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Actualizado 20/10/2021
Manuel Alcántara

La política tiene que ver con reglas formales e informales para acceder al poder. El poder se desempeña mediante puestos ocupados por personas que llegan a una posición determinada gracias al conjunto de esas reglas. Así ha sido siempre bajo tipos de gobierno muy diferentes. Giovanni Sartori lo entendió con gran finura cuando al estudiar los partidos políticos advirtió a su predecesor en el análisis de estos, Maurice Duverger, que era importante contarlos, pero que el conteo había que hacerlo de manera inteligente. Por ello propuso dos criterios que siguen vigentes hasta hoy: había que conocer la capacidad de chantaje y el potencial de coalición que las distintas fuerzas políticas poseían. Dicho de otra manera, era consciente que en el juego de la política los actores "intercambian cromos" en una dinámica en la que o se hacían la pascua unos a otros o cooperaban. La moneda de cambio era simple: la constituían los individuos que accedían al poder. Lamentablemente, las ideas o los puntos de los programas eran poco menos que un decorado.

Brasil durante las tres últimas décadas pergeñó un modelo de hacer política que en la academia se conoce como presidencialismo de coalición. Quien ocupa la presidencia gracias a la mayoría absoluta del voto popular directo requiere tener una mayoría cómoda en el Congreso para poder pasar la legislación y sacar adelante las propuestas de política pública, pero eso choca con partidos políticos que difícilmente consiguen alcanzar el 20% de los votos resultando siempre un congreso muy fragmentado. Las mayorías de apoyo las construye el Ejecutivo "comprando" a los legisladores mediante el simple y sutil instrumento de crear ministerios para que haya cargos para todos; por ello el país llegó a tener más de cuarenta ministros. En Alemania las cosas son algo diferentes pues se trata de un régimen parlamentario, pero desde hace muchos años los jefes de gobierno son resultado de coaliciones en las que se debate, y durante mucho tiempo, el programa a aplicar y luego se decide el reparto de la tarta.

En España ya hubo un revuelo cuando el presidente Pedro Sánchez configuró el primer gobierno de colación en la historia reciente del país y ahora se ha repetido por el acuerdo alcanzado entre Sánchez y Pablo Casado en relación con el desbloqueo de un número importante de cargos que requieren de la confianza mayoritaria del parlamento. Quienes claman que los principios se han pisoteado y se mesan los cabellos tanto desde la arena política, porque evidentemente ni tienen capacidad de chantaje y su potencial de coalición es exiguo, como desde los medios de comunicación, donde la ignorancia campa por doquier, contribuyen a dar a la política una pobre imagen naif. En vez de hacer pedagogía, estos últimos se unen a los primeros en el griterío condenatorio que se callará pasados unos días y entonces se abandonará la tarea que es la realmente importante que supone el control de la actividad y, en su caso, del abuso de poder de los nuevos cargos.

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