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Aquella estrella cuyo fulgor recibo...
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Aquella estrella cuyo fulgor recibo...

Actualizado 06/01/2021
Sagrario Rollán

... Tal vez ha muerto hace milenios, así comienza uno de los poemas juveniles de Rilke, a principios del siglo pasado. La estrella ha muerto y también se ha borrado la infancia transnochada de una espera tensa y sorpresiva en la noche de Reyes. Porque entonces no había Papá Noel por estos lares, ni Black Friday, ni rebajas u ofertas de salvar la campaña navideña, ni anuncios chillones gritando colorines y perfumes caros desde la pantalla del televisor o la tablet. No había casi comercios, los imprescindibles, el papel de regalo crujía de un año para otro, hasta que perdía su prestancia de tantas dobleces.

Todo lo que no había, lo que no poseíamos, era nuestra riqueza intangible. La emoción acrecida de la noche de Reyes, a medida que se acercaba el final de las vacaciones escolares, porque hasta esa noche sólo habíamos recibido, como algo extraordinario, algunas peladillas y polvorones.

Así era aquella infancia nuestra- tenacidad y deseo- en blanco y negro, contrastada con brillos de plata, cuando el tío se encerraba en el cuarto oscuro para revelar sus propias fotos, aquellas que nos había hecho con la Rolleiflex de segunda mano, comprada en París en su viaje de novios.

Así era el silencio henchido, el temblor anhelante, el restallar de las piedrecillas en los charcos helados. Entonces la noche de Reyes era mágica desde lo invisible de un tiempo algo más sereno, cuando los catarros con mocos, las cuarentenas del sarampión, los sabañones y el río que se candaba, yo creo que en la barca que ha pasado de largo algo temible oí...

La noche de Reyes era mágica cuando la madre contaba que allá en su pueblo, en las estribaciones de Gredos, ella y sus hermanas recibían una naranja de oro y de sol sobre los zapatos roídos de trabajos, pastoreos y nieves en los caminos de los prados.

Suena duro y despojado, parece que hemos ganado algo, pero no siempre. El corazón se encoge de añoranza improductiva, y se acurruca temeroso (sobre todo ahora, que la sociedad entera ha sido tocada por la pandemia), buscando el sentido y el calor de tantos ritos domésticos o religiosos, hoy desnaturalizados, porque, en efecto, cada vez estamos más lejos de la naturaleza y de la piel vibrante de la vida, aunque en los últimos tiempos lo achaquemos a la falta de abrazos y a la dichosa mascarilla.

Vuelvo a invocar con el poeta, oficiante de solemnes nostalgias, el vigor de la infancia sagrada; he rezado porque la infancia vuelva a mí, decía Rilke, para soportar tanta anomia y desarraigo. Mientras deambulaba por las grandes ciudades de Europa después de la primera gran guerra, al ritmo de la tecnificación creciente, la burocracia salvaje, la secularización..., que hace de las sociedades avanzadas un mundo sin hogar: En la casa un reloj ha sonado... ¿En qué casa?

Deseando que el año que se inicia nos sea propicio, a pesar de las sombras, hago mío en esta noche mágica el lamento del poeta, queriendo rescatar el tiempo, abrirlo a un kairos de cosechas nuevas y esperanza, después de tanto desgaste: Querría desde mi corazón salir hacia el gran cielo. Querría rezar. Y una de todas las estrellas debiera aun ser de veras. Creo que sabría cuál es la sola estrella que ha durado, que sigue como una ciudad blanca en los cielos al fin de su fulgor.

Por el niño que fuimos, y que tal vez, aun nos habita, les deseo ¡Felices Reyes Magos!

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