Paseaba un maestro de escuela por la orilla de un río y vio venir flotando unos corchos, al mismo tiempo que se oían voces un poco más lejos, como de alguien que se ahogaba y pedía auxilio. El maestro tomó los corchos y fue al sitio donde se oían los gritos, donde estaba, efectivamente, uno de sus discípulos, próximo a perecer ahogado.
-¿Qué te ocurre?- le preguntó.
-Que creí que sabía ya nadar y tiré los corchos; pero si usted no me ayuda, me ahogaré.
El maestro le arrojó con tino los corchos y le dijo:
-Vuelve a tomar lecciones del que te enseñaba, y no despidas otra vez a los profesores hasta estar bien seguro de tu ciencia (Esopo).
Todos queremos vivir lo mejor posible, aunque, por otra parte, no cuidamos nuestra vida, la despreciamos y abusamos de ella. La vida es la necesidad básica y primera de todas cuantas tenemos los seres humanos; todos buscamos integridad de vida, seguridad de la vida, una vida feliz y una dignidad de vida. Lo que Jesús quiere es dar vida, que la gente tenga una vida plena, digna, segura, feliz; por eso cura, da de comer a los hambrientos y acoge a los excluidos.
Jesús es vida y ésta la entrega por todos, su muerte es la mayor prueba de amor que puede dar al Padre y a sus hermanos (Jn15,13).
Jesús está dentro de nosotros como un manantial de vida, como una fuente de agua viva que sacia todas las ansias de amor, de verdad, de libertad, de vida. El mismo Jesús nos invita: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. Y comenta inmediatamente el evangelista: Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él (Jn 7,38-39). Nosotros tenemos el Espíritu de Jesús.
Quien ha encontrado a Jesús como fuente de agua viva, trata de suscitar la sed en los demás y, al mismo tiempo, tenemos que dar de beber al sediento. A nuestro lado hay muchas personas que la sienten y angustiosamente...
Jesús es camino, verdad y vida y muchos cristianos no lo creen, aunque acudan a él. Así, en uno de los muros de la catedral alemana de Nuestra Señora del Lübeck hay escritas unas lamentaciones que Jesús hace a sus seguidores:
Me llaman luz y no me creen.
Me llaman camino y no me recorren.
Me llaman vida y no me desean.
Me llaman maestro y no me siguen.
Me llaman Señor y no me sirven.
Dicen que soy justo y no me temen.
Dicen que soy misericordioso y no confían en mí.
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