Hay algo que Joe Biden no puede solucionar firmando un decreto ejecutivo, como tantos que lleva ya hechos: restañar los antagonismos de un país dividido en banderías.
Su promesa de unir al país depende de la voluntad de la gente y no de los buenos deseos presidenciales. Y esa voluntad las imágenes del asalto al Capitolio la hicieron añicos. Por otra parte, y paradójicamente, enviaron un mensaje inequívoco al país: "Hasta aquí hemos llegado".
Incluso muchos partidarios de Donald Trump y de sus políticas de Gobierno coinciden en que su incontinencia verbal le llevó a sobrepasar los límites de la decencia política. Tengo amigos norteamericanos de derechas que, aun creyendo que los del Partido Demócrata son gente "mala y perversa", reconocen el guirigay de los republicanos, "su enfrentamiento de unos contra otros", y abogan por la existencia de un tercer partido, "un nuevo partido que crea en la Constitución americana".
Éste, en síntesis, es el esquema de una moderación que se abre paso a un lado y otro del espectro político, que va más allá de creer que a Trump se le haya preparado "una caza de brujas", o de la aparente unidad del Partido Demócrata. Hasta el ala izquierda, que podía representar Bernie Sanders, no aboga ahora mismo por las medidas más radicales que preconizaba cuando era candidato.
Más allá de las disposiciones de uno u otro signo que quieran imponerse, se tienden puentes para evitar que la brecha creada se convierta en una sima por la que se despeñe la democracia estadounidense. Y ahí radica la fortaleza de Joe Biden: en la voluntad de pasar página de mucha gente.
Ahora, la discusión política está en si el plan de estímulo económico presidencial de 1,8 billones de dólares se ha quedado corto o si, por el contrario, puede llevar a la inflación y una deuda difícilmente sostenible. Es una discusión razonable y hasta beneficiosa para la salud democrática del país. Lo único irrazonable y perjudicial sería el enquistamiento de posturas extremas, desde supremacismo blanco por un lado, hasta el infantil radicalismo revanchista por otro.
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