Muchos comentaristas han querido ver en la última Diada cabios en la actitud de la masa independentista. Empezando por una menor movilización ciudadana y terminando en enfrentamientos verbales y hasta físicos entre dos estrategias secesionistas.
Nada más lejos de la realidad. La menor participación de soberanistas se debe desde el cansancio por la movilización callejera hasta la posposición de la gran protesta para el 1 de Octubre, aniversario del falso referéndum de autodeterminación. Pero el fondo, pese a las diferencias formales de unos y otros, subsiste: la independencia de Cataluña.
Por eso, quienes quieren ver cambios en el mundo independentista se equivocan. El único vaivén se da entre quienes quieren pactar la secesión y legitimarla en un plebiscito y quienes quieren hacerla por la brava, es decir, imponerla unilateralmente a lo que consideran un Estado opresor.
Es decir, que esa parte de Cataluña enrocada en la separación de España, no se mueve un ápice de sus designios. Es la Cataluña del "lo volveremos a hacer", la que no se arrepiente de otra cosa que no sea haberse quedado a las puertas de la secesión y no haber cruzado ese umbral. Es la Cataluña inmóvil que sólo está dispuesta a hablar de amnistía y autodeterminación, indiferente a la existencia de otros catalanes que no comulgan con esos propósitos.
En contraste con la inmovilidad de esa masa ciudadana y de los políticos que la representan, el Gobierno de España se está moviendo continuamente hacia ella: desde una vergonzosa concesión de indultos hasta la creación de la "mesa del diálogo" en lo que el propio presidente Aragonés considera una negociación bilateral, "de tú a tú", entre dos iguales.
En ese acercamiento cabría encuadrar la inversión para el aeropuerto de El Prat, que no se ha llevado a cabo por intereses partidistas y no porque no quisiera hacerlo Pedro Sánchez.
O sea, que frente al enrocamiento del independentismo y de sus futuras acciones apoyadas también en la violencia, son los constitucionalistas los que van cediendo leguas de terreno, incluso los menos partidarios de hacerlo, dado su hastío ante una situación irrespirable. Esa paulatina concesión a sus tesis ayuda a la inmovilidad política de los independentistas, convencidos de que el tiempo juega a su favor. Lo único que ahora queda por dilucidar, según ellos, es si la secesión tienen que pactarla con el Estado o presentarla a éste, en cambio, como un hecho consumado.
Enrique Arias Vega
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