Profesor de Derecho Penal de la Usal
No soy original si manifiesto que en las elecciones madrileñas ha vencido la anti política, la insensatez, la exaltación de las emociones sobre la cordura y la racionalidad que deben presidir las actuaciones de quién tiene que trabajar por el bien común supeditando siempre los intereses particulares, de élites o de grupos específicos al interés general de la colectividad que en un político debería ser un objetivo irrenunciable. No ha triunfado el debate, la reflexión serena, la confrontación de ideas y proyectos, sino lo simplón, lo superfluo, los sentimientos de rabia y odio hacia el enemigo en lugar de la palabra, el debate y la concordia.
Todas estas lindezas son las que ha protagonizado Díaz Ayuso en la hilarante campaña electoral de Madrid. Un personaje que carece de la formación técnica, jurídica y política para gobernar con garantías de servicio público, una administración territorial; da lo mismo que fuere el gobierno del estado, el de una comunidad autónoma o el de un municipio. Se vio claramente en el único debate electoral al que asistió. Es vergonzoso que personas con tan limitada aptitud, escaso vocabulario y actitud provocadora (manifestada en la descalificación y el insulto permanente hacia los adversarios) triunfen sobre los más capaces y con mayor vocación y compromiso por el servicio público. Ayuso, como también le ocurrió a Casado, han sido aupados a la política por sus padrinos Esperanza Aguirre y Aznar, sin tener una profesión diferente a la de la política. Cuando Aznar y Aguirre dirigieron los respectivos gobiernos (estatal y autonómico) proliferaron infinidad de casos de corrupción política y económica asociados a la formación a la que pertenecen, el PP. Esto es una realidad innegable que Casado y Ayudo deberían censurar y no lo han hecho; entre otras cosas porque, a pesar de decir que se saldrían de la sede de Génova (rehabilitada presuntamente con dinero negro procedente de la corrupción), siguen celebrando allí las victorias electorales.
Para colmo de la incredulidad, las primeras palabras que pronunció públicamente Ayuso nada más conocer su aplastante victoria fueron que: "la libertad es llevar una pulsera que dice libertad sin tener que ocultarla" (¿?) exhibiendo una pulserita con la bandera de Venezuela. En fin, doctores tiene la Santa Madre Iglesia, pero creo que, por sentido común, coincidiremos en calificar este hecho como chabacano y torticero, que demuestra que quién así se expresa conduce un vehículo que no tiene demasiadas luces para llevar a todo un pueblo, como pretende, y en mitad de una noche tormentosa y por carreteras serpenteadas, sinuosas y vertiginosas, cuyo destino sea el progreso y el bienestar social que esa comunidad tanto necesita, a no ser que para Ayuso, como diría Shakespeare, por desgracia, la política "esté por encima de la conciencia" o que ésta, como matizaba Voltaire, sea "el arte de mentir deliberadamente".
Utilizar un valor superior que identifica a un Estado Social y Democrático de Derecho, como es la libertad, con fines electoralistas, no es nuevo para posiciones extremistas y radicales. Ya lo hizo Hitler en 1933 y también Trump en las presidenciales de 2016 y 2020. En las primeras coló y obtuvo una victoria sobre la Demócrata Hilary Clinton, pero en las segundas la ciudadanía norteamericana imprimió la sensatez necesaria; porque -como dijo el gran escritor alemán Thomas Mann, en una conferencia pronunciada en Los Ángeles en 1940 después de escapar de la Alemania nazi- "si alguna vez el fascismo llega a Estados Unidos lo hará en nombre de la libertad". La libertad, para que sea real y efectiva, no puede desgajarse de la igualdad, de la fraternidad, de la tolerancia, de la solidaridad y de la justicia social. Izar la bandera de la liberta permitiendo que haya "colas del hambre" y que se les califique como "subsidiados por la izquierda", que haya miles de ciudadanos que viven sin luz desde hace meses como los que habitan en la Cañada Real, de Madrid, es un sarcasmo indecente. Decir que los ciudadanos de Madrid son libres para elegir colegios y médicos es faltar maliciosamente a la verdad, porque los ciudadanos sin recursos difícilmente podrán acceder a una educación de calidad, si ésta se presta cada vez menos en la escuela pública, ya que el gobierno madrileño lleva décadas potenciando la escuela privada en detrimento de la pública. Lo mismo ocurre con la sanidad. En esta situación los ciudadanos sin recursos, por mucha libertad que tengan de elegir, nunca podrán acceder a los servicios de calidad, que en Madrid son cada vez más los de los privados que los de los públicos.
Es una ironía, por otra parte, abanderar la libertad y luego votar en contra de políticas que fortalecen los derechos humanos, como la regulación de la eutanasia y su despenalización cuando expresamente es consentida libremente por el paciente; o votar en contra, como también hizo el PP, en su día, del divorcio, del matrimonio igualitario y de la despenalización del aborto consentido; que, por cierto, llevaron al Tribunal Constitucional. Es una ironía que el PP abandere la libertad y luego esté a favor de ilegalizar formaciones políticas como las que se definen independentistas o anti monárquicas. Es una ironía que el PP abandere la libertad y este sistemáticamente demandando penas de prisión más elevadas por la comisión de cualquier tipo delictivo, cuando la tendencia del Derecho Penal Moderno es todo lo contrario: se deben sustituir progresivamente las penas de cárcel por otras alternativas para delitos menos graves y leves porque tienen un componente resocializador más definido y concreto, acorde con lo establecido en la Constitución Española, esa que tanto dicen defender.
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