Acostumbrados al silencio, al espacio interior, a los rincones curvados por nuestros pasos activos haciendo caminos por los aposentos de nuestras casas, al sonido azul del cielo azul, al rumor lejano imperceptible de alas de pájaros que venían a animar nuestras pupilas, visita agradecida?
Acostumbrados a mirarnos hacia dentro, a encontrarnos en todos los adentros y todas las fisuras, entrenados, casi, a vivirnos en todos los pliegues que conocíamos de nosotros mismos y del otro, y los que estaban por descubrir, dobleces recónditas de otros y de nosotros mismos?
Despertándonos en aquel adormecimiento de impotencia e incógnita? cuando saber era depender de otros que sabían y conocer era filtrar de lo que otros decían conocer?
La vida ha vuelto a hacer ruido. Ha vuelto a conectar todas las emisoras que radian el acontecer diario a base de sonidos necesarios, afables, amables, vivos, continuos, pero también vuelven a invadirnos todos aquellos que nunca quisimos, ni entonces, cuando éramos felices o ignorantes de que la vida, siempre en vilo, pendía de un filo, de un velo que nos cubre las bocas para protegernos aun de aquellos que amamos?
La vida, milagro insondable que hace ruido de muerte, que hace ruido de vacuna, de dosis, de más dosis, de comercio y economía, de negocio, de dinero, y más ruido, bronco, espeso, denso?
El ruido ahogado de los miles de infectados que mueren lejanos. No se bañarán en su Ganges sagrado. Ya abrasados de fuego y humo en recovecos improvisados, recuerdan la negrura de innumerables alineados sarcófagos de nuestro reciente tiempo vivido y, casi, parece que olvidado?
Nunca nos prepararon para este ruido, el que hace una moto en el que una madre muerta va sentada, sujeta entre el amor de los cuerpos de sus dos hijos, uno delante, otro detrás, buscando un hueco en el que su dignidad humana sea dignamente incinerada?
Tampoco nos prepara la vida para el ruido de las balas o los cuchillos del odio que, en otro lugar, segaron las vidas de quienes amaron tanto vivir como contar la verdad? Qué ruido mata a quien ejerce su profesión, qué ruido tiene la venia de sumirles en el más abismal de los silencios, en la sorda tierra que seguirá humillando conciencias, surcos de impotencia desde las entrañas de los terrones que van a enterrarlos con sus voces infinitas, destrozadas, de gritos que recordarán eternamente el ruido atronador de la barbarie, denunciado, secularmente, con sus voces de guerreros de las letras. Sus ojos sepultados continuarán transmitiendo las desgracias que vieron, tanto su cámara como su pluma seguirán siendo la crónica desgarrada de toda la miseria que en primera línea vivieron y contaron.
A su lado, duele y se clava este ruido fatuo de nuestra vida cotidiana, que pide libertad para saltarse las normas, para ir de farra, para ir de jarana.
En muchos lugares del mundo se oyen millones de ruidos disonantes, miles de chirridos diarios que anegan las almas de las buenas gentes, que quiebran de dolor nuestras entrañas.
Ruido miserable, o ruido austero, ruido del aburrido o ruido del guerrero.
Serán ruido del hambre, ruido de muerte. Crecerán en su tumba, sin ruido, flores de tomillo que gritarán con sus colores que fueron testigos del ruido del horror, del terror. Serán agua de mar, olor a lavanda, escapulario del recuerdo colgado de nuestros cuellos, tic tac de inmortales corazones sedientos.
Serán carrillón de la verdad. Eco perpetuo de la Libertad.
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