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Débiles, desamparados, oprimidos, vapuleados...
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Débiles, desamparados, oprimidos, vapuleados...

Actualizado 17/04/2021
Ángel González Quesada

Una noticia que provoca alegría y satisfacción en estos tiempos es una rara avis en un panorama político mayoritariamente maloliente. Pero esa es la sensación a raíz de la aprobación en el Congreso del proyecto de Ley Orgánica de Protección de la Infancia y la Adolescencia, llamada a corregir, bien que de momento solo parcialmente, las carencias de todo tipo que, con respecto a la infancia y la adolescencia, aún lastran gravemente el crecimiento de este país.

La protección del maltrato de todo tipo a la infancia y la adolescencia (violencia, agresión sexual, social, psicológica) puede parecer hoy una obviedad, pero lo cierto es que el trato general que reciben los niños, niñas y adolescentes españoles dista mucho, en pleno siglo XXI, de adecuarse a las mínimas exigencias de cualquier dimensión de respeto, ética o consideración. No se trata de endiosar al menor ni de hacerlo el centro de nada. Se trata únicamente de respetarlo. Nada más. Nada menos. Hasta ahora, la sociedad, en lo que respecta a la violencia contra los menores, siempre ha protegido al adulto y culpado a la víctima y esa conciencia, que el menor percibe, ha hecho a cada niño y cada niña sentirse culpable y responsable del maltrato sufrido. Ojalá esta ley que por fin tiene en cuenta a la infancia y la adolescencia haga efectivas, además de todas las protecciones que se propone, la conciencia social de que las experiencias del niño y la niña en sus primeros años de vida repercuten irremisiblemente en la sociedad entera.

El articulado del proyecto de ley aprobado en el Parlamento intenta contemplar muchas de las situaciones de maltrato y solo la mera enunciación de muchos usos y hábitos sociales contra la infancia y la adolescencia, ya constituye un llamado de atención contra la indiferencia. Su articulación legal y la consiguiente penalización de su ejercicio será avance muy sustancial en la salud y la integridad de una sociedad como la española, acostumbrada a considerar a los niños, niñas y adolescentes como semipersonas y a educarlos (un decir) como si la escasez de la cifra de su edad fuese asimilable a la de sus derechos. Solo hay que ver el sentido, el modo y el lenguaje con que los adultos crean eventos, programas o actos destinados a niñas y niños (animaciones, actividades extraescolares de todo: lectura, participación, deporte; o montajes teatrales infantiles, cuentacuentos variados, juegos, programas lúdicos y otros ejercicios dirigidos al universo infantil y/o juvenil, para darse cuenta de que la comprensión de, y la empatía con, la niñez y la adolescencia, todavía se construyen y deconstruyen desde un lenguaje adulto fingidamente infantilizado, apocopado y malbaratado, que informa de la persistente concepción de "escasez" intelectiva que la sociedad en general supone a los menores (vayan aquí las disculpas para las ?escasas- pedagogas y pedagogos competentes).

La necesaria investigación en profundidad de las violaciones cometidas contra niños y niñas en instituciones como la Iglesia Católica y otros entes supuestamente educativos (deporte, actividades culturales, voluntariados...), es una labor que esta Ley probablemente propicie, pero será siempre insuficiente mientras esos delitos no sean considerados imprescriptibles y puedan ser denunciados en cualquier momento de la vida del agredido, porque considerar que es la edad del perjudicado la que marca la impunidad del criminal, es una aberración jurídica que transparenta todavía el lastre de temor al enfrentamiento frontal que España arrastra respecto al poder de la religión.

En nuestra sociedad, los niños y las niñas son a menudo las víctimas de las venganzas de sus progenitores, y esta agresión está legitimada mientras sigamos llamándola educación. Las posibilidades que la futura Ley Orgánica de Protección de la Infancia y la Adolescencia abre sobre el ejercicio y significación de la patria potestad, las miserias cotidianas del chantaje emocional familiar, el llamado síndrome de alienación parental y otras colonizaciones emocionales que sufren los niños y adolescentes en su propia familia, tal vez consigan un principio de erradicación de las innumerables perversiones que ocultan ciertos ejercicios "señoriales" de la paternidad y maternidad. Además de la protección frente al ciberacoso, frente al el castigo físico o contra cualquier tipo de violencia contra los niños, niñas y adolescentes, ojalá esta esperanzadora ley consiga ir eliminando el silencio cómplice de los allegados, poniendo en evidencia el apoyo implícito de los iguales o dinamitando ese dislate que significa la consideración de propiedad de niños y niñas por parte de sus padres, circunstancias de imposible calificación jurídica pero capitales en la generación y pervivencia del maltrato y la violencia contra niños, niñas y adolescentes.

Mientras, con la anuencia y aplauso de una sociedad adocenada, las televisiones compiten por emitir concursos donde niños y niñas, con el regocijo y ánimo de sus progenitores, son sometidos cual monos de feria a una presión competitiva, imitadora y tensional (y a un consecuente síndrome de fracaso totalmente negativo para su maduración) absolutamente inapropiadas para su edad y capacidades, esas mismas televisiones se alinean 'de boquilla' con las medidas de protección de la infancia y la adolescencia, en un ejercicio de hipocresía no por repetido menos indecente. Al tiempo que en una mesa se amontonan los libros sobre los derechos de la infancia y la adolescencia y los ensayos, novelas y álbumes sobre el respeto a sus opiniones, en la mesa de enfrente de la librería, las mismas editoriales hacen caja con la venta de verdaderos tratados en cuatricromía de estereotipos machistas, arquetipos de la xenofobia o falsas instancias de la tolerancia y el clasismo en forma de novelas, comics o, ay, cuentos infantiles que repiten y remachan patrones y modelos de conducta basados, precisamente, en la consideración del menor como crisol donde seguir fundiendo la aleación de usos, lugares comunes, tradiciones, costumbres y rituales con que se fundamenta la violencia contra los menores.

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