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Nueva versión del rey Midas
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Nueva versión del rey Midas

Actualizado 16/08/2021

Acudimos con frecuencia a los tiempos de nuestra posguerra para ilustrar situaciones de penuria y sacrificios. En ese caldo de cultivo, nuestra fantasía infantil accedía un tanto cautivada a fantasías tan llamativas como la del famoso rey Midas. Nunca más cierto aquello de que, quien hambre tiene con pan se sueña. En los tiempos actuales, podemos ceder la varita del rey a políticos que, con su buen hacer, logren sacar a su pueblo de la escasez y devolverle la prosperidad anhelada, o entregársela a otros que la manejen desde el polo opuesto.

Para nuestra desgracia, España cuenta hoy con una nueva versión del rey Midas. Esta vez, su varita transforma el oro en bazofia. Con ser importantísima la sanidad de cada nación, no lo son menos su economía y su idiosincrasia. Si estas cualidades fallan a la vez, se está abocado al desastre. Sin una sanidad desarrollada y bien dotada, no se garantiza la vida de los ciudadanos. De la misma forma, sin una economía pujante, faltarán los medios suficientes para que esa sanidad, y el resto de servicios, cumplan su cometido. Ahora bien, una economía vigorosa y unos servicios eficientes, logrados a base de pasar por encima de una buena parte de la población y atropellando creencias, costumbres e incluso leyes, convierten cualquier democracia en una dictadura. Ahí están los ejemplos de Rusia y China, verdaderos gigantes de la economía mundial, cuyos censos de millonarios y necesitados crecen al unísono.

En contra de lo que se pregona, la realidad se encarga de certificar que la gestión de Sánchez conseguirá demoler nuestros cimientos en un tiempo record. Si la política es el arte de llevar el bienestar a los ciudadanos, todo lo que no vaya en esa dirección es negativo. En nuestra sociedad, excepción hecha de cuantos han sido colocados por este gobierno para ocupar un cargo y los que le dan su apoyo a cambio de sustanciosas prebendas, hay una clara mayoría de personas -de todas las tendencias políticas- que han visto ennegrecer su porvenir con la llegada de Sánchez a la Moncloa.

Nuestra sociedad está viendo afectado su quehacer diario por el covid-19, durante casi dos años, y no existe la certeza de que esté próximo el final de esta pesadilla. Para paliar sus efectos, las naciones toman las medidas que creen más oportunas, siguiendo indicaciones de los científicos y aprovechando las experiencias de quienes han conseguido ser más eficaces. Salvo el caso de nuestro Presidente, no conozco algún político de las numerosas naciones que han tenido más éxito que nosotros en la lucha con el coronavirus que haya pretendido colgarse una medalla. España sigue siendo diferente. Entre los graves problemas que nos acucian, lo más perentorio es asegurar la permanencia de Sánchez en la Moncloa; lo demás es accesorio. Por encima de la situación de hospitales y residencias de ancianos, por encima de tanta empresa arruinada o a punto de estarlo, por encima de nuestra pérdida de prestigio e influencia en el exterior, por encima de todo eso parece que lo importante es potenciar el enfrentamiento entre comunidades de primera y segunda velocidad, resucitar odios y revanchas ya olvidados por unos y otros, socavar los principios de nuestra sociedad promoviendo leyes que, más que buscar solucionar problemas, pretenden atacar sentimientos y creencias que, sencillamente, no se toleran.

Es evidente que la excesiva pedantería de Sánchez de poco serviría si sólo contara con sus propias fuerzas. Toma decisiones que nunca llevaría a cabo sin otros apoyos. Ha encontrado vía libre para colmar sus deseos, aunque para ello tenga que comulgar ?perdón por el atrevimiento- con ruedas de molino. Alguna de las leyes promulgadas, o en cartera, obedecen al chantaje que le someten sus aliados de gobierno, que no han cedido en ninguno de sus desvaríos. Otras obedecen al chalaneo de quienes le prestan sus votos en el Congreso, siempre a cambio de metálico. En ambos casos, se ve obligado a acceder. Lo más difícil de comprender está en algunas leyes que se tramitan por propia iniciativa del partido del gobierno. Las leyes no son de Ábalos, de Celaá, de Montero o de Darias; son de Pedro Sánchez que, sin que nadie le coaccione, las firma junto al Jede del Estado. Se ve que unos y otros tienen una peculiar forma de entender la política: el fin justifica los medios.

Se olvida lo primordial y se abunda en adoctrinamientos. Por esta senda, no hay nación que aguante, por mucho que se alteren gráficos y se falsifiquen estadísticas.

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