Hace unas semanas critiqué aquí las declaraciones de Manuel Menchón cuando promocionaba su película "Palabras para un fin del mundo". Ahora me parece oportuno comentarla, una vez vista.
De entrada, hay que reconocer el mérito de un film hecho solo con voces en off, fotos fijas y vídeos antiguos, algunos de ellos desconocidos anteriormente. Al menos mantiene el interés, pero enseguida hay que señalar que, desde el punto de vista historiográfico, el guion no tiene ni pies ni cabeza, algo que conviene dejar claro una vez que los medios, siempre receptivos a todo lo que parezca rompedor o escandaloso, han dado por bueno el mensaje. Así, según la SER, la película "desmonta el relato de la muerte de Unamuno"; para El Correo es "de extraordinaria valía" y para 20 minutos "un trabajo minucioso y apasionante" y así. Pocos han detectado la mercancía averiada, pues no les han llegado o han hecho caso omiso a las críticas y tampoco conviene profundizar demasiado en la Guerra civil. Y llama la atención que la USAL, que ha patrocinado el engendro, al parecer comparte esas valoraciones, a juzgar por alguna opinión oída y por el silencio predominante.
Creo que los artículos de Severiano Delgado y de Francisco Blanco en el blog "Conversaciones sobre historia" han dejado meridianamente claro que la especulación sobre el asesinato de Unamuno se queda en eso, una fantasía sin fundamento, por muchos documentos ?alguno de ellos manipulado? que se muestren en pantalla. "La muerte de Unamuno ?demuestra Blanco? fue natural, imprevista y repentina"; como la de muchas personas, diría yo, (mi tía Tere, sin ir más lejos, hace pocos días). En mi artículo anterior señalé algunos errores factuales de la película, pero ahora añadiría que la versión de los sucesos del 12 octubre en el Paraninfo me parece también sesgada y es un detalle importante, pues inicia el meollo de la cuestión. Se basa en el registro "inédito" que el profesor Ignacio Serrano hizo en sus "actas" (sic), anotando la amenaza sibilina de Millán Astray al rector: "ciertos profesores (?) morirán". Con esto los profesores Rabaté, asesores de Menchón, pretenden haber descubierto el Mediterráneo y, de paso, el cabo del hilo argumental que acabará con la muerte de don Miguel el 31 de diciembre siguiente. Un hilo demasiado fino que acaba rompiéndose al final.
Ocurre que conocemos la versión de al menos otras siete personas más que estuvieron presentes en el acto del 12-O, además de Pemán y de Serrano, únicos que se dan por buenos en la película. Todos coinciden en los puntos esenciales de modo no muy distinto al de Serrano y algunos de ellos recogen esas amenazas del fundador de la Legión que ahora se pretenden mostrar como una novedad ("¡muera intelectualidad!" o "¡muera la intelectualidad traidora!"). Véanse, por ejemplo, las memorias de Vegas Latapie, las de Moure Mariño o las de Serrat y Bonastre. Y ninguno deduce de ellas nada más que la reacción visceral de un desequilibrado (así lo caracteriza otro de los testigos del acto, el psiquiatra que atendió a Millán, doctor Pérez-López Villamil). Los partidarios del Movimiento Nacional estaban cometiendo muchos asesinatos desde el 18 de julio y no faltaban los intelectuales entre las víctimas (como bien sabía Unamuno), pero, digámoslo de una vez: a pesar de todo, los sublevados contra la República nunca consideraron a Unamuno como un enemigo, por mucho que les molestaran sus ocasionales salidas de tono.
Don Miguel abominaba la guerra, pero deseaba que la ganara el Movimiento, con Franco a la cabeza, y de él esperaba que defendiera "la civilización cristiana" para que España recuperarse su orden y su esencia histórica. Esto lo repitió en varias entrevistas posteriores al 12 de octubre, que, contra lo que se afirma en la película, no pasaron por la censura. Siendo así, el desenlace del guion que comentamos no puede ser más absurdo e incoherente, como la guinda de un pastel infumable. Resulta que, si aceptamos su planteamiento, o sus insinuaciones, a Unamuno lo mató "el fascismo" (Millán Astray, Aragón, los falangistas?) y, sin embargo, a ese fascismo le faltó tiempo para apoderarse de su cadáver, hacer un funeral de relieve según su ritual y reivindicarlo en lo sucesivo como "uno de los nuestros". Hasta Millán Astray ordenó a Giménez Caballero publicar una necrológica laudatoria sobre el fallecimiento. Se mire como se mire, hay algo que no encaja en ese hilo argumental.
Así pues, muerto Unamuno, descanse en paz. A ver si cambiamos de tema: ¿por qué no hablar de Antonio Machado, de Juan Ramón, de Alberti, de Mª Teresa León, de Max Aub?...
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