De continuo, los medios de comunicación nos dan noticias, casi por minuto, de los precios, tan desorbitados ?debidos a esa inexplicable burbuja de la voracidad humana de ganar dinero?, de la luz eléctrica. Y nos los tomamos ya como si nada, como quien oye llover, debido probablemente a la amnesia que crea la insistencia, el reiterado bombardeo de mensajes.
Al tiempo, ahora que llega el invierno y los fríos comienzan a apretar, que se nos dan estadísticas de los millones españoles que sufren pobreza energética, que son los mismos que sufren pobreza material de todo tipo, y nosotros nos lo tomamos también del mismo modo, como quien oye llover.
Pero, a la vez, cuando las Navidades se barruntan, las ciudades pugnan y compiten por ver cuál de ellas tiene las iluminaciones navideñas más espectaculares. Otro tipo de burbuja, de megalomanía de nuestras sociedades. Y, en eso, claro, se lleva la palma Vigo. ¿No es todo esto una forma de populismo, de cegar el juicio a base de deslumbrarnos, para no dejarnos ver esos encarecimientos de la energía eléctrica, esas pobrezas energéticas que sufren no pocos de nuestros conciudadanos?
Por mensajes de 'guasap', llegan a veces hilos de conciencia crítica, reenviados de continuo, a través de los que percibimos que hay un segmento de la sociedad que no se deja deslumbrar, que todavía tiene aún lucidez para que no se desenfoque ni se ofusque su mirada sobre el mundo.
Uno de tales reenvíos, ¿multitudinarios?, dice lo siguiente sobre lo que tratamos en estas líneas: "Yo no quiero tanta luz en las calles en Navidad; quiero luz en las casas de quienes la necesitan"; mensaje seguido de cuatro iconos de manos aplaudiendo.
Menos mal, sentimos, que tales hilos de conciencia sigan aún vivos entre nosotros, en medio de tantos deslumbramientos y cegueras, de tantos desenfoques de la realidad. Porque ¿para qué sirven tantas luces de Navidad, tantas ilusiones ficticias creadas por el mago del dios del dinero, si hay tanta gente que las pasa mal?
Recuerdo, también en este sentido, que en un viaje de jubilados por Suiza y Austria, cuando veíamos Viena por la noche, iluminada de un modo tenue, con vocación de sobriedad, de no derrochar la energía eléctrica ?en una de las grandes capitales europeas?, algunos de nuestros paisanos lo interpretaban en plan castizo o cañí, sin entender nada: "?¡Vaya tacaños estos austriacos tan ricos, que parecen que se alumbran con la luz de un candil!". No necesita comentarios.
Nosotros aquí, en Vigo, en Madrid, o donde sea, a derrochar, sin importarnos esa precariedad que padecen conciudadanos nuestros, porque, qué más da, mientras a nosotros no nos falte?
Pero es otra luz la que necesitamos, como pedía Goethe en su lecho de muerte: "¡Más luz?!"
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