Se supone que el Consejo de Ministros es el encargado de llevar, con buen pulso, la gobernación del país y no andarse en cabildeos extraños con el Poder Legislativo y confrontaciones estériles con el Poder Judicial, justo lo contrario de lo que ahora sucede.
En el ámbito de sus competencias, no lo puede hacer peor. Sube estratosféricamente el precio de la luz y los combustibles, crece el coste de la vida, disminuyen los índices de crecimiento económico previsto y todo se reduce a fiarse de los fondos europeos como reactivadores de nuestra maltrecha economía.
Nada de esto era imprevisible con este Gobierno que más que de coalición es de conveniencia y confrontación. Lo vemos un día sí y otro también, en temas como las jubilaciones o los alquileres de la vivienda, en la que cada partido coaligado va por libre y ventilan sus diferencias dentro y fuera del Consejo de Ministros.
Porque esa es la primera regla incumplida al aceptar formalmente sus cargos: la de guardar secreto de lo que se delibera en las reuniones ministeriales, que se publicita en cambio a bombo y platillo para decantar la balanza a uno u otro lado. En realidad no es el primer incumplimiento, sino el segundo, ya que la lealtad al rey prometida en la ceremonia muchos de ellos se la pasan por el forro.
Pues eso es en lo que se ha convertido el Gabinete más nutrido de la historia: en una olla de grillos donde no se gobierna sino que se desacuerda, no se mantiene la discreción, sino la discrepancia y no se toman medidas que beneficien a todos sino las que favorezcan a una u otra facción.
Claro está que al frente del órgano colegiado, que lo es según el ordenamiento legal, hay un presidente al que atribuirle la responsabilidad de semejante guirigay, al cual no parece importarle demasiado el desgobierno porque su objetivo no es el bien común sino mantenerse en su cargo todo el tiempo que pueda y cueste lo que cueste.
O sea, que no hay solución a tanto embrollo, ni siquiera con esos esperados fondos europeos, cada día más insuficientes para paliar el enredo que tenemos.
Enrique Arias Vega
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