Era él un niño que correteaba por las embarradas calles de su pueblo, por los fértiles campos dorados, era arriba y abajo, era él, era a un lado y a otro; seguía siendo, año tras año, siega tras siega, carrera sofocada y sedienta, todo eso era. Era los ojos llenos de semillas, de raíces, de frutos, de frutas, de huesos rebañados que volvían a ser tierra, que volvían a ser cubiertos, regados, que asomaban insistentemente a la superficie, un halo de verdor se despertaba del letargo con ansia de surcar un día el cielo con brazos, con ramas, con frutos, con frutas, y veía todo lo anaranjado recortándose entre el verdor, todo lo colorido entre el azul. Era ojos que miraban hacia arriba con sombras de hojas dibujándose en su cara, eran los ojos suyos iris soñadores, prestos a echar el vuelo y a viajar por los mares, llenos de bifurcaciones, de la imaginación. Era vida él, era todo infantil anhelo.
Un día, su abuelo falleció. El día que le perdió, él dejó de ser niñez. Dejó de corretear libre y de soñar con libres sueños. Y tuvo que ser él, nieto mayor, quien salió de casa de madre y padre, quien dejó a sus hermanos de sangre y juegos, y acompañar a la abuela en aquel trance. Y de pronto fue el hombre de aquella casa, a veinte kilómetros de la que hasta entonces había sido su vida, su infancia, sus risas, su savia. De repente, ser hombre, consolar a la abuela, hacerle compañía, aliviar su tristeza, encargarse del terruño, recoger y regar y plantar y sembrar. Aprendió a leer en la mirada triste y sola de una anciana a la que bruscamente aplastó la soledad. Supo ser fuerte, apretar los dientes y seguir, cargar el saco de garbanzos recogidos y llevarlo a su lomo de nueve años, veredas arriba y abajo, caminar bajo la implacable lluvia, desafiar al tórrido sol?
Era ella hija mayor de su familia, ojos de madre, mirada que controla a los demás como polluelos recién picoteado el cascarón? Era ternura dulce, fortaleza recia, mano que ayuda, era apoyo en la lumbre controlando que no se pegue nada, era esponja y jofaina que sacaba brillo al culo de sus hermanos, era estropajo de esparto que frotaba las rodillas mugrientas, era cepillo de raíz que arremetía fuertemente contra las baldosas de barro, era agua y jabón casero para las heridas, era cuchara que acercaba la sopa a las bocas, manos que doblaban camisetas con olor a limpio recién recogidas de la cuerda, era fregadero en el que restregar calcetines para darles la cara, asperón que hacía relucir las cazuelas?
Y casi ni sueños era, porque todo, entonces, estaba tan apegado al suelo? Los días se sucedían desde el ocaso hasta el programado cantar del gallo que no entendía de días de diario o de festivos hasta el Domingo de Ramos.
Un día dijo su madre que fuera en cá la Pepa a comprar cuarto y mitad de chorizo p'al cocido, pero vete corriendo y no te entretengas, insistió, que después andas despistada?
Y ese día, fue tan deprisa a aquel recado, que llegó sudando y pidió el encargo con voz entrecortada. Enseguida se le sonrojaron las mejillas cuando le vio pagando unas alpargatas que acababa de comprar. Al girarse, vio su cara. Así fue cómo a él le nació la ilusión y cómo ella aprendió a soñar.
Desde entonces, siembra él emocionado futuro en cada hoyo que hace en la tierra.
Desde entonces, borda ella su traje de novia. En cada perlita brota un anhelo. Puntada a puntada embebe los sueños de un niño que correteaba por los campos dorados. Puntada a puntada trenza los planes que, hasta entonces, nunca había tenido tiempo de soñar esa niña de dulce ternura.
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