Querer "vender" las excelencias turísticas o culturales de una tierra, una región, una comunidad o, incluso, un país, con el ocultamiento de sus defectos o la negación de las zonas más oscuras de su historia, puede ser más negativo que la exagerada alabanza de sus virtudes. Las "revisiones" históricas que a nivel nacional y autonómico se están intentando en la actualidad, además de los intentos de manipulación, ya crónicos, de nuestra historia reciente ?la Guerra Civil Española, la dictadura franquista y la llamada Transición- incluyen la negación de la "leyenda negra" y su sustitución por un falso relato de envidia ajena y grandeza propia; manipulan el "Descubrimiento de América" presentándolo como heroica gesta de esforzados patriotas, ocultando genocidios, crímenes y robos; endiosan, festejan y veneran ciertas "noblezas locales", que elevan casi a los altares de la devoción, y a pedestales, solo por su gentilicio, incluso a indignos personajes que merecerían un juicio histórico de estricta justicia; manipulan los libros escolares de historia, diseñan la historia a medida, desprecian la verdad y siguen hundiendo el conocimiento en procaces intentos de auto magnanimidad.
Se celebró hace días en Salamanca una reunión de presidentes autonómicos con el del gobierno, una buena noticia en un sano funcionamiento democrático. Pero la extendida costumbre, disfrazada de transparencia informativa, de realizar cada presidente autonómico una rueda de prensa o declaración posterior a esas reuniones, se convierte en ocasiones en ejercicio de pueril chauvinismo político regional que a veces hace mucho mal por la "imagen" de la comunidad, evidenciando los ínfimos niveles políticos, expresivos, culturales y hasta de capacidad gestora, elegancia o sentido común de muchos de esos presidentes/as, cuyos nombres no es preciso recordar. De antiguo viene el lastre y hay un ejemplo muy claro al respecto:
Hace más de treinta años, en Puerto Hurraco, una diminuta localidad extremeña, el asesinato de nueve personas y las graves heridas causadas a otras doce por parte de dos hombres armados de escopetas, fruto de la venganza, la inquina, el odio y la mala sangre acumulados durante años, destaparon con especial intensidad y crueldad la España oscura de la violencia y el rencor que perdura hoy en demasiados lugares y en más convencimientos y formas de vida.
Posiblemente la repercusión y horror que causaron aquel terrible suceso, fueron de tal magnitud que lograron silenciar otra vergüenza, añadida años después a la historia de aquellos asesinatos: fue la rotunda negativa y desautorización del gobierno autonómico extremeño, en 2003, al proyecto del cineasta Carlos Saura de rodar en Extremadura una película que contaba la historia de aquellos crímenes en los lugares en que sucedieron. Esa absurda negativa, salpicada de bochornosas declaraciones del entonces consejero autonómico de cultura, un ignorante total, subrayada por el no menos nesciente presidente autonómico y coreadas por algunas voces de paleto localismo extemporáneo que, a falta de mejores razones, escupían insultos y chabacanos juicios de valor sobre el talento, la profesionalidad o el historial de los autores del proyecto de rodaje. Una ridícula celebración de la más mezquina táctica del avestruz que intentó negar su propia realidad sustituyéndola por el silencio, fue el "argumento" que "fundamentó" la ridícula negativa de las "autoridades" extremeñas que, decían, el citado rodaje podría perjudicar la "imagen" de Extremadura, en un intento muy imitado ahora en muchas comunidades, de hacer política de escaparate y maquillar con boutades la propia incompetencia.
Los esfuerzos del director Carlos Saura (reconocido y premiado en todo el mundo como uno de los más importantes autores cinematográficos de las últimas décadas), del guionista Ray Loriga (autor de algunas obras capitales de la literatura española contemporánea) y del productor Andrés Vicente Gómez (de cuyas manos y oficio han salido muchas de las mejores películas españolas del siglo XX), cuyas trayectorias profesionales y personales están y estuvieron siempre muy por encima de la ruindad y baratura mental de los hoy totalmente olvidados censores extremeños, consiguieron hacer realidad la excelente película El séptimo día (2004), rodada al final en localizaciones no extremeñas. La historia filmada, que proyecta su intencionalidad, su argumento, su sentido y significado hacia elementos de reflexión universal sobre la naturaleza humana, no habla de un lugar concreto. La única "imagen" de Extremadura que la película expandió, fue la muy negativa de unos gobernantes censores, reaccionarios y de una incapacidad política notable. Sigue pasando, y no solo en Extremadura.
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