"La inflación es injusta; la deflación, inconveniente"
J. M. Keynes
Durante los últimos días de la semana pasada se producían movimientos bruscos a la baja en los principales índices americanos coincidiendo con varias noticias de subjetiva interpretación:
La cámara de representantes de EEUU daba luz verde a un nuevo paquete de estímulo de 1.9 billones de dólares para hacer frente a la crisis provocada por la COVID-19. A la vez, Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal de los EEUU, declaraba que no había que preocuparse en absoluto por los niveles de inflación actuales y por lo tanto despejaba las dudas sobre la intención de mantener los intereses en tipos bajos y la sostenibilidad de la actual política monetaria expansiva. Esto provocó la venta de bonos por parte de inversores de renta fija que, alentados por el posible escenario de crecimiento económico y la luz al final del túnel de la COVID-19, se adentraban en la renta variable en busca de mayores rentabilidades haciendo caer el precio de los bonos y aumentando la rentabilidad de los mismos, ya que el precio y la rentabilidad de los bonos fluctúan a la inversa.
Y al revés sucedía con inversores de la renta variable que, tras haber cosechado importantes plusvalías en los últimos meses, acudían al incremento de la rentabilidad de los bonos para invertir sus beneficios de forma más conservadora en la renta fija. Lo que se conoce de toda la vida como un intercambio de cromos en el que todos creen haber elegido la mejor opción?
¿Qué hacer entonces durante los próximos años con nuestros ahorros?
No voy a ser yo quién diga qué se debe hacer, pero sí invito a la reflexión compartiendo mi visión del panorama que nos espera a los inversores para los próximos años:
La inflación es esa sanguijuela, necesaria para el crecimiento global, pero que silenciosamente dinamita el poder adquisitivo del ahorrador de toda la vida que se vanagloriaba de guardar sus ahorros bajo el colchón o mantenerlos parados en su cuenta bancaria porque ahí estaban seguros. Es cierto que su capital se mantenía invariable, pero si el IPC subía de media un ridículo 2% anual, 20 años después, aunque continuaba teniendo el mismo dinero en su cuenta, los bienes que podría adquirir en ese momento no serían los mismos que 20 años atrás. Por tanto, aun manteniendo su capital y sin tener en cuenta las comisiones bancarias, en unos años su nivel adquisitivo habría mermado silenciosa pero significativamente. Es exactamente lo que le pasó a aquel carpintero que trabajaba sin cesar fabricando todo tipo de muebles día y noche hasta que llenó su taller y cuando se dispuso a vender sus artículos la mitad habían sido devorados por la carcoma.
No basta simplemente con ahorrar, hoy más que nunca es necesario proteger el fruto de nuestro trabajo.
Esto tenía mejor solución 25 años atrás, cuando los intereses que arrojaba la renta fija superaban los niveles del IPC, pero hoy por hoy el exceso de liquidez que inunda el mercado, y otros muchos factores, están provocando que los intereses obtenidos mediante productos de renta fija sean inferiores al aumento de la inflación. Es por tanto inevitable que poco a poco los pequeños ahorradores que son conscientes del cáncer que suponen la inflación y el interés compuesto en la misma para sus ahorros vayan despertando y pasando a formar parte de la renta variable. No solamente con el fin de mejorar su nivel adquisitivo buscando suculentas rentabilidades, sino simplemente como la única opción para que los ahorros que tanto les han costado reunir no vean su valor reducido a cenizas fruto del nuevo paradigma económico que parece haber venido para quedarse.
Esto unido a que se están gestando las dos principales revoluciones acontecidas hasta nuestros tiempos como son la revolución tecnológica y la transición del petróleo a nuevas fuentes de energía con todo lo que ello supone, no es descabellado pensar que, correcciones puntuales aparte, tenemos por delante grandes años para la renta variable.
"La inflación es un impuesto que se impone sin legislación"
M. Friedman.
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