La Quimera" donde encontrabas libros y una bisutería tan original que de ella no me ha quedado nada porque la he ido regalando con el paso de los años. Almudena Grandes, reidora, incansable, divertida, tremenda, bajaba la voz y la mirada si le hablábamos del libro que a todos nos ha emocionado cuando su poeta lo dejó, pétalo de páginas, sobre su tumba madrileña. A él le conocí también de la mano de Teo esta vez en un café del Parador de Cáceres, sobrio y profundo como río de Granada, unos minutos apenas en compañía de Aziz Amahjour. Veníamos los dos de Talayuela, tan felices a ver al poeta, tan feliz cuando los encontré de nuevo, juntos esta vez, en un acto de la Casa de América en el que participaban Claribel Alegría, Ángeles Pérez López y un emocionado Mario Benedetti, homenaje a Julio Vélez. Una siempre ha estado en muy buena compañía?

-¿Te quedas tú y yo me voy a atender a Elisa?

Los autores también tienen prisas, niños que cuidar y geografías de encuentros y sonrisas ¿Recuerdas que nos vimos en Badajoz? ¡Claro, con Teo! ¿Y cómo está Teo? ¡Me voy, me voy, me voy!? Libro tras libro, columna tras columna, aquel día yo me perdí a la Almudena de las colas de la Feria del Libro que rivalizaban con las de Carmen Martín Gaite, porque para mí la de Madrid era la anécdota de la salmantina haciendo rabiar a otro andaluz, Antonio Gala porque firmaba más que el senequista.

En los estantes de la memoria y de la poesía guardo el libro de García Montero que olvidé llevar cuando, ya trabajando en otro pueblo, respondí a la llamada de Teo para conocer al poeta granaíno. Más allá, en la balda negra de Tusquets, las novelas de Almudena Grandes se aprietan huérfanas de una autora que siempre tituló maravillosamente. Hay una fotografía no sé dónde en la que ambas sonreímos junto a Teófilo González Porras, una de las personas más generosas del mundo cultural extremeño. Ella llevaba un traje chaqueta precioso y yo uno de los originales collares de la librería de Navalvillar de Pela, tan azul y tan bonito que aquel verano fascinó en México a Nélida Vidal, Labra Lege ¿Lo conservas, Neli? Porque te lo regalé aquel año, azul y raro como esos encuentros que atesoramos como piedras pulidas de tanta caricia.

-Ese libro?

Y se ruborizaba ante su sola mención, ella, tan directa, tan abierta, tan arrebatadoramente simpática. Y la cena duraba y duraba después de su conferencia? ese libro que enseño a mis alumnos y dejó ahí, en la balda negra de las novelas de Tusquets? encima de los títulos de Almudena? completamente triste.

Fotografía: Carmen Borrego

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