Cuándo madura una persona.
Cuándo reconoce en el mármol de los templos su espíritu
firme en la materia de los sueños.
Cuándo
entra en esa otra dimensión o cavidad
o túnel, o eso de la vida ajustado a criterios cimentados en la piedra
de la vida recogida en su apertura para el mundo.
Cuándo me veré así en el espejo cara a cara con el cambio
del ser cuando se muda en sus adentros para fuera y en su afuera para dentro
en un concierto en el silencio del océano del todo
y la nada en matrimonio en nuestro curso vital.
Cuándo escuchaste esas palabras en tu entorno:
cuánto ha cambiado, casi no la reconozco, parece otro,
por haber llegado a una cima a ras de suelo en tu experiencia del día a día
forjado en el número y la letra de la solución a nuestro rumbo en el planeta.
Cuándo deja una, uno, de hacerse esta pregunta
tan eterna como el viento a la ventana en una tarde de domingo,
en una mañana de sábado,
en un amanecer cualquiera.
Cuándo la persona llega a esa meta de donde parte en un principio al final del mediodía,
cuando la tarde se dibuja en el espacio y sus colores oscuros de la noche se acercan a su sombra
tan constante incluso en su transparencia diurna como la de la vida y la de la muerte
recogiendo entre sus brazos el conjunto de las cosas y las ideas.
Cuándo somos en verdad nosotras y nosotros en el templo del amor
consagrado a las cosas pequeñas como un tornillo rodando desde la cabeza.
Me caigo
27 de febrero de 2021
Xalapa, Veracruz, México
Juan Angel Torres Rechy
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