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Los enemigos (I)
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Los enemigos (I)

Actualizado 30/10/2021
Juan Ángel Torres Rechy

Mi escritura con el tiempo se ha vuelto cursi. Se adorna con unas prendas complicadas y recargadas al punto de entorpecer la natural expresión de lo sencillo y elegante. Sus ornamentos perturban la claridad espiritual de su mensaje. La poesía, lejos de ser camino a lo no dicho, ni visto, ni sentido antes por otra alma anterior o posterior a mi alma pobre, irrumpe en mis renglones tirando codazos a diestra y siniestra. Tiene un semblante agitado. Sus nudillos se ofrecen rudos en su piel curtida. La poesía en mis palabras, si te descuidas, o si te acercas mucho, te puede salpicar. Pero a pesar de ello, o precisamente debido a ello, mi escritura, como la de otras personas antes y después de mí, habla de rosas y de perfumes, de esa floritura en el cartel visto en el paseo del domingo, del aire de descuido de la señorita posando para la selfi cuando el sol, con sus cristales dorados, hace sonar las copas de los árboles verdes y vibrantes. La elegancia me extasía y me embelesa y me hace llevar las manos recogidas a mi pecho donde mora un no sé qué que me inspira. Y suspiro? Pero no tomen en cuenta esto, se los suplico, pues no aborda el tema de la columna de hoy, los enemigos.

Antes de sentarme a la escritura de la redacción ante sus ojos, como en todas las ocasiones de las columnas precedentes y seguro como en las siguientes, me sumergí en meditaciones profundas sobre el contenido. Bebí agua, cogí el bolígrafo, lo dejé, lo volví a considerar para mis apuntes, lo puse de nuevo sobre la hoja de papel casi en blanco. Miré por la ventana. Respondí un par de mensajes de Messenger, otro más de Instagram, volví a lanzar mi mirada en el horizonte oscuro de mi ventana donde no encontré nada más que una oscuridad iluminada por el reflejo de la luz de mi habitación.

Tres horas antes había leído a mi coterráneo Salvador Díaz Mirón, a José Vasconcelos y a Kazuo Ishiguro. Más de tres horas antes, había posado la niña de mis ojos en la tersa bondad de mi amiga Irene Vallejo. Seguía ese ritual, digo, destinado a sacar de las entrañas del tintero un alimento sesudo nutritivo para el corazón y el entendimiento de mis discretos lectores. También hacía lo de Alfonso de Cartagena cuando escribió «Una dierum, inclite Comes, ex hiis qui in mense pene proximo transierunt cum spaciosius solito negociis solutus vacarem, ascendit animum aliquanto seriosius quam consueveram bibliothecam meam revidere et librorum?» Ustedes leen latín, pues los sé lectores demorosos de las admiradas letras romanas, pero yo no lo leo, por eso me valdré de la traducción de Lawrance y Morrás en el libro salmantino del 2020 dedicado al cuidadoso de los libros burgalés del siglo XV que tengo en mi escritorio bajo la luz de mi lámpara negra. «Un día, conde [de Haro] ilustre, de estos del mes antepasado cuando, liberado de los negocios, me encontraba con más tiempo libre que de costumbre, me vino a la mente la idea de pasar revista a mi biblioteca?» Yo también, entonces, liberado de mi semana laboral, le echaba un ojo a los volúmenes de mis multiplicadas estanterías para mirar de dónde sacaba algo para el escrito presente.

Así llegué adonde me ven, todavía sin nada. Fue en ese instante cuando pensé en mis enemigos. Ahí está la cosa, me dije. En ellos. Pues a mis amigos ya les he ofrecido las rosas de pétalos perennes de mis versos, a ellos ya les he dedicado mi plegaria silenciosa ante el altar de lo inexistente. Ahora voy con mis enemigos, resolví. No mencionaré sus nombres, para no tenerlos a mi chat cobrándome sus comisiones cuando mis columnas generen riquezas en valor de cambio por el precio de la electricidad, no los citaré, pero si me valdré de ellos para rellenar el hueco de este documento. Tengo muchos, me los he ganado a pulso a algunos de ellos, como decía Chespirito, sin querer queriendo. Uno está en Salamanca. A él, y a todos los demás, los saludo efusivamente y con mi cordialidad más a flor de piel.

Benito Juárez, el Benemérito de las Américas, sentenció: «Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.» Debido a ello, no citaré nada puntualmente, nadie se encontrará reconocido en nada, pero siguiendo un método inductivo llevaré ese conjunto de circunstancias omitidas a un plano abstracto general para ofrecer el resultado de mi meditación letrada en este artículo de acceso abierto a salmantinos y no salmantinos del globo entero. Mas esto, claro, lo expondré el sábado que viene, día 6 de noviembre, pues a esta altura de la composición tanto ustedes como yo estamos cansados y no podemos seguir perdiendo nuestro irrecuperable e inasible tiempo. Solo adelantaré, como punta de ovillo del capítulo siguiente esto. A los enemigos conviene no acercarse para no resultar acercado a ellos, pero sí se puede sustraer una sabiduría impagable de su veneno. Estén dentro de la familia, fuera de ella, o dentro de nosotros mismos, tienen mucho que ofrecer.

Ahora, como en los noticieros, para no quedarnos con un mal sabor de boca, escribamos unos versos rimados?

Los enemigos (I) | Imagen 1

Foto hecha por la persona al ordenador

La escritura igual que la pintura,

igual que la pintura la escritura,

las letras nos ofrecen un espejo

que ofrecen de la vida su reflejo.

Mi tiempo se consume en esa escena

vertiendo mis palabras con gran pena,

me duele el corazón por el esfuerzo

de ver cuánto me cuesta cada verso.

Qué tristes mis amores consumidos

en dioses que no palpan los sentidos,

son tristes y son vanos y me duelen

si bien no les impido que me velen.

Tu nombre en la poesía no verás,

tranquilo que no lo encontrarás.

Serás hasta el cielo mi enemigo,

mas nunca dejarás de ser mi amigo.

Juan Angel Torres Rechy

Xalapa, 30 de octubre de 2021

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