De nada sirve conocer el futuro; es triste angustiarse con lo que no tiene remedio
Cicerón.
A pesar del dicho ciceroniano y de lo que el Evangelio aconseja ?"No os preocupéis, pues, por el día de mañana, que el día de mañana se preocupará de sí mismo"? (Mateo, 6,34) en lo más íntimo de la mayoría de los humanos late una preocupación por lo que ha de suceder más allá del presente. Hay o debe haber siempre unas dosis de previsión en la mente de la persona sensata y, por otro lado, los contratiempos de la vida sólo se amortiguan con el olvido y con la esperanza, esto es, la creencia en que el futuro se ha de adecuar a nuestros deseos, ya sea dándonos satisfacciones o, siquiera, alejando de nosotros los males. El estado de consciencia, común a casi todos los mortales, implica sin más una permanente relación, casi familiar, del ser humano con el futuro. Y con la muerte.
A diferencia de los animales, el ser humano es incapaz de ignorar su futuro personal y su muerte; y, al contemplarla en los demás seres vivos, anticipa su propio destino. Creo que el origen principal de la inquietud por el futuro se halla en esa experiencia tan radicalmente humana, así como en el sueño cotidiano, ese estadio de la consciencia que permite la reaparición de los muertos e incluso el diálogo entre ellos y los que aún permanecen en vida. Pero en estos tiempos el temor ante el final de cada uno se une a la intuición de un posible fin del mundo, que podría ser más o menos simultáneo con el propio. Es la inquietante idea de que el destino pudiera vincular nuestra muerte individual con el fin de la civilización humana.
Desde luego, las religiones y ciertos visionarios han concebido tal cosa muchas veces a lo largo de la historia, pero ahora, desde los años sesenta o setenta del siglo XX, hay un cambio cualitativo radical en este aspecto. Ya no es una prédica bíblica o el anuncio de mentes alucinadas. En esos años aparecen ciertas realidades históricas que modifican el telón de fondo del discurso temporal de la humanidad. Dicho de una manera simple: la idea del fin del mundo pasa del terreno de la escatología religiosa al de la geopolítica y la ecología. Es en ese momento cuando las grandes potencias alcanzan el plano de la "destrucción mutua asegurada" por la virtualidad destructiva acumulada con sus arsenales nucleares, con lo que la posibilidad real de aniquilación de la vida en el planeta se convierte en una realidad, aún vigente hoy. Es también entonces cuando la sensibilidad ecologista detecta señales inquietantes en el medio ambiente planetario, deteriorado por el abuso de los recursos naturales, la alteración de los factores climáticos y la "polución" de las tierras, las aguas y la atmósfera, factores que eventualmente pueden ocasionar el final de la vida.
El proceso hacia ese fin se acelera y es posible que la pandemia de la que estamos empezando a salir ?esperemos? haya agudizado la conciencia de ello. Es muy humano y lógico que ahora se hable de la recuperación y de la "vuelta a la normalidad". Pero habría que tener presente que la situación en la que estábamos antes estaba muy lejana de cualquier situación normal, si entendemos la norma como algo que implica orden o equilibrio.
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