Esto de las cumbres sobre el clima está empezando a ser como el cuento de "¡que viene el lobo!". Como en reuniones anteriores, no faltan ahora voces de alarma, cada vez más impactantes: "estamos cavando nuestra propia tumba" (Boris Johnson); "nuestro mundo no ha estado nunca más amenazado. Estamos al borde del abismo y marchamos en la dirección equivocada?". (Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas). Pero van pasando los años, las décadas, y el problema de fondo no se corrige.
Sería tan falso decir que no se ha hecho nada como pensar que estamos cerca de la solución. Y es preocupante pensar que ya han pasado 30 años desde que se celebró la primera de estas cumbres en Nueva York, allá por 1992. En ella ya se planteaba el problema en sus justos términos, así como las posibles soluciones, no distintas a las actuales. Pero la preocupación venía de más atrás. Sin detallar esos antecedentes (los informes del club de Roma de los años 70, por ejemplo), diríamos que fue a finales de los años 80 cuando el cambio climático, antes solo movilizador de grupos ecologistas, entró de lleno en la agenda de los gobiernos y de las instituciones internacionales. El informe Brundtland de 1987 aportó el concepto de desarrollo sostenible con un enfoque necesariamente "global" (un anglicismo ya de uso corriente) y relacionado con la distribución de la riqueza entre países; se planteaba "nuestro futuro común".
A primeros de 1989 la revista Time dedicó su portada de "personaje del Año" a "la Tierra en peligro":
Este planeta maravilloso -decía en la introducción- ha durado unos 4.500 millones de años, pero su futuro está amenazado por las insensatas conductas de los humanos: superpoblación, contaminación, despilfarro de recursos y destrucción de hábitats.
Y en consecuencia Time proponía unas soluciones que hoy nos resultan familiares: en cuanto a la energía, imponer tasas por la emisión de gases contaminantes, ir a energías alternativas (incluyendo la nuclear, sin embargo), dar ayudas a los países en desarrollo, planes de reforestación a escala mundial, recuperación del metano de los vertederos y de las granjas ganadera... También en 1989 la revista Investigación y ciencia dedicó un monográfico a "la gestión del planeta Tierra", mucho más extenso y documentado, donde dejaba en el aire una inquietante observación: no sabemos qué grado de vulnerabilidad soporta el ecosistema del planeta antes de colapsar. Y en esas estamos: seguimos sin saberlo, pero el cambio climático ya está aquí.
En resumen: los datos están ahí hace muchos años, así como los análisis y las posibles vías de salida Pero el caso es que las emisiones globales de gases han aumentado incluso durante la pandemia, a pesar del frenazo de la economía (si bien es cierto que algunos países, entre ellos España, ya las están reduciendo) y en estos 30 años se han soltado la mitad de las emisiones de toda la historia. Y en demasiados países se sigue recurriendo a los combustibles fósiles, incluso con subvenciones públicas millonarias.
De ahí que entre algunos, sobre todo jóvenes, cunda el pesimismo y la rabia, como se ve en las expresiones de Greta Thunberg y su movimiento Friday for future: "meteos la crisis por el agujero? de ozono", grita.
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