Profesor de Derecho Penal de la Usal
En la sesión de control al gobierno del Congreso de los Diputados de esta semana hemos comprobado, una vez más, el esperpento y las bravuconadas de los líderes de la derecha española, cada vez más atrabiliaria y reaccionaria. Pablo Casado, desde que fue elegido presidente nacional del PP y jefe de la oposición, se ha "echado al monte" abandonando la racionalidad que exige la política de diálogos, de consensos y de pactos. Desde el principio ha puesto palos en las ruedas en relación al gravísimo problema sanitario de la pandemia provocada por la covid-19, no apoyando la declaración del Estado de Alarma (único recurso constitucional que puede utilizarse para este tipo de epidemias generalizadas), ha roto el consenso en políticas de estado: crisis con Marruecos, fondos europeos (viajando incluso a Bruselas para oponerse a que el gobierno español recibiera las cantidades económicas pactadas para la reconstrucción económica y social que tanto ha lesionado la covid-19) o política antiterrorista y territorial, por poner sólo algunos ejemplos y la única propuesta que hace se ciñe a que el presidente del gobierno dimita y convoque elecciones anticipadas.
Pero Casado no es el único líder político de la derecha cavernaria que está escupiendo odio sistemáticamente en sus discursos, Abascal y los líderes de Vox transitan por los mismos senderos, aunque Casado, en su afán por absorber a Vox (como lo ha hecho con Ciudadanos y el ejemplo más escandaloso lo tenemos con el chiringuito que ha creado Ayuso en Madrid para Toni Cantó, ese que tanto rechazaba hace bien poco las corruptelas del PP), está asumiendo las reivindicaciones políticas más reaccionarias, no sólo de Vox, sino de los nostálgicos del régimen franquista y de políticos ultraconservadores europeos como los primeros ministros de Polonia y de Hungría, Morawieki y Orban, o de Marine Le Pen o Salvini, en Francia o Italia. Serrat, en su canción "algo personal" describe muy bien a ciertos personajes, que son tóxicos para la convivencia: "Se gastan más de lo que tienen/ en coleccionar espías, listas negras y arsenales/ resulta bochornoso verles fanfarronear/ a ver quién es el que tiene más grande". Casado y Abascal son los últimos vástagos de una ideología política que quiere estar siempre en el poder; creen que les pertenece, por casta y por tradición y no soportan que sean las formaciones políticas progresistas las que lo ostenten, aunque sea producto de la democracia en la que, por cierto, no creen demasiado, sólo cuando les da la razón en las urnas. Si no es así, montan en cólera permanente.
La estrategia infame de Casado no parece tener límites y la crispación que está generando en el ámbito político y social tiene consecuencias muy negativas que están deteriorando como nunca los jirones de nuestra convivencia. Su alocución del pasado miércoles en el Congreso ha traspasado los límites de lo razonable, porque, además de poner de manifiesto su ignorancia histórica, política y jurídica, ha justificado algo tan grave para nuestra historia reciente como fue el golpe de estado y la rebelión por la fuerza, con las botas y por las armas, contra el Estado Democrático de Derecho y Constitucional de la Segunda República Española. Cuando manifestó que la Guerra Civil se produjo entre quienes "querían una democracia sin ley y los que querían una ley sin democracia", lo que ha hecho ha sido justificar el levantamiento de los militares sublevados contra el régimen legítimo y democrático de la Segunda República. Es un insulto a la inteligencia afirmar que el periodo republicano de 1931 a 1936 fue una democracia sin ley. Los hechos nos demuestran que no fue así, porque del resultado de las elecciones democráticas a las Cortes Constituyentes de 1931 -que otorgaron el triunfo a la coalición de izquierdas republicano-socialista- nació la Constitución Política de 9 de diciembre de 1931 (tan avanzada y democrática como la actual del 78). Los siguientes procesos electorales, de noviembre de 1933 y de febrero de 1936 dieron, respectivamente, el triunfo a la coalición de derechas Radical-Cedista y a la de izquierdas del Frente Popular. Lo que ocurrió meses después de las últimas elecciones generales, concretamente el 17 de julio de 1936, fue una sublevación militar en toda regla contra el gobierno legítimamente constituido.
Decir, como ha aseverado Casado, que intelectuales como Ortega, Azaña, Marañon o Unamuno, luchadoras por los derechos de la mujer y por la igualdad social como Clara Campoamor, Margarita Nelken, Victoria Kent, Federica Montseny o Dolores Ibárruri, poetas como Lorca, Machado, Miguel Hernández o León Felipe, políticos como Julián Besteiro, Indalecio Prieto o Araquistáin o juristas como Fernando de los Ríos, Mariano Ruiz-Funes o Luis Jiménez de Asúa (padre de la Constitución Republicana), querían una "democracia sin ley" y, en consecuencia, para combatir esta "anomalía" se justifique que se impusiera la "ley sin democracia" (la de Mola, Franco, Sanjurjo, Queipo o Millán Astray), sin reconocer que se hiciera por la fuerza de las armas, es de una ignorancia, de una estupidez y de una indignidad inigualables. Tal vez Casado se sienta un jurista mucho más importante que los anteriores y, por tanto, sus opiniones estén envueltas en un halo de docta sabiduría; no olvidemos que el líder del PP aprobó la mitad de las asignaturas de la licenciatura de Derecho en tan sólo tres o cuatro meses y, además, cuando superó esas 12 estupendas asignaturas no se dedicaba sólo a estudiar sino que ya era diputado de la asamblea de Madrid; ¡qué portento! . No podía ser menos un hijo político de Esperanza Aguirre y de José María Aznar. Ni Jiménez de Asúa consiguió superar la excelsitud de Casado como alumno, a pesar de ser después en su carrera profesional y en palabras de Gimbernat Ordeig, el mejor penalista de habla española de todos los tiempos. Lástima que los españoles no pudiéramos beneficiarnos de su excelente magisterio, porque, como a miles de intelectuales que no comulgaban con el Régimen, Franco lo envió al exilio, muriendo en Buenos Aires. Eso perdió España y eso ganó América.
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