Vuelve la lluvia, anunciando el otoño, a fundirse con la tierra seca, ávida de humedad, expuesta al secano constante por los estragos del sol trabajador. El suelo la recibe con la esperanza abierta de par en par, ansiosas raíces acogen su humedad, necesitados troncos de los árboles la retienen enseguida, expectantes plantas nacerán de cada una de sus gotas, abrazadas a la corteza, para exhibir su exultante verdor de musgo sombrío.
Las hojas bañadas serán brillo primero, serán savia recorrida, serán impulso renovado? Pero pronto se volverán ocre, festonearán amarillo tenue, caerán haciendo tirabuzones al aire hasta besar el suelo. Allí, dormirán un reposo sereno, se convertirán en mortecino descanso, se volverán abono húmedo, quizás hielo o escarcha, y vivirán en los estratos abisales del terreno para formar sus paraísos hibernados, gran capacidad de espera, sin dar un ruido, para florecer, pasados los meses, en su eterna primavera.
Algo así hace el saber, manantial de conocimiento, fuente inagotable de sabiduría. Empapa como lluvia fina todas las capas de nuestra sensibilidad, va filtrando, sin estridencias, por cada uno de nuestros poros, conectando neurona a neurona como raíces, tejiendo un entramado, una red de sapiencia, de pensamiento crítico, de signo humano, telar de nuestra ética, de nuestra moral, de nuestros valores, y sitúa en primera línea aquello que es esencial, quitando todas las hojas marchitas que no valen, que no aportan, que son, simplemente, lo efímero, la moda, la masa, el postureo? Porque la vida no es, como nos hacen creer, pulsar un click sin descanso, una y otra vez.
La lluvia del saber nos impregna desde dentro, se toma su tiempo en la reflexión, selecciona los mejores frutos, tiene ojo crítico y se impone en nuestra superficie con sus más hondas raíces, con sus firmes propósitos, con sus más sólidas convicciones? y a su vez, es moldeable como el bambú, para ser empáticos con la opinión, respetable, del otro, con la capacidad de analizar, enriquecer la propia visión, y sacar de nuevo conclusiones.
Así avanzan los mundos permeables, las sociedades evolucionadas, las ciudadanías responsables, la ciencia.
Impregnarnos de agua, porque va llegando el otoño, periodo especialmente señalado como fructífero de formación y reflexión, tiempo de barbecho, de regar raíces, de apretar los codos, de producir...
Y así, con la calma del tesón infatigable, llegará, con lluvia fina y sabia, una floreciente primavera.
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